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Original Web

Incluir la crisis migratoria en nuestras oraciones

Del número de febrero de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 28 de octubre de 2019 como original para la Web.


Vivo en una ciudad de los Estados Unidos cercana a la frontera mexicana, donde la inmigración hace mucho que es parte de la vida cotidiana de la comunidad. Me ha beneficiado la afluencia comercial como resultado del mercado internacional, y he disfrutado de la amistad de aquellos que han venido de otros países. Pero también me han entristecido las tragedias humanas que han ocurrido, los traficantes de drogas ilegales que vuelan a muy baja altura en aviones sin identificación, y la creciente tensión y división política que el tema de la inmigración ha provocado.

Este tema y otros problemas mundiales requieren oraciones que contribuyan al cambio. La Ciencia Cristiana explica que nuestra comprensión de lo que es verdad acerca de Dios y Su creación en el ámbito personal, también es cierto de Dios y Su creación a escala mundial. No es la magnitud del problema, sino la perspectiva acerca de Dios lo que produce el cambio.

Hasta hace poco, orar por la crisis inmigratoria me parecía muy complejo. Pero me di cuenta de la urgencia de la situación cuando la violencia le quitó la vida a gente inocente en El Paso, Texas, donde también tengo familia. Sabía que tenía que orar por la crisis, pero no sabía por dónde empezar. Si partía del problema, me sentiría perpetuamente abrumada. Pero si comenzaba con Dios, podía recibir el impulso que necesitaba. 

Recurrí a la Biblia para comprender qué podía significar la inmigración desde una perspectiva espiritual y mental. En cierto sentido, podemos considerar que la Biblia es una historia larga de la inmigración de un pueblo impulsado por el esfuerzo de comprender a Dios. En su búsqueda por encontrar una patria, los hijos de Israel inicialmente trataron de encontrar un lugar físico. Siglos después, Cristo Jesús reveló que la verdadera “tierra prometida” de Dios no era un bien inmueble, sino un concepto celestial. Él dijo: “El reino de Dios no vendrá con señales visibles, ni dirán: Aquí está, o allí está; porque el reino de Dios dentro de ustedes mismos está” (Lucas 17:20, 21, KJV). 

En su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la fundadora de esta revista, Mary Baker Eddy, escribe: “Así como los hijos de Israel fueron guiados triunfalmente a través del Mar Rojo, el oscuro flujo y reflujo de las mareas del temor humano —así como fueron conducidos a través del desierto, caminando cansadamente a través del gran yermo de las esperanzas humanas, y anticipando el gozo prometido— así la idea espiritual guiará todos los deseos justos en su pasaje del sentido al Alma, de un sentido material de la existencia al espiritual, hacia la gloria preparada para los que aman a Dios” (pág. 566). Es este movimiento del pensamiento desde un sentido material y limitado de la vida y sus posibilidades a la comprensión de Dios como Vida, como el Alma o Espíritu infinito, lo que es clave en nuestras oraciones tanto para los inmigrantes como para los ciudadanos nativos.

Las cualidades que conducen a una buena vida —tales como paz, armonía, libertad, satisfacción y bondad— se encuentran en Dios, el Alma divina. Todos tienen igual acceso a Dios, así que todos tiene la misma capacidad para entrar en la “tierra prometida” de la completa bondad de Dios. Nadie queda afuera. No es un cambio de lugar, sino un cambio en el pensamiento lo que nos hace entrar en el reino de Dios.

Para la vista humana, ciertamente pareciera como si algunos lugares tuvieran más recursos que otros. Pero desde una perspectiva espiritual, no existen “los que tienen y los que no tienen”. Comprender la abundancia y omnipresencia de la bondad de Dios ayuda a que el pensamiento se vuelva receptivo a las ideas espirituales, las que actúan en respuesta a las necesidades humanas.

Después de graduarme de la universidad, trabajé en un albergue de emergencia para adolescentes en crisis. De vez en cuando, teníamos bajo nuestro cuidado a jóvenes de familias inmigrantes. Una noche cuando llegué a trabajar, me enteré de que habían traído a una joven de México para que la cuidáramos hasta que pudieran ubicar a sus familiares. El personal había tratado desde temprano ese día de consolarla, pero ella no quería hablar con nadie ni dejaba de llorar. Oré para reconocer que el Amor divino estaba presente y podía responder a la necesidad de consuelo de esta joven. Más tarde, cuando yo estaba supervisando a las chicas a la hora de dormir, la joven me hizo una seña para que fuera a verla y me preguntó si podía orar con ella. Ella sabía el Padre Nuestro, así que comenzamos a orar en su idioma natal: “Padre Nuestro…” (Mateo 6:9). La oración era un reconocimiento de que su Padre celestial estaba presente y trascendía las fronteras y los idiomas al envolverla en Su amor.

Ese fue el fin del llanto. La oración significó un momento decisivo al permitir que esta joven se sintiera feliz y bienvenida en el albergue. Fue el comienzo de una agradable práctica nocturna de oración antes de ir a la cama, que las otras chicas del dormitorio también disfrutaban.

La opresión política y religiosa a menudo hace que muchos emigren, pero Cristo Jesús enseñó que la Verdad divina trae libertad. Dijo: “Si vosotros permanecéis en mi palabra, verdaderamente sois mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31, 32, LBLA). Jesús vivía tanto en medio de la persecución política como religiosa, sin embargo, él era el hombre más libre de la tierra. Probó que no son las circunstancias físicas, sino la comprensión espiritual de nuestra relación con Dios lo que trae libertad. Saber que somos verdaderamente los hijos e hijas espirituales y amados de Dios, y vivimos bajo Su gobierno armonioso y supremo, puede liberarnos de la opresión de las circunstancias limitadas. Jesús enseñó que, más que ninguna otra cosa, es el Amor divino el que nos trae a la “tierra prometida” y nos capacita para sentirnos en casa y experimentar esta libertad dondequiera que nos encontremos.

Respecto a la preocupación de los países receptores sobre la seguridad en la frontera, puede ser útil recordar que Jesús enseñó la necesidad de ser vigilantes y estar en guardia respecto a los pensamientos y acciones. En el libro de Juan, Jesús se refiere a sí mismo como un pastor parado en la puerta del redil, cuidando de sus ovejas (véase 10:1–15). Explica que ningún lobo puede entrar allí gracias a la vigilancia y protección del buen pastor. No es a la gente, sino a los pensamientos parecidos a un lobo —el odio, la ira, el racismo y las divisiones— a los que se les niega la entrada en el reino de Dios. Eliminar estas imposiciones en nuestra forma de pensar nos capacita para discernir las intuiciones semejantes al Cristo que nos alertan de cualquier peligro y mantienen a salvo a todos.

Ciencia y Salud explica cómo hacerlo: “Sé el portero a la puerta del pensamiento”, y “… deja afuera estos pensamientos y temores malsanos” (pág. 392). Son los pensamientos y temores malsanos los que llevan al odio y a la violencia, pero la Biblia nos asegura que “el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18). El temor de que aquellos que entran a un país disminuyan las oportunidades y calidad de vida de aquellos que ya viven allí se neutraliza cuando comprendemos la economía del Amor divino y perfecto. Dios le brinda a cada persona todo lo que él o ella necesita para sentirse realizado. La provisión de bien de una persona no disminuye la de otra. Puesto que el bien es esencialmente espiritual, el bien es infinito y Dios suministra el bien de infinitas maneras.

No podemos determinar cómo se manifestará la oración de forma práctica en la experiencia humana. Para algunos, puede abrir puertas a una nueva experiencia en un nuevo país. Para otros, quizá signifique encontrar renovado propósito y fortaleza —y seguridad— allí mismo donde se encuentran. 

Tener una convicción firme acerca de la forma correcta de responder tanto en el ámbito político como en el social a la crisis de la inmigración puede polarizar y dividir a la gente. Pero la oración que busca las respuestas de Dios no promueve un programa político sobre otro. Tiende, en cambio, a ser menos estridente y a escuchar más. Permite que la inteligencia en lugar de las emociones nos guíe hacia soluciones equilibradas y sabias. Y la oración que eleva el pensamiento humano del temor al amor es el poder que traerá curación a los problemas subyacentes que motivan a la gente a dejar su país de origen, y así podremos vivir en un mundo que está cada vez más motivado por el Amor, no el temor.

La oración une a toda la humanidad bajo el gobierno de un Padre-Madre, el Amor divino. Por medio de la oración podemos unirnos al escritor de Efesios y declarar: “Ya no sois extraños ni extranjeros, sino que sois conciudadanos de los santos y sois de la familia de Dios” (2:19, LBLA).

Elizabeth Schaefer
Escritora de Editorial Invitada

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