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Original Web

Mantengan las puertas abiertas

Del número de febrero de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 6 de enero de 2020 como original para la Web.


En una era en que se reporta que la mayoría de las congregaciones religiosas de todas las denominaciones están disminuyendo, mi esposa y yo nos sentimos agradecidos recientemente al encontrar una iglesia de la Ciencia Cristiana abierta para un servicio dominical, durante un viaje a Illinois desde nuestro hogar en Texas.

Al conversar con dos miembros de iglesias en ese estado, quienes pertenecen a diferentes filiales de La Iglesia Madre —La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston— les agradecí sinceramente por su servicio en la iglesia para mantener abiertas las puertas, a pesar de que sus congregaciones son relativamente pequeñas. Me dijeron que eran Científicas Cristianas de toda la vida y que a lo largo de los años habían visto a sus congregaciones disminuir de números muy grandes que llenaban enormes edificios, a tan solo unos pocos dedicados trabajadores.

Para mi esposa y para mí, la experiencia ha sido muy diferente. Nunca he formado parte de una gran congregación de Científicos Cristianos. Había asistido a iglesias de muchas religiones diferentes en mi juventud, las que variaban desde servicios colmados en edificios grandes a reuniones de adoración en hogares privados. Cuando entré por primera vez en una Iglesia de Cristo, Científico, durante mi primer año en la universidad, para mí no hizo ninguna diferencia que tuvieran pocos miembros. Me encantaba que las Lecciones Sermón de la Biblia abordaran directamente los puntos más difíciles de la teología cristiana, en lugar de evitarlos o atenuarlos.

No obstante, mi progreso espiritual en la Ciencia Cristiana fue lento al principio. Si no hubiera sido por aquella pequeña congregación de dedicados trabajadores, dudo que hubiera seguido con el estudio de la Ciencia Cristiana. De hecho, dudo que hubiera siquiera escuchado hablar de la Ciencia Cristiana.

Con el tiempo llegué a ser un miembro activo de esa iglesia filial. Cuando su congregación se disolvió, encontré otra iglesia de la Ciencia Cristiana en la misma ciudad. Esta también tiene relativamente pocos miembros, pero sus ejemplos me alientan e inspiran de maneras invalorables.

A veces, recuerdo que estos Científicos Cristianos también conocieron una época en que los domingos cada asiento de su edificio estaba lleno, y tal vez hoy tengan dificultades debido a la escasa asistencia. Sin embargo, cuando pienso qué habría sido de mi vida actualmente sin su apoyo, solo deseo que ellos sepan la inmensa gratitud que siento por lo que han hecho y aún siguen haciendo. Espero que entiendan la importancia de su demostración colectiva de iglesia como una institución vital en su comunidad; una que “se halla elevando la raza, despertando el entendimiento dormido de las creencias materiales a la comprensión de las ideas espirituales y la demostración de la Ciencia divina, así echando fuera los demonios, o el error, y sanando a los enfermos” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 583).

Vivimos en una época difícil para las iglesias y la religión en general. En los Estados Unidos, cada vez menos gente tiene alguna afiliación religiosa, y ya no es tan común ni está tan de moda, como fue alguna vez, afiliarse a una iglesia o reunirse en un lugar a adorar a Dios. Al estar ausentes las normas sociales y culturales de años atrás, aquellos que hacen de la iglesia una parte regular de sus vidas deben en general tener una fe y dedicación más firmes como para permanecer en ella. Desde esta perspectiva, pienso que se están estableciendo potencialmente las condiciones para que haya un período realmente notable de demostraciones en la historia del movimiento de la Ciencia Cristiana, y para el desarrollo de un gran bien.

Las generaciones anteriores de Científicos Cristianos han hecho su trabajo. La pregunta es si nosotros haremos el nuestro o no. Yo no menosprecio el hecho de que la Iglesia de Cristo, Científico, aún está aquí hoy. La han mantenido viva todos aquellos que desinteresadamente trabajan para ella, orando y apoyando con paciencia y amor fraternal sus servicios religiosos y actividades mundiales, a fin de mantener abiertas las puertas para todos: para aquel que está afligido y busca consuelo y curación; para el miembro o visitante que simplemente necesita aliento para continuar estudiando la Ciencia del ser ante la apatía y la resistencia del mundo; y para aquellos simplemente interesados en saber acerca del maravilloso descubrimiento de la Ciencia Cristiana que hizo Mary Baker Eddy. 

A veces me he preguntado si es necesario separar un tiempo en mi agenda dos veces a la semana y conducir hasta la iglesia para estar “presente con el Señor” (2 Corintios 5:8, KJV). ¿Nos beneficiamos verdaderamente nosotros y los demás con las oraciones en nuestras iglesias, de las que el Manual de la Iglesia dice “deberán ser ofrecidas colectiva y exclusivamente en pro de las congregaciones” (Mary Baker Eddy, pág. 42)? La respuesta es sí.

Hoy en día, cuando tenemos acceso a casi todo desde la comodidad de nuestro sofá, desde películas clásicas hasta las noticias de última hora, es una tentación creer que también podemos acceder a la iglesia allí. Pero yo comprendo cada vez más que la iglesia es algo a lo que nosotros nos entregamos, física y mentalmente. Esto significa defendernos a diario, en nuestras oraciones, de la sugestión agresiva de que estamos demasiado ocupados, demasiado distraídos, demasiado desalentados, o que por alguna otra razón no podemos asistir a los servicios dominicales y a las reuniones de testimonios de los miércoles. Ambos son vitales para espiritualizar el pensamiento y el progreso humano. Cualquiera sea la resistencia material a la Ciencia Cristiana y a la iglesia que la Sra. Eddy estableció, no puede encontrar un lugar en los corazones de aquellos que han asumido el compromiso de servir a Dios.

Las bendiciones que siguen a esa devoción ciertamente no son menores que las de aquellos que están comprometidos con cualquier causa justa, ya sea una relación, un desempeño profesional, un deporte o un arte. De hecho, pienso que las bendiciones deben ser mucho más grandes, porque la curación del pecado y la enfermedad es la más grande de todas las causas. ¿No merece esta Causa que le demos al menos la misma devoción que damos a las relaciones, profesiones, deportes, artes y demás? Y ¿no merecemos nosotros las bendiciones de esa devoción?

Después de nuestra charla, las dos miembros de la iglesia que conocí en mi viaje me sugirieron que escribiera algo acerca de esto, ya que podría ser muy alentador que otros “fieles” como ellas lo escuchen. 

Como alguien que aprendió la Ciencia Cristiana en una iglesia, quiero ofrecer mi sincera gratitud a todos ustedes quienes han mantenido las puertas abiertas en todo el mundo durante tantas décadas. Les agradezco por haber estado allí cuando yo estuve listo para entrar por esas puertas. Gracias por seguir teniendo la expectativa de que en cada uno de los servicios religiosos los presentes saldrán sanados de las enfermedades que tenían al entrar. Las futuras generaciones también les agradecerán.

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