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Original Web

La bondad de Dios es ininterrumpida

Del número de septiembre de 2020 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 29 de junio de 2020 como original para la Web.


Al contemplar el mundo de hoy, tal vez sea tentador creer que existen otras fuerzas aparte de Dios, el bien, para actuar, a veces destructivamente, sobre la humanidad. Una de las principales tendencias en el pensamiento común es aceptar que la enfermedad, la desesperación e incluso la muerte vienen al mundo en patrones cíclicos. Específicamente, una creencia supersticiosa que se destaca es que las pandemias mundiales vienen en ciclos de cien años; que en 1720, fue la peste bubónica; en 1820, el cólera; en 1920, la gripe española; y en 2020, el coronavirus. Sin embargo, de acuerdo con un artículo de factcheck.afp.com (“Health experts dismiss false claim that COVID-19 fits a pattern of viral outbreaks every 100 years,” March 16, 2020), las fechas que se creía estaban asociadas con la llegada de estas enfermedades no son ni remotamente precisas. Pero el punto aquí es que creer en un patrón así promueve las actitudes fatalistas en lugar de ser oportunidades para sanar todo lo que amenace a la humanidad.

En su libro de texto sobre la oración y la curación, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, ofrece una manera de proceder al respecto. Ella escribe: “Es nuestra ignorancia de Dios, el Principio divino, lo que produce la aparente discordancia, y el entendimiento correcto de Él restaura la armonía” (pág. 390).

A lo largo de la historia, Dios ha sido presentado al mundo de manera errónea y distorsionada, debido incluso a la ignorancia; un ejemplo común de ello es la creencia de que Él manda o permite el mal. Por medio de sus acciones, Cristo Jesús, el Hijo de Dios, corrigió ese punto de vista. Si Dios mandara o permitiera la enfermedad, el pecado y la muerte, entonces Jesús hubiera ido en contra de Dios al sanarlos. Sin embargo, Jesús sanó a una innumerable cantidad de personas recurriendo directamente al poder de Dios y a su clara comprensión de que Dios es el bien supremo.

“Ninguno hay bueno sino uno: Dios”, declaró Jesús (Mateo 19:17). Cuando la gente descubre que Dios es puramente bueno y que este bien divino constituye toda acción verdadera, comienza a experimentar Su majestuosa bondad reiterada y tangiblemente. El estudio de la Ciencia Cristiana revela la belleza de la bondad de Dios en acción.

Aceptar y comprender que Dios es literalmente supremo sobre todo puede transformarse en nuestra perspectiva al orar con eficacia por la humanidad.

 Por ejemplo, en Ciencia y Salud la Sra. Eddy cuenta cómo sanó a una paciente que sufría de tuberculosis. Esto se logró tan solo mediante la oración; oración que reconoce la supremacía de Dios, el bien. Ciencia y Salud describe cómo oró la autora después de enterarse de que esta paciente sufría cada vez que el viento venía del este: “Me senté a su lado en silencio por unos momentos. Comenzó a respirar suavemente. Las inspiraciones eran profundas y naturales. Le pedí entonces que mirara la veleta. Miró y vio que señalaba exactamente hacia el este. El viento no había cambiado, pero su pensamiento acerca de él sí y por eso su dificultad para respirar había desaparecido. El viento no había producido la dificultad. Mi tratamiento metafísico cambió la acción de su creencia sobre los pulmones, y jamás volvió a sufrir a causa de los vientos del este, sino que su salud le fue restablecida” (págs. 184–185).

Para esa mujer debe de haber sido un gran alivio ser liberada de los efectos de una creencia supersticiosa en las reiteradas fases del mal relacionado con el viento. Tal vez nos llame un poco la atención este relato, pero toda creencia en sucesos cíclicos que supuestamente traen sufrimiento es igualmente infundada en el orden divino, y puede descartarse por medio de una comprensión más verdadera y más profunda de Dios. 

La Ciencia Cristiana enseña que Dios, supremo en todas Sus acciones, opera ininterrumpidamente como Gobernante de la totalidad de la existencia, la cual es realmente espiritual y buena, no material ni sujeta al mal. Y por ser Su creación —la imagen y semejanza espiritual o ideas de Dios— nos beneficiamos grandemente de esta autoridad del bien divino. 

¿Te parece difícil aceptar esto? Entonces considera esta declaración de Ciencia y Salud: “Si el pensamiento se sobresalta por la fuerza con que la Ciencia reivindica la supremacía de Dios, o la Verdad, y duda de la supremacía del bien, ¿no debiéramos, por el contrario, asombrarnos de las vigorosas pretensiones del mal y dudar de ellas, y ya no pensar que es natural amar el pecado e innatural abandonarlo, ya no imaginar que el mal está siempre presente y el bien ausente?” (pág. 130).

Las proyecciones respecto a los ciclos del mal y la enfermedad siempre son conjeturales, supersticiosas; no son concretas y no tienen autoridad verdadera. Las declaraciones de que la enfermedad, el pecado, la escasez, la injusticia y la muerte son inevitables nos inducen a unirnos al mundo y doblegarnos y temerlos. Ante estos temores respecto a los males cíclicos, es muy importante obtener y mantener continuamente la conciencia de la supremacía de Dios para no ser engañados por ellos. Al conocer la supremacía de Dios, el Amor divino —y mantenernos alertas a esa realidad— no podrán convencernos de ninguna superstición ni nos harán honrarla. 

Mantente vigilante para defender tu firme conocimiento de la supremacía divina, lo cual significa que el mal no tiene realidad, autoridad o actividad. Conoce la realidad de la supremacía de Dios. Aceptar y comprender que Dios es literalmente supremo sobre todo puede transformarse en nuestro punto de vista y perspectiva al orar con eficacia por la humanidad. Es una alegría abrazar esta posición y permitir que penetre profundamente en todo lo que pensamos y hacemos. Bajo la absoluta autoridad de Dios, la noción de que la enfermedad pueda existir, actuar cíclicamente y moverse contagiando de un individuo a otro —de una de las ideas espirituales de Dios a otra— es expuesta como una mentira, totalmente infundada. 

Si lees íntegramente los cuatro Evangelios de la Biblia, notarás que Jesús nunca subestimó el constante poder, acción y gobierno de Dios. En todas sus obras sanadoras, y al defenderse a sí mismo, el recurrió total y firmemente a la supremacía e ininterrumpida autoridad de Dios, sabiendo que él reflejaba ese poder. Declaró: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18).

A ti y a mí nos es dado este mismo poder de Dios para sanar y defender. Jesús fue nuestro ejemplo, de manera que lo que Dios le proporcionó a Jesús, también nos lo dio a nosotros. Dios, quien es la Verdad divina, nos defiende, no contra ciclos reales de enfermedad, escasez e injusticia, sino contra la noción de que esos ciclos de enfermedad, escasez e injusticia puedan existir o ser reales. En la omniacción de Dios no hay enfermedad recurrente, y, por lo tanto, no hay razón para el temor recurrente. Para ayudar a todos a liberarse de los ciclos de sufrimiento, nuestra oración por el mundo puede incluir mantener nuestra perspectiva persistentemente en esta verdad espiritual: La absoluta bondad de Dios es lo único que se repite, siglo tras siglo.

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