Mis padres conocieron la Ciencia Cristiana hace muchas décadas, cuando un pariente los convenció de que llamaran a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí, su hija infante. Los médicos les habían dicho que yo no sobreviviría una enfermedad natal, pero sané instantáneamente durante la visita del practicista. Mis padres de inmediato se transformaron en devotos estudiantes de la Ciencia Cristiana. Cuando llegué a la edad necesaria, me inscribieron en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, y asistí a las reuniones de testimonios de los miércoles con mis padres mientras crecía. En consecuencia, he tenido muchas oportunidades a lo largo de mi vida de comprobar el poder armonizador de la Ciencia del Cristo, la verdad que Jesús vino a demostrar y enseñar.
Estoy especialmente agradecida por una curación que tuve recientemente al cambiar de “altitud”, o tomar consciencia espiritual. El verano pasado tuve un sarpullido en el cuello y los hombros, y mi peluquera pensó que lo causaba un producto que usaba en mí. Ella sabe que me apoyo en Dios para sanar, y he compartido reconfortantes publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana con ella cuando ha tenido desafíos, así que no me presionó para que buscara ayuda médica. Pero todas las semanas expresaba su preocupación por la condición en mi piel, y yo estaba ansiosa de saber cómo responderle.
Una semana el tema de la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana era “Mente”, y dos pasajes me llamaron la atención: “Yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar” (Éxodo 4:12), y “para saber hablar palabras al cansado” (Isaías 50:4). Entonces fui a mi cita con la peluquera con confianza en lugar de miedo, y no hubo ningún comentario más sobre mi piel.
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