El invierno pasado, mi esposo y yo viajamos al Caribe de vacaciones con mi hermano y mi cuñada. En la tarde del tercer día, estaba nadando en la piscina cuando comencé a sentirme mareada y con náuseas. Decidí regresar a mi habitación, y cuando iba de camino, empecé a sentir agudos dolores en el estómago. Me sentía muy mal.
Esa noche no fui a cenar y me quedé para enfrentar este problema físico directamente con la oración. Primero traté la creencia de que la comida pudiera tener poder sobre mí. Estábamos en un complejo con todo incluido, lo que quería decir que el precio de la estadía incluía toda la comida. Si bien esta ventaja al principio fue algo divertido, hacía que fuera fácil comer de más y darle demasiado poder a los alimentos.
Comencé a orar para comprender claramente una declaración de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, en una sección en la que describe una curación de indigestión por medio de la Ciencia Cristiana. La declaración dice así: “El alimento tuvo menos poder para ayudarlo o perjudicarlo después que se valió del hecho de que la Mente gobierna al hombre, y que también tuvo menos fe en los así llamados placeres y dolores de la materia” (pág. 222). Empecé a comprender cuán tonto es realmente todo el concepto de que la materia es inteligente, ya que pretende tener cualidades tanto buenas como malas; a veces agradables, otras dolorosas. Para mí era cada vez más claro que nada discordante podía formar parte de mi ser porque no estaba incluido en mi relación con Dios.
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