Cuando estaba haciendo la transición de ser madre y ama de casa a volver a trabajar, oré a Dios en busca de guía para saber cuál era el siguiente paso correcto para mí y mi familia. Fui guiada a tomar un curso para ser agente de bienes raíces, y después de aprobar el examen para obtener la licencia correspondiente, me anoté para trabajar para un agente inmobiliario.
Sin embargo, durante el entrenamiento en la oficina comencé a dudar si había sido guiada a elegir la profesión correcta. Las clases se centraban más en cómo convencer a los clientes, algo con lo que no me sentía cómoda. Había pensado que recibiría apoyo desde la perspectiva de la atención al cliente en la que yo realmente representara las necesidades tanto del comprador como del vendedor. Pero el entrenamiento consistía más en influenciar a los clientes con preguntas ya preparadas con la intención de superar sus objeciones. La prioridad absoluta era concretar una venta.
En lugar de aceptar la forma mundana de pensar, me esforcé por orar y buscar la verdad acerca de lo que Dios tenía preparado para mí. Comencé afirmando que nuestro Padre-Madre divino nos conoce a cada uno de nosotros como Su imagen y semejanza; la amada expresión de todo lo que Dios es, eternamente inseparable de Él. Las consecuencias de esta verdad son infinitas y nos impulsan a mirar desde esta perspectiva espiritual en todo aspecto de nuestra vida.
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