Hace dos años, mi querida esposa, con la que había estado casado 23 años, falleció repentinamente. Quedé destrozado. Sentía que mi vida había terminado, que no había razón para vivir. La casa parecía tan vacía sin ella.
Pasé los siguientes meses orando para superar un profundo sentimiento de pérdida, dolor y soledad. Cuando busqué ayuda mediante la oración de un practicista de la Ciencia Cristiana, él me pidió que estudiara dos pasajes de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Uno está en la página 57: “Las ráfagas invernales de la tierra pueden desarraigar las flores del afecto, y dispersarlas a los vientos; pero esta ruptura de lazos carnales sirve para unir más estrechamente el pensamiento con Dios, porque el Amor apoya el corazón que lucha hasta que cesa de suspirar por el mundo y empieza a desplegar sus alas hacia el cielo”.
El otro está en la página 266: “¿Sería la existencia sin amigos personales un vacío para ti? Entonces llegará el momento en que estarás solitario, privado de compasión; mas este aparente vacío ya está colmado de Amor divino. Cuando llegue esta hora de desarrollo, aunque te aferres a un sentido de gozos personales, el Amor espiritual te forzará a aceptar lo que mejor promueva tu crecimiento”.
Lo que parecía ser el momento más oscuro de mi vida se convirtió en una oportunidad para acercarme más a Dios. Era el momento de expandir mi sentido del amor más allá de las relaciones personales y reconocer a Dios como la verdadera fuente de amor, compañerismo y felicidad.
Esto fue más fácil decirlo que hacerlo. Cuando le dije al practicista cuánto extrañaba a mi esposa, él compartió conmigo un versículo de la Biblia: “Tu marido es tu Hacedor” (Isaías 54:5). Me pidió que pensara profundamente en Dios como mi esposa, pero esa idea parecía demasiado abstracta. Lo único que quería de Dios era que me trajera de vuelta a mi esposa.
El practicista me escuchó con compasión y luego dijo que ya fuera que estuviera casado, divorciado, soltero o viudo, aún tenía que comprender mi unidad con Dios. Señaló que poco antes de su crucifixión, Jesús dijo: “No me ha dejado solo el Padre” (Juan 8:29). La palabra solo en inglés (alone) proviene del inglés antiguo y significa literalmente “todo en uno”.
Había aprendido de mi estudio de la Ciencia Cristiana que el hombre es para siempre uno con Dios al ser Su reflejo espiritual, y por eso no puede separarse del Amor divino ni de ninguna de sus ideas. Esto significa que nuestro Padre-Madre Dios no ha dejado a ninguno de Sus amados hijos sin esposo, esposa, amigos o sin alegría.
La Sra. Eddy escribe: “Donde Dios está, podemos encontrarnos, y donde Dios está nunca podemos separarnos” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 131). Esto me aseguró que mi esposa vive donde está Dios y que yo habito en el mismo lugar, donde cada uno de nosotros continúa ocupándose de su propia salvación, siempre consciente de su unidad con Dios.
Cada mañana, cuando me despertaba en una casa grande y vacía, me preguntaba cómo podía aplicar estas verdades en mi vida diaria. En lugar de recordar la voz familiar de una esposa amada, oraba para sentir que la presencia amorosa de Dios me abrazaba y consolaba. Cada vez que luchaba con la soledad, oraba con más fervor y persistía en afirmar mi inseparabilidad del amor incondicional de Dios por Sus hijos.
Durante varios meses mantuve esta posición mental y dediqué mucho tiempo al estudio de los dos libros que constituyen el pastor de la Iglesia de Cristo, Científico: la Biblia y Ciencia y Salud. Cuando sentía pena por mí mismo, cantaba himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana.
Poco a poco, obtuve la convicción de que el compañerismo nunca puede perderse porque el amor de Dios por nosotros es constante y no cambia. Cuando me despertaba por la mañana, sentía alegría en lugar de vacío. Podía recordar sin tristeza las cualidades de amor y cuidado que expresaba mi esposa, y apreciaba los felices recuerdos de los momentos en que estuvimos juntos.
Pronto pude reanudar mi vida normal y también comenzar un capítulo completamente nuevo, apoyándome en esta promesa de Ciencia y Salud: “Cada etapa sucesiva de experiencia revela nuevas perspectivas de la bondad y del amor divinos” (pág. 66).
Estoy muy agradecido por el apoyo amoroso y paciente que recibí del practicista, y por la creciente comprensión del tierno amor de Dios que me ha dado la Ciencia Cristiana.
Jae-Bok Young
New Boston, Nuevo Hampshire, EE.UU.
