Hace dos años, comencé a perder mi sentido normal del gusto. Tenía un desagradable sabor metálico en la boca; todo sabía a rancio o estropeado. También me había vuelto muy sensible a los olores, lo que hacía que las tareas sencillas, como ir de compras al supermercado, fueran desesperantes; todo olía terrible. Como nos estábamos preparando para el día de Acción de Gracias y esperábamos invitados, mi esposo tuvo que probar el sabor de todo y guiarme al elegir los condimentos.
Llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me apoyara con la oración, y cada día compartía conmigo una nueva inspiración. Este versículo de la Biblia me vino al pensamiento desde un principio: “Lo que contamina a una persona no es lo que entra en la boca, sino lo que sale de ella” (Mateo 15:11 NTV). Me di cuenta de que las noticias políticas me habían dejado un gusto amargo en la boca, como dice el dicho, y vi que necesitaba vigilar mi pensamiento más de cerca y abstenerme de reaccionar, juzgar o expresar resentimiento al mantenerme informada sobre la política.
No estaba enferma, así que no parecía como si me hubieran envenenado. Sin embargo, sentí la necesidad de negar la idea de contaminación. Sabía que, por ser el reflejo espiritual de Dios, solo podía expresar pureza, y nada desemejante a Dios, el bien, podía entrar en mi ser.
Aunque el problema parecía ser físico, yo sabía que no lo era. La declaración de Mary Baker Eddy en su libro La unidad del bien fue muy útil: “La mente mortal dice: ‘Yo saboreo; esto es dulce, aquello es agrio’. Si la mente mortal cambiara de parecer y dijera que lo agrio es dulce, así sería. Si cada mente mortal creyera que lo dulce es agrio, así sería; pues las cualidades de la materia no son sino cualidades de la mente mortal. Cámbiese el pensamiento, y la cualidad cambia. Destrúyase la creencia, y la cualidad desaparece” (pág. 35)
A menudo me sentía tan desalentada que me ponía a llorar, pero con el apoyo del practicista pude elevarme por encima del desaliento y persistir en la idea de sanarme. Me ayudó mantener en el pensamiento algunos pasajes bíblicos pertinentes, especialmente las palabras de Jesús: “No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber” (Mateo 6:25) y “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6).
Esa primavera, la hipersensibilidad a los olores comenzó a disminuir, pero ahora parecía que había perdido todo sentido del olfato. Me daba tristeza no poder oler los lirios del valle o las lilas de mi jardín. Investigué en la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy palabras como aroma, perfume, fragancia. Y oré para saber que todos los sentidos del hombre están basados en el Espíritu, no en la materia; que no me apoyaba en la materia para el sabor o el olfato; que el sentido espiritual nunca podía ser apagado o expoliado.
Durante este tiempo, comíamos en su mayoría alimentos empaquetados porque ya no disfrutaba cocinar. Pero me di cuenta de que necesitaba ponerme firme y volver a hacerlo. Algunos días sentía satisfacción al preparar una linda comida para mi esposo, aunque no me supiera bien, y otros, me sentía frustrada al preparar una receta y tener que arrojar mi porción a la basura. Sin embargo, persistí, e incluso hice el esfuerzo de aprender nuevas recetas y expresar alegría en la cocina.
Sabía que podía esperar una curación completa, y poco a poco algunas comidas comenzaron a tener mejor sabor.
Me sentí ansiosa cuando se estaba acercando otra celebración del día de Acción de Gracias y, una vez más, tuve que recurrir a mi esposo para que me ayudara a sazonar la comida. No obstante, esta vez pude comer más de lo que tenía en el plato, y ¡la tarta de calabaza estaba deliciosa! Si bien comer una variedad modesta de comida era un alivio, no era momento de cejar en mi empeño. El trabajo diario con un practicista continuó apoyando mis persistentes oraciones.
Gradualmente, volví a comer más con normalidad. Y un día, la siguiente primavera, mientras trabajaba en el jardín, de pronto sentí el fuerte y hermoso aroma de una de mis plantas florales. Me llené de alegría. Hacía bastante tiempo que no podía oler las flores. Y para cuando llegó nuevamente el día de Acción de Gracias, mi alimentación había vuelto a la normalidad.
Es con el “perfume de la gratitud” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 367) que escribo este testimonio. Estoy agradecida a Dios a Cristo Jesús y a Mary Baker Eddy por esta curación y por las lecciones aprendidas; por comprender que la oración persistente da fruto, y por el conocimiento de que no puede haber resistencia real al poder de la Verdad. Me regocijo al saber que Dios “sacia al alma menesterosa, y llena de bien al alma hambrienta” (Salmos 107:9).
Linda Payne-Sylvester
Cape Neddick, Maine, EE. UU.
