Cuando estaba haciendo la transición de ser madre y ama de casa a volver a trabajar, oré a Dios en busca de guía para saber cuál era el siguiente paso correcto para mí y mi familia. Fui guiada a tomar un curso para ser agente de bienes raíces, y después de aprobar el examen para obtener la licencia correspondiente, me anoté para trabajar para un agente inmobiliario.
Sin embargo, durante el entrenamiento en la oficina comencé a dudar si había sido guiada a elegir la profesión correcta. Las clases se centraban más en cómo convencer a los clientes, algo con lo que no me sentía cómoda. Había pensado que recibiría apoyo desde la perspectiva de la atención al cliente en la que yo realmente representara las necesidades tanto del comprador como del vendedor. Pero el entrenamiento consistía más en influenciar a los clientes con preguntas ya preparadas con la intención de superar sus objeciones. La prioridad absoluta era concretar una venta.
En lugar de aceptar la forma mundana de pensar, me esforcé por orar y buscar la verdad acerca de lo que Dios tenía preparado para mí. Comencé afirmando que nuestro Padre-Madre divino nos conoce a cada uno de nosotros como Su imagen y semejanza; la amada expresión de todo lo que Dios es, eternamente inseparable de Él. Las consecuencias de esta verdad son infinitas y nos impulsan a mirar desde esta perspectiva espiritual en todo aspecto de nuestra vida.
Pablo, en su epístola a los Romanos, nos alienta a ver más allá de una perspectiva limitada y mundana acerca de nosotros mismos: “No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar. Entonces aprenderán a conocer la voluntad de Dios para ustedes, la cual es buena, agradable y perfecta” (Romanos 12:2, NTV).
Puesto que Dios es el bien infinito, Su voluntad puede incluir solo bondad y perfección para cada uno de nosotros porque somos Su imagen. Reconocer esta verdad espiritual con regularidad cuando oramos aclara nuestra perspectiva e impide que adoptemos un punto de vista material y limitado.
A medida que oraba para ver mi situación espiritualmente, me vino la respuesta de que la opinión del mundo (o por lo menos el punto de vista predominante de los bienes raíces), de cuál es la mejor forma de ayudar a la gente a encontrar y vender una casa, no tenía por qué ser mi opinión. Estaba libre de actuar conforme a la inspiración que me venía de Dios.
Mi reconocimiento de lo que representa el hogar está definido por el Salmo 23 y la interpretación espiritual que Mary Baker Eddy hace del mismo en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. En la página 578 ella dice: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa [la consciencia] del [amor] moraré por largos días”.
Tenía la seguridad de que este aprecio por lo que es verdaderamente el hogar —la consciencia del Amor, Dios— apoyaría mi trabajo, y que la opinión humana y limitada de comprar y vender una casa no tenía que definir mi enfoque.
Otro punto de vista mundano prevaleciente era que mi éxito como agente dependería en parte de las personas que yo conociera. Pero como hacía poco que nos habíamos mudado a nuestra ciudad, realmente yo no tenía una red inmobiliaria. No obstante, me vino la reconfortante idea de que mi éxito estaría determinado sin duda por aquel a quien yo conocía: conocía a Dios.
Puedo decir con mucha gratitud que los cinco años que trabajé en bienes raíces fueron muy exitosos en todo sentido de la palabra, y respondieron ampliamente a las metas de nuestra familia hasta que fuimos guiados a aceptar una nueva oportunidad en otro estado. Esto me demostró el valor de basar nuestra opinión, y por lo tanto nuestros pensamientos y acciones, en lo que Dios conoce, más bien que en lo que piensa el mundo.
La Sra. Eddy nos alienta a que nos aseguremos de reconocer y seguir la dirección de Dios al cumplir con el propósito que Él tiene para nosotros, en lugar de permitir que las opiniones del mundo determinen nuestra vida. En Ciencia y Salud, ella usa la metáfora de un escultor al referirse a su modelo mientras trabaja. Ella compara esto con las personas que esculpen su pensamiento ya sea de un modelo mortal e imperfecto o uno espiritual y perfecto.
“¿No oyes a toda la humanidad hablar del modelo imperfecto?”, escribe en la página 248. “El mundo lo está manteniendo ante tu vista continuamente. El resultado es que estás propenso a seguir esos patrones inferiores, limitar la obra de tu vida y adoptar en tu experiencia el diseño anguloso y la deformidad de los modelos de la materia.
“Para remediar esto, debemos primero volver nuestra mirada en la dirección correcta, y luego seguir ese camino. Debemos formar modelos perfectos en el pensamiento y mirarlos continuamente, o nunca los tallaremos en vidas grandes y nobles”.
Un pasaje de la Biblia que se lee al término de los servicios religiosos dominicales de la Ciencia Cristiana incluye una referencia a “el mundo” que destaca cuál debería ser nuestro enfoque: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él” (1 Juan 3:1). La forma mundana de pensar no puede ver la magnitud del amor que Dios tiene por nosotros al ser Sus hijos espirituales. La opinión prevaleciente acerca del hombre como una persona material separada de Dios pasa por alto la importancia del mensaje de Cristo Jesús acerca de la unidad del hombre con el Padre.
Es la oración sincera la que nos revela la dirección de Dios.
El texto bíblico luego declara que nuestra filiación con Dios es ahora y para siempre, y que nuestra percepción correcta de Jesús y su misión esclarece esta filiación. Como explica Ciencia y Salud: “Ni el origen, el carácter, ni la obra de Jesús, fueron generalmente comprendidos. Ni una sola parte constitutiva de su naturaleza fue juzgada con acierto por el mundo material” (pág. 28).
Es necesario estar constantemente alerta para demostrar la verdad de nuestra unidad con Dios y rechazar las suposiciones mundanas acerca de nuestras vidas.
El año pasado falleció mi amado esposo con quien estuve casada 39 años. Él era el mejor amigo, marido, padre y abuelo que yo haya conocido. Ambos reconocíamos que Dios nos había unido, y estábamos agradecidos porque eso era evidente en el feliz y bendito compañerismo que teníamos constantemente.
¿Qué efecto piensa el mundo que debe producir un fallecimiento en aquellos que quedan atrás? Se espera que sientan dolor, incluso se tiene la errada percepción de que la tristeza forma parte de honrar verdaderamente al ser querido que murió. Sin embargo, la Ciencia Cristiana nos recuerda que Jesús insistía en que todos somos uno con Dios, siempre, a pesar de lo que el mundo piense.
Al mencionar la oración de Jesús a Dios antes de su crucifixión, la Biblia dice: “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno” (Juan 17:22). Y Ciencia y Salud expresa: “Así como una gota de agua es una con el océano, un rayo de luz uno con el sol, así Dios y el hombre, Padre e hijo, son uno en el ser” (pág. 361).
Honestamente y llena de gratitud puedo decir que estar convencida de estas verdades ha impedido que sienta tristeza. De inmediato, sentí tangiblemente el amor de mi esposo por mí, y el amor de Dios por nosotros dos. La seguridad de que ninguno de nosotros podía jamás estar separado del Amor impidió que yo sintiera compasión por mí misma, y me convenció de que mi esposo continuaba glorificando a Dios y demostrando el propósito que Dios tenía para él.
Mi gratitud por el constante cuidado de Dios por nosotros me sostuvo totalmente los primeros días después que falleció mi esposo: al homenajearlo con alegría junto a miembros cercanos de la familia con quienes me reuní, al continuar participando ininterrumpidamente en la iglesia dos veces a la semana, al consolar a otros que lo extrañaban o estaban preocupados por mí, y al tomar con claridad y confianza las decisiones que se presentaron.
Más prueba de este dominio se produjo cuando mi esposo fue galardonado unas semanas después en una reunión en nuestra universidad. Me sentí muy contenta de poder participar en el reconocimiento de su contribución a nuestra alma máter, donde habíamos vivido y trabajado durante los últimos diez años. Mientras conducía de camino a la reunión, comencé a cantar himnos llena de felicidad. Y al cantar el “Himno de Comunión” de la Sra. Eddy, me impactaron estas palabras:
Al triste llama: “Ven a mi pecho,
tu llanto seca el Amor;
tu tristeza borrará,
y feliz te llevará
a la gloria del día sin fin”.
(Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 298)
Me sentí desconcertada de que esta estrofa particularmente me hubiera quedado en el pensamiento, ya que no podía identificarme con las referencias a las lágrimas o a la tristeza. Entonces recordé que parte de mi propósito para asistir a esta reunión era ser testigo de cómo el Amor haría desaparecer la tristeza de cualquiera de los presentes que necesitara ser consolado. Estoy muy agradecida por esta inspiración y la mayor preparación de mi pensamiento, ya que no solo pude asegurarles a mis colegas de la universidad que yo estaba bien, sino que también pude consolar a algunos que apreciaron la convicción de que podíamos recordar todas las buenas cualidades que mi marido expresaba sin rastro alguno de tristeza. Puesto que Dios es nuestro creador, la fuente de todo lo que realmente somos, sabemos que la individualidad única y eterna de cada uno de nosotros es eternamente uno con Dios y se expresa continuamente.
La forma de pensar del mundo, con sus consecuencias y restricciones basadas en los puntos de vista materiales y limitados, no tiene incidencia alguna sobre nosotros. Al vigilar la dirección de nuestro pensamiento y reconocer que Dios, la Mente divina, es la verdadera fuente de todas las ideas, podemos elevarnos por encima de toda tentación de limitar la libertad que Dios nos ha dado. Esta actitud honra a Dios, nuestro creador, como el Primer Mandamiento nos instruye: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3).
Se necesita disciplina para escuchar únicamente lo que Dios nos está indicando hacer, pero nuestra humilde disposición para obedecer este mandamiento nos mantiene espiritualmente en el rumbo correcto. Es la oración sincera la que nos revela la dirección de Dios. A medida que actuamos partiendo del valor y la alegría perdurables que nos pertenece por ser la expresión del Espíritu divino, hallamos oportunidades para demostrar nuestro verdadero propósito, nuestro potencial ilimitado y nuestra unidad eterna con el Amor.
