Cuando mis cuatro hijos tenían entre dos y siete años, jugaban todos los días con sus cuatro amigos que vivían del otro lado del pasillo enfrente de nosotros. Todos los niños del vecino se enfermaron de varicela, y su padre comentó que él creía que mis hijos también se enfermarían.
No obstante, debido a mi estudio de la Ciencia Cristiana, comprendí que el contagio no es inevitable. Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Lloramos porque otros lloran, bostezamos porque ellos bostezan, y tenemos viruela porque otros la tienen; pero la mente mortal, no la materia, contiene y es portadora de la infección” (pág. 153).
Este libro explica que el temor causa la enfermedad, y que eliminar el miedo es el primer paso para sanarla. Así que yo estaba aprendiendo que, puesto que el contagio es mental, no debía mantener en el pensamiento temor a nada que no quisiera experimentar o ver en mi familia.
Afirmé en oración que no tenía miedo a la varicela, sino que más bien creía en esta declaración de Primera de Juan: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (4:18). Yo sabía que la ley del Amor divino podía echar fuera el temor al contagio, y que podía confiar en esa ley.
Al orar por mis hijos, me esforzaba por seguir esta instrucción de la página 208 de Ciencia y Salud: “Abrazas tu cuerpo en tu pensamiento, y debieras delinear en él pensamientos de salud, no de enfermedad”.
Mis hijos mayores estaban comenzando a comprender cómo experimentar el poder sanador de Dios por medio de sus propias oraciones. A menudo leíamos y hablábamos juntos sobre las historias de la Biblia. Esta vez leímos el relato de la creación en el primer capítulo del Génesis. Varios versículos se destacaron: “Dios creó al hombre a su imagen… Y Dios los bendijo, y les dijo… tengan dominio… Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era muy bueno” (versículos 27, 28, 31, KJV).
Les recordé a los niños que hombre quiere decir todo el mundo, incluidos ellos, y que todos somos linaje de Dios, del Espíritu, creados perfectamente a Su imagen, y, por lo tanto, espirituales. Analizamos que todo lo que Dios crea es muy bueno, y puesto que Él crea solo lo bueno, no podía crear la varicela. Así que no tenemos que tenerle miedo.
Les expliqué que dominio se refiere al poder que Dios les dio sobre todo aquello en sus vidas que desafíe Su bondad. Sin embargo, ellos tenían que reclamar ese dominio. Si se olvidaban su abrigo en la escuela y luego lo necesitaban, tendrían que regresar a la oficina de objetos perdidos para reclamarlo; y lo mismo ocurría con su dominio. Si bien en el reino de Dios no existe la varicela, ellos tenían que recurrir a Dios en oración y reclamar el dominio que tienen sobre ella; no temerle o pensar que tiene poder, porque la verdad es que la enfermedad no tiene realidad ni poder. También sabíamos que sus amigos eran igualmente hijos de Dios, y tenían este mismo dominio.
¿Cuál fue el resultado? La varicela no tuvo poder sobre nuestra familia. Ninguno de mis hijos enfermó del virus, y nos sentimos muy agradecidos cuando nos enteramos de que sus amigos se recuperaron mucho más rápido de lo que usualmente ocurre. Al mismo tiempo, la serenidad que a menudo acompaña una curación reinaba en nuestro hogar. ¿Por qué? Porque aprender más acerca del amor y el poder protector de Dios trae paz tanto a la mente como al cuerpo.
Carol Coykendall Raner
Forest Ranch, California, EE. UU.