De todos los acontecimientos susceptibles de convertirse en un recuerdo compartido a nivel mundial, el encierro debido a la pandemia no fue lo que la mayoría de nosotros hubiera imaginado o deseado. Sin embargo, ahora la mayor parte de la humanidad sabe lo que se siente al ser obligados a “refugiarse en su lugar”. Si bien la experiencia del encierro puede resultar en una gran innovación y espíritu comunitario, también puede generar sentimientos estresantes de aislamiento e inutilidad o, por el contrario, tensión por tener demasiadas personas en la casa, lo que conlleva responsabilidades adicionales inesperadas.
Cualesquiera sean las dificultades que enfrentemos, dentro o fuera de un período de encierro, Dios, que es el Amor divino, infinito e inagotable, es capaz de liberarnos de ellos, como lo experimentó el salmista. Él cantó acerca de la divinidad: “En medio de mi angustia invoqué al Señor; el Señor me respondió y me puso en un lugar espacioso” (Salmos 118:5, LBLA).
Durante un encierro, podríamos sentir que el “lugar espacioso” en el que queremos estar establecidos es cualquier espacio fuera de nuestras conocidas cuatro paredes, o si no tenemos un lugar propio, cualquier espacio con cuatro paredes al que podamos llamar hogar. En ambos casos, el “lugar espacioso” en el que Dios nos ubica no es un sitio; es un estado mental que la Biblia describe como “el reino de Dios”. Este reino divino es la consciencia espiritual de la infinita omnipresencia y el gobierno supremo del Amor divino que siempre están a la mano para que todos los descubramos y comencemos a experimentar. Esto es cierto independientemente de si podemos andar por la calle o encontrar un refugio tradicional. Como dijo Jesús: “El reino de Dios no vendrá con señales visibles, ni dirán: Aquí está, o allí está; porque el reino de Dios dentro de ustedes mismos está” (Lucas 17:20, 21, KJV).
Esto es liberador. Significa que todo lo que pensamos que está “allá afuera” y es inalcanzable, está realmente al alcance de nuestra verdadera consciencia justo donde estamos. Por ejemplo, la calidez y el afecto que nuestros corazones anhelan recibir de, o quieren compartir con, aquellos con quienes no podemos estar, están presentes en el Amor divino que dicho cuidado mutuo siempre representa. Nuestra verdadera consciencia está poblada de intuiciones espirituales e ideas que provienen de Dios, nuestra Mente divina. En una desviación radical del concepto tradicional de que los ángeles son seres divinos, la Ciencia Cristiana revela que son pensamientos puros de Dios, transmitidos directamente a todos nosotros y nos brindan la sensación más maravillosa de ser amados. En una reflexión llamada “Ángeles”, por Mary Baker Eddy, ella los describe de la siguiente manera: “Cuando nos visitan ángeles, no oímos el ruido apacible de alas, ni sentimos el suave toque del emplumado pecho de una paloma; pero reconocemos su presencia por el amor que despiertan en nuestros corazones” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 306).
Dirigiéndose a los lectores, la autora agrega el sincero deseo de que sintamos este amor espiritual profundamente satisfactorio, y su anhelo puede convertirse en nuestra oración por nosotros mismos al reemplazar las palabras ustedes y vuestro por nosotros y nuestro: “¡Oh, que [sintamos] este toque! —no se trata del apretón de manos, ni de la presencia de algún ser querido; es más que esto: ¡es una idea espiritual que ilumina [nuestro] camino!”.
Esas ideas espirituales angelicales iluminan el camino, transforman nuestros corazones y nos liberan de limitaciones y desarmonías. Jesús demostró esto al sanar trastornos físicos y mentales, superar la escasez y transformar el carácter. Estos cambios se produjeron por la influencia del Cristo, la idea clara de la naturaleza espiritual de Dios y nuestra semejanza a Él, que Jesús representó y vivió mientras iba de aldea en aldea.
Esta misma idea espiritual le vino a San Juan y lo capacitó para recibir, registrar y transmitir una visión clara y perdurable del reino de Dios mientras se hallaba confinado en un lugar. Estaba, en efecto, encerrado, exiliado en la isla griega de Patmos cuando vio “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Apocalipsis 21:1). Su profunda experiencia espiritual en semejantes circunstancias puede ser una inspiración para nosotros si nos sentimos aislados o abrumados, cualquiera sea la causa de esos sentimientos. La clave para liberarnos de sentimientos de aislamiento o agobio no es principalmente el cambio de las circunstancias físicas que tan profundamente deseamos. Esta libertad viene al comprender el amor pleno, lleno de propósito y activo de Dios, ya presente con nosotros y que realmente nos gobierna. Viene con la comprensión de que “Dios os da Sus ideas espirituales, y ellas, a su vez, os dan vuestra provisión diaria” (Escritos Misceláneos, pág. 307).
Estas ideas espirituales nos liberan de la mentalidad mortal de la que derivan la enfermedad, la escasez, la soledad y otras experiencias humanas discordantes. Esta mentalidad mortal cree que estamos en un encierro permanente desde la cuna hasta la tumba. Es decir, cree que estamos restringidos para siempre por la materia y confinados a sus limitaciones. En realidad, esta mentalidad mortal está totalmente excluida de toda existencia, porque no tiene lugar en la Mente inmortal, Dios, y esta Mente divina es infinita, es Todo.
Por ser hijos de Dios, nuestra verdadera identidad, sin restricciones de la materia, es espiritual y libre. Siempre podemos tomar consciencia del hecho de que Dios es nuestra verdadera Mente al calmar nuestros pensamientos para escuchar al Cristo que nos habla. Los frutos de ese escuchar espiritual son principalmente mentales, como se describe en la obra principal de la Sra. Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, donde dice: “Al contemplar las infinitas tareas de la verdad, hacemos una pausa, esperamos en Dios. Luego avanzamos, hasta que el pensamiento ilimitado se adelanta extasiado, y a la concepción sin confines le son dadas alas para alcanzar la gloria divina” (pág. 323). Ese “pensamiento ilimitado” y “concepción sin confines” se encuentran en la consciencia semejante al Cristo de la totalidad de Dios, que podemos conocer más plenamente. Nunca se puede encerrar. Dentro de ella hay un depósito ilimitado de ideas espirituales que nos llevan a soluciones prácticas.
Ya sea que nos sintamos sobrecargados o poco ocupados, dentro o fuera del confinamiento, nuestra verdadera vida es un “refugio en el lugar” permanente, que nos protege con seguridad en ese “lugar espacioso” e ilimitado acerca del cual cantó el salmista. Es nuestra vida espiritual dentro de la Mente que es Dios, en la que la armonía, la salud, la alegría, el propósito y la satisfacción no dependen de dónde estamos, sino de lo que somos, como hijos e hijas de Dios que incesantemente cuidan de los demás y son cuidados.
Tony Lobl
Redactor Adjunto