Durante mi segundo año del bachillerato, comencé a experimentar debilitantes ataques de pánico que a veces estaban acompañados de mareos y náuseas. Nunca antes había tenido problemas con la ansiedad, pero estaba lidiando con mucho estrés en la escuela, así como con algunos problemas personales difíciles. Los ataques de pánico eran aterradores y confusos, especialmente porque jamás me había enfrentado con algo así antes.
Inmediatamente comencé a orar por este problema usando lo que había aprendido en la Escuela Dominical de Ciencia Cristiana. Nuestra clase había memorizado y hablado sobre un pasaje bíblico que dice: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7). Fue reconfortante comprender que no podía estar sujeto al temor, y recurría a esta idea con frecuencia. Pero también a menudo me resultaba difícil orar en medio de un ataque de pánico, y los síntomas físicos me asustaban.
Preocupado de que fuera algo realmente malo, fui a ver a un médico quien me informó que este problema se debía al estrés, y que si no lo superaba era posible que tuviera problemas más grandes después. Me sugirió algunos tratamientos, pero ese fue un momento decisivo para mí. Sabía por experiencia que confiar en Dios y en la Ciencia Cristiana haría que tuviera una curación completa, en vez de tener que lidiar con el problema indefinidamente. Aunque aprecié las buenas intenciones del médico, decidí seguir adelante con la Ciencia Cristiana, confiando en que Dios me llevaría a una solución permanente.
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