Hoy en día parece prevalecer la división. La vemos en las relaciones nacionales e internacionales y en la sociedad en general. Afecta a las comunidades, iglesias y familias.
Algunos dirían que así es la naturaleza humana; una visión basada en la percepción de que somos impulsados por el temor y motivados por el interés propio, y estamos en perpetua competencia con nuestro prójimo. Y con frecuencia se concibe a Dios como el autor de esta individualidad imperfecta. Con la idea subyacente de que todos tenemos nuestro propio sentido privado del bien, nuestra propia mente, intereses y objetivos propios, el conflicto se vuelve inevitable; y la unidad, con su paz y armonía asociadas, nos elude.
Mucha gente considera que esta definición de una naturaleza humana egoísta, y una naturaleza divina que la permite o incluso la causa, es insatisfactoria, hasta inquietante, como si estuviéramos condenados a vivir una vida discordante y de interminables luchas. Con el propósito de rechazar dicho punto de vista y al anhelar un ideal superior de humanidad, buscando un sentido más sustancial y duradero de hermandad en unidad con Dios, la gente a menudo recurre a la Biblia. Allí, encontramos hombres y mujeres que enfrentaron los mismos tipos de desafíos que experimentamos hoy, y vemos ejemplos prácticos y concretos de cómo superaron esos desafíos por medio de un enfoque más espiritual de la vida, uno que podemos poner en práctica nosotros mismos.