Hoy en día parece prevalecer la división. La vemos en las relaciones nacionales e internacionales y en la sociedad en general. Afecta a las comunidades, iglesias y familias.
Algunos dirían que así es la naturaleza humana; una visión basada en la percepción de que somos impulsados por el temor y motivados por el interés propio, y estamos en perpetua competencia con nuestro prójimo. Y con frecuencia se concibe a Dios como el autor de esta individualidad imperfecta. Con la idea subyacente de que todos tenemos nuestro propio sentido privado del bien, nuestra propia mente, intereses y objetivos propios, el conflicto se vuelve inevitable; y la unidad, con su paz y armonía asociadas, nos elude.
Mucha gente considera que esta definición de una naturaleza humana egoísta, y una naturaleza divina que la permite o incluso la causa, es insatisfactoria, hasta inquietante, como si estuviéramos condenados a vivir una vida discordante y de interminables luchas. Con el propósito de rechazar dicho punto de vista y al anhelar un ideal superior de humanidad, buscando un sentido más sustancial y duradero de hermandad en unidad con Dios, la gente a menudo recurre a la Biblia. Allí, encontramos hombres y mujeres que enfrentaron los mismos tipos de desafíos que experimentamos hoy, y vemos ejemplos prácticos y concretos de cómo superaron esos desafíos por medio de un enfoque más espiritual de la vida, uno que podemos poner en práctica nosotros mismos.
Esta oportunidad de encontrar guía y curación en la Biblia está al alcance de todos. Cuando se leen bajo la luz espiritual, las Escrituras revelan, desde el primer capítulo del Génesis, que la naturaleza primordial de Dios, nuestro Progenitor divino, es el Espíritu perfecto, bueno y omnipotente, y cada uno de nosotros es el hijo amado de Dios, que posee y refleja esta naturaleza divina perfecta de bondad y unidad indivisible con Dios.
Posteriormente, a partir del segundo capítulo del Génesis, se presenta la perspectiva de un Señor Dios imperfecto y lo que Él crea, contaminado por el mal, la desunión y la desarmonía. Un estudio cuidadoso de la Biblia revela el surgimiento progresivo en la consciencia humana de la verdad eterna expuesta “en el principio” (Génesis 1:1): que el verdadero hombre y la verdadera mujer son espirituales, hechos a imagen y semejanza de Dios.
El ejemplo consumado de esta identidad espiritual original es Cristo Jesús, y el fundamento de su vida era su unidad con Dios. Su extraordinaria ejemplificación de esta unidad le dio el dominio completo sobre el temor, la enfermedad e incluso la muerte. Él declaró con valentía: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). Afirmó que no tenía una mente o voluntad aparte de Dios. Expresó el sentido más profundo de humildad al decir: “No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (Juan 5:30).
Jesús cedió a Dios, el bien, bajo toda circunstancia, y el resultado de esa confianza tan absoluta en la voluntad divina y el reconocimiento de su unidad con Dios, lo capacitaron para bendecir siempre a quienes lo rodeaban. No había nada en él capaz de herir a sus semejantes, tanto hombres como mujeres, incluso si sus acciones o palabras a veces eran severas. Demostró que la voluntad de Dios es absolutamente buena y abraza a toda la humanidad en esa bondad.
Entonces, nuestro deseo más profundo por la unidad no puede ser satisfecho meramente actuando de común acuerdo con los demás. La unidad es un estado espiritual del ser, de origen divino, y solo cuando se concibe sobre esta base estamos plenamente satisfechos y la unidad es estable, duradera y progresiva. Debido a que este estado espiritual es nuestro ser verdadero, la inclinación a la unidad es natural para nosotros, es innata en nosotros.
Cuando, como Jesús, reconocemos de todo corazón nuestra unidad con Dios, y nos rendimos completamente a la voluntad divina, nada puede impedir que seamos una poderosa influencia sanadora en pro de la unidad en nuestra comunidad y más allá.
La Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, indica el máximo potencial de dicha influencia en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Con un único Padre, o sea, Dios, todos en la familia humana serían hermanos; y con una única Mente, y siendo esa Dios, o el bien, la hermandad del hombre consistiría en Amor y Verdad, y tendría la unidad del Principio y el poder espiritual que constituyen la Ciencia divina” (págs. 469–470).
Podemos comenzar a demostrar el poder de la comprensión de nuestra verdadera unidad espiritual de pequeñas maneras, allí mismo donde estamos, como descubrí cuando me nombraron miembro de la Junta de Apelaciones de Zonificación de mi ciudad. Inmediatamente me sorprendieron los graves y frecuentes desacuerdos que había entre los miembros sobre los casos que nos llegaban. A pesar de la tentación de renunciar a la junta, mis oraciones, en cambio, me llevaron a quedarme y amar a mi “prójimo” de la junta al mantener en mi pensamiento el sentimiento de unidad de la que Jesús habló y demostró.
Antes y durante cada sesión, mi oración era ver y amar a cada miembro como a uno de los hijos de Dios, y oraba para escuchar la voluntad divina, silenciando cualquier ansiedad por lo que pensaba que personalmente quería como resultado. Orar para ver que nuestra unidad era un hecho espiritual implicaba excluir todo elemento de temor, preocupación, voluntad humana o enfoque en la personalidad que pudiera surgir. Al hacerlo, descubrí que cuanto más eficaz era para apartarme de esa percepción humana limitada de los demás y percibir el sentido divino de estos vecinos (mi prójimo), más me parecía que nuestras decisiones beneficiaban a todos los interesados y se lograban con menos contiendas. Los miembros se respetaban más entre sí y se veían a sí mismos como un equipo que se reunía para razonar sobre cada caso.
Durante el resto de mi permanencia en la Junta, nuestras interacciones y conversaciones se caracterizaron por la buena voluntad, el respeto mutuo y la unidad. Esto fue para mí una prueba del poder de la oración para sanar la división, y una manifestación en la experiencia humana de la inclinación espiritual natural del hombre hacia la unidad que Jesús enseñó.
Este es un caso modesto comparado con las situaciones de desunión que necesitan sanarse alrededor del mundo. Pero apunta al bien que se puede lograr si cada uno de nosotros enfoca su vida diaria partiendo de esta base de comprensión de la verdadera unidad de todos con Dios, el bien, donde el creador y la creación son uno, sin ninguna posibilidad de separación. Probar esta realidad en nuestras experiencias individuales nos ayuda a afirmar con más confianza la misma verdad para toda la humanidad, contribuyendo a sanar la división de manera más amplia.
En su amorosa y profundamente espiritual oración por la unidad entre sus seguidores, Jesús dice: “Padre santo, guárdalos en tu nombre, el nombre que me has dado, para que sean uno, así como nosotros. … para que todos sean uno. Como tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros” (Juan 17:11, 21, LBLA). Esto indica para siempre el significado de la unidad, su fundamento en Dios y la base de nuestra inclinación natural a expresarla.
Warren Berckmann
Escritor de Editorial Invitado