Recientemente, estuve en un viaje de negocios que me llevó a zonas climáticas muy diferentes, desde una ciudad a grandes alturas, hasta el trópico. Una noche calurosa y húmeda, me sentí muy enferma en la habitación del hotel. Me caí en el piso de piedra del baño y perdí el conocimiento. Cuando recuperé la conciencia, me sentía muy débil. Me levanté, logré llegar a la cama, y comencé a orar.
De inmediato, pensé en una oración a la que recurro con frecuencia: “La oración diaria”. Se encuentra en el Manual de La Iglesia Madre por Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, pero su aplicación es verdaderamente universal: “‘Venga Tu reino’; haz que el reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos se establezca en mí, y quita de mí todo pecado; ¡y que Tu Palabra fecunde los afectos de toda la humanidad, y la gobierne!” (pág. 41).
Perdía y recuperaba la conciencia, pero me aferré a esa idea de que el reino de Dios —la Verdad, la Vida y el Amor divinos— estaban establecidos “en mí”. Esto me recordó que en mí no puede haber nada que no exprese la omnipotencia de la Verdad, la omnipresencia de la Vida y la absoluta armonía del Amor. Nada puede estar presente en el linaje de Dios, del Espíritu —el cual me incluye a mí— excepto la expresión perfecta de Él Mismo. Su reflejo espiritual y perfecto no puede sufrir, estar enfermo o desmayarse. Por ser el reflejo de Dios, el hombre está eternamente fortalecido por la Vida y el Amor divinos.
Esto ayudó a eliminar el temor de estar sola o sujeta a la altura, el calor, la humedad o el agotamiento. Comprendí que nada podía separarme ni por un instante de Dios. Sentí algo de la convicción del apóstol Pablo de que “ni la muerte, …ni lo alto, ni lo profundo, …nos podrá separar del amor de Dios” (Romanos 8:38, 39).
También pensé en lo que significa que todo pecado me podía ser “quita[do]”. Oraba para comprender que no hay nada en mi naturaleza espiritual y verdadera que pueda ser menos que puro. Y puesto que Dios es Todo, o infinito, no hay factores externos que puedan tener alguna influencia en la creación espiritual de Dios, la cual solo está sujeta a la ley divina. Me vino a la mente una poderosa declaración de la Sra. Eddy en la que ella se refiere al “Dios siempre presente —en el cual no hay oscuridad, sino que todo es luz, y en el cual mora el ser inmortal del hombre” (Mensaje a La Iglesia Madre para 1902, pág. 16).
¿Comprendía real y verdaderamente que no existe ninguna causa que pueda hacerle daño a la expresión de Dios? Sí, en cierto grado, y es precisamente la comprensión de este hecho lo que nos capacita para superar el temor y tener una curación.
En poco tiempo, toda la debilidad, las náuseas y la fatiga desaparecieron. A la mañana siguiente yo tenía una reunión muy temprano, y después debía volar a otro destino con mi delegación. Yo estaba perfectamente bien, centrada por completo en mis actividades y llena de energía y gratitud.
Podemos recurrir a “La oración diaria” en busca de inspiración en todo momento, de día y de noche. Aquella noche me ayudó a reconocer que nuestra verdadera vida no está basada en la materia, sino que está establecida en la Verdad divina, en la Vida y el Amor infinitos. Cuando nos volvemos a Dios de todo corazón, somos capaces de sentir este reino del Amor dentro de nosotros, ceder a él y experimentarlo.
Estoy muy agradecida por esta rápida curación. Me regocijo por haber experimentado que “El Señor es Dios y nos ha dado luz” (Salmos 118:27, LBLA).
Ursula B. Müller
Princeton, Nueva Jersey, EE.UU.
