Al considerar los trágicos hechos ocurridos recientemente en mi estado natal de Georgia y en Minnesota, publicados en titulares a nivel mundial, encuentro esperanza en estas palabras de Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana: “De la necesidad de elevar la raza nace el hecho de que la Mente puede hacerlo; pues la Mente puede impartir pureza en lugar de impureza, fuerza en lugar de debilidad y salud en lugar de enfermedad” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 371).
Experimenté personalmente el poder purificador y sanador de Dios, la Mente divina, cuando era adolescente en los años 1960, y trabajaba en un programa de guardería para niños de color en una zona rural. Una noche estaba en la casa de mi amiga cuando su papá pidió reunirnos en la sala después de la cena, lo que siempre quería decir que estaba enojado con una de nosotras, y esta vez era conmigo. Dijo que se había enterado del trabajo que hacía, y que me habían visto sosteniendo las manos de uno de los niños para cruzar la calle, y también con otro niño sentado en mi regazo. Él sentía que esas acciones afectuosas merecían un castigo corporal severo.
Él me preguntó: “¿Niegas esto?”. En lugar de responder de inmediato admitiendo lo sucedido, me volví rápidamente a Dios como la ayuda siempre presente en las tribulaciones (véase Salmos 46:1). Pensé en la historia de Daniel en la Biblia, quien fue arrojado a un foso de leones por adorar a Dios en lugar de al rey. A la mañana siguiente, el rey fue a ver si Dios había mantenido a salvo a Daniel. Este respondió: “Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño, porque ante él fui hallado inocente; y aun delante de ti, oh rey, yo no he hecho nada malo” (Daniel 6:22).
Pensé que Daniel esperaba que el rey percibiera su inocencia. Y lo hizo. Pero esto significa que él mismo debe de haber tenido un sentido innato de la inocencia, para poder discernirlo en otra persona. La Ciencia Cristiana explica que, por ser hijos de Dios —la expresión espiritual de la pureza y la bondad divinas— la inocencia forma parte de la naturaleza misma de cada uno de nosotros.
La inocencia es innata en el hombre y en la mujer porque Dios los creó.
De modo que, fundamentalmente, el rey era hijo de Dios, y la tendencia a actuar erróneamente era una imposición a la verdadera naturaleza espiritual del rey (quien, desde el comienzo, no había querido poner a Daniel en el foso de los leones, sino que había sido engañado para que lo hiciera). Dios, el Amor divino, es la única causa legítima. Solo este Amor puede realmente actuar y prevalecer. El hombre como Dios lo hizo no es un mortal malvado, sino inocente, libre de toda maldad.
Fue muy claro para mí que el único poder y motivador verdadero es Dios, el Amor divino, quien no podía permitir que ninguno de Sus hijos odiara o lastimara a otro. En un artículo llamado “Amor”, la Sra. Eddy escribe: “¡Qué palabra ésta! Con asombro reverente me inclino ante ella. ¡Sobre cuántos miles de mundos tiene alcance y es soberana! Aquello que no se deriva de cosa alguna, lo incomparable, el Todo infinito del bien, el Dios único, es Amor” (Escritos Misceláneos 1883-1896, págs. 249-250).
Le respondí al papá de mi amiga: “Dios ama a ese niñito. ¿Por qué no lo ama usted?”. Eso pareció exacerbar aún más su ira, entonces agregué: “Dios lo ama a usted también, y usted debe amar a todos los que Dios ama”.
Me sorprendió su reacción. Arrojó al suelo el cinturón que tenía en la mano, me abrazó y comenzó a sollozar. Cuando recuperó el control, se enderezó y dijo: “Salgan de aquí y hagan lo que sea que tengan que hacer”. Ese fue el fin del asunto.
Es la creencia errada de que el hombre es fundamentalmente material y está sujeto a la mente carnal lo que nos impulsa a odiar, despreciar o lastimar a los demás. La inocencia es innata en el hombre y en la mujer porque Dios los creó a Su imagen espiritual, capaces solo de hacer el bien y libres de animadversión, odio, prepotencia o sentirse superior a los demás.
El libro del Apocalipsis habla de un Cordero y de un dragón que batalla contra la inocencia. El Cordero representa al Cristo, la Verdad, el cual está presente con todos para anular la aparente validez de la mente carnal. Todos podemos atestiguar el poder y la presencia del Cristo, revelando que la verdadera naturaleza de todos es espiritual, impecable, la imagen del Amor, como Dios nos hizo.
Ciencia y Salud explica: “La inocencia y la Verdad vencen la culpa y el error” (pág. 568). ¡Qué declaración más poderosa! Al mantenernos firmes a favor de la inocencia espiritual que nos pertenece a todos, seremos testigos cada vez más del amor omnipotente de la Mente divina que “eleva la raza”.