El invierno pasado, mi esposo y yo viajamos al Caribe de vacaciones con mi hermano y mi cuñada. En la tarde del tercer día, estaba nadando en la piscina cuando comencé a sentirme mareada y con náuseas. Decidí regresar a mi habitación, y cuando iba de camino, empecé a sentir agudos dolores en el estómago. Me sentía muy mal.
Esa noche no fui a cenar y me quedé para enfrentar este problema físico directamente con la oración. Primero traté la creencia de que la comida pudiera tener poder sobre mí. Estábamos en un complejo con todo incluido, lo que quería decir que el precio de la estadía incluía toda la comida. Si bien esta ventaja al principio fue algo divertido, hacía que fuera fácil comer de más y darle demasiado poder a los alimentos.
Comencé a orar para comprender claramente una declaración de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, en una sección en la que describe una curación de indigestión por medio de la Ciencia Cristiana. La declaración dice así: “El alimento tuvo menos poder para ayudarlo o perjudicarlo después que se valió del hecho de que la Mente gobierna al hombre, y que también tuvo menos fe en los así llamados placeres y dolores de la materia” (pág. 222). Empecé a comprender cuán tonto es realmente todo el concepto de que la materia es inteligente, ya que pretende tener cualidades tanto buenas como malas; a veces agradables, otras dolorosas. Para mí era cada vez más claro que nada discordante podía formar parte de mi ser porque no estaba incluido en mi relación con Dios.
Por un rato, me costó sentir alivio, pero continué esforzándome por mantener mi pensamiento correcto y permanecer confiada en el poder de Dios. En un momento dado, mi familia se sentó junto a mi cama y me preguntó si quería escuchar algunos himnos. Les dije que sí, y el primer himno que pusieron fue “Oración vespertina de la madre”, que es uno de mis favoritos y, originalmente, un poema escrito por la Sra. Eddy. Casi tan pronto como escuché las palabras “Gentil presencia, gozo, paz, poder” (Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 207), me quedé dormida.
Dormí la mayor parte de la noche y solo tuve que levantarme pocas veces. Agradecí por este progreso, pero todavía me sentía enferma y débil a la mañana siguiente. Habíamos hecho reservaciones para salir de excursión a un parque acuático ese día y no eran reembolsables. Yo había planeado nadar en una laguna de este parque que es una maravilla natural del país al que habíamos viajado. Así que decidí intentarlo e ir. Sentía que esto era lo mejor para el grupo, y pensé que tal vez al mantenerme firme en mi decisión, me sentiría mejor durante el día.
Cuando llegamos al parque acuático, me sentía en cierto modo como una perdedora. Cuando llegamos al área principal, todos se fueron a nadar en la piscina, y yo simplemente me senté en una silla y lloré por un instante. Ni bien terminó mi momento de autocompasión, supe que no podía continuar así todo el día. Fue entonces que recurrí completamente a Dios. Yo sabía que Él me daría la fortaleza que necesitaba ese día. El himno 320 del Himnario de la Ciencia Cristiana declara:
La fuerza humana flaqueará
y cesará el vigor;
mas los que sirven al Señor
en fuerza crecerán.
(Isaac Watts, trad. © CSBD)
Después del almuerzo, decidimos hacer una caminata hasta la laguna que estaba del otro lado del parque. Mi hermano y su esposa ya habían salido para allá. En el camino había un cartel que decía que se encontraba a unos 1000 metros de distancia. Al hacer el cálculo mentalmente, le dije a mi marido que debíamos ir tan lejos como yo pudiera deteniéndonos cuando fuera necesario. Comenzamos esa caminata, y al pasar cada marca que nos indicaba que estábamos más cerca, empecé a sentirme cada vez más aliviada. En un punto, nos encontramos con una gigantesca serie de escaleras con un puente que atravesaba la jungla. Miré a mi esposo y le dije: “¿Cómo voy a hacer esto?”. Él me respondió: “Apóyate en Dios a cada paso del camino”.
Subí esos escalones, y para cuando alcancé la cima, estaba totalmente libre físicamente. Toda la molestia en el estómago había desaparecido, ya no tenía náuseas y estaba recuperando mi energía. Cuando llegamos a la laguna, ¡estaba completamente sana! Al llegar, mi hermano dijo: “Ah, debes haber sanado en el camino hacia acá”. Me metí en la laguna de un salto y me sentí increíblemente agradecida a Dios, la Verdad divina, por romper el mesmerismo. Continué agradeciéndole durante el resto del día.
Para ilustrar cuán completa fue la curación, al término del día cuando nos estábamos preparando para regresar al hotel, mencioné que yo había querido lanzarme en una tirolesa (zip-line), que se extendía a lo largo de todo el parque e incluía una caminata difícil. Todos estuvieron de acuerdo en que debíamos hacerlo, y ¡lo hicimos con todo éxito! Al trepar por el lado de una pared rocosa, miré hacia abajo a mi familia y dije: “Ayer resolví un desafío para escalar una montaña hoy. ¡Esta es la vida de un Científico Cristiano!”.
Estoy increíblemente agradecida por esta curación y lo que me enseñó sobre nuestra verdadera fuente de energía y salud. Estoy también agradecida a nuestra Guía, Mary Baker Eddy, por aceptar la revelación de Dios de la Ciencia divina de la obra sanadora de Cristo Jesús, y dárnosla a nosotros.
Jacqueline Ball
Jacksonville Beach, Florida, EE.UU.
