La gracia de la gratitud es una de las grandes bendiciones de la vida cristiana. La gratitud aumenta nuestra consciencia del bien ya presente en nuestra vida y nos prepara para recibir más. Puede ayudar incluso a que una vida aparentemente desprovista de bien sea como un brote que florece en una hermosa rosa, una vida llena de abundancia que puede elevarse para ser una bendición para los demás. Esto puede suceder cuando sentimos gratitud incesante al caminar y hablar con Dios.
La gratitud juega un papel esencial en nuestra comunión con Dios. La Biblia nos dice: “Entren por sus puertas con acción de gracias; vayan a sus atrios con alabanza. Denle gracias y alaben su nombre” (Salmos 100:4, NTV). La gratitud abre nuestro pensamiento y nos hace más receptivos a la ley de redención y curación de Dios. Él es la fuente de todo el bien y ya está “vertiendo” el bien en nuestra vida, incluso “más de lo que aceptamos” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 2). La gratitud nos permite reconocer las comunicaciones que Dios nos envía —las ideas que llegan a nuestro pensamiento como Sus mensajes angelicales de guía y curación— y ser bendecidos por ellas.
Las experiencias de Jacob en la Biblia ilustran esto (véase Génesis 28:10–22, NTV). En un lugar que más tarde llamó Betel, donde durmió con una piedra de almohada, Jacob soñó con una escalera que se extendía al cielo con ángeles que ascendían y descendían por ella. Me gusta pensar que los ángeles ascendentes eran la creciente gratitud y adoración de Jacob a Dios. Lo prepararon para escuchar, seguir y beneficiarse de los ángeles descendentes, que podían representar los mensajes de Dios a Jacob, diciéndole, en este caso, qué tierra le daría, cuán numerosos serían los descendientes de Jacob y que siempre estaría con él.
Años más tarde, después de que Jacob se había casado y tenía una familia, Dios le dijo que regresara a la tierra de sus padres (véase Génesis, cap. 31–33, NTV). Esto no fue un mandato intrascendente ni fue fácil para Jacob hacerlo, ya que esta tierra era el hogar de su hermano Esaú, cuyo derecho de progenitura Jacob había tomado años antes. Sin embargo, “Cuando Jacob emprendió nuevamente su viaje, llegaron ángeles de Dios a encontrarse con él”. Cuando se enteró de que Esaú había traído a cuatrocientos hombres para reunirse con él, esperaba que su hermano definitivamente se vengaría matándolo a él y a su familia.
En este momento de gran lucha interior y desafío físico, un ángel sanador de Dios vino a Jacob. Sabiendo que necesitaba sanar, Jacob le dijo al ángel: “No te dejaré ir a menos que me bendigas”. El ángel le dio un nuevo nombre, Israel, y lo bendijo. El siguiente día trajo todo el fruto: “Esaú corrió a su encuentro y lo abrazó, puso los brazos alrededor de su cuello y lo besó. Y ambos lloraron”.
Como demostró la experiencia de Jacob, no importa cuáles sean nuestras circunstancias, podemos encontrar algo por lo que estar agradecidos. Nada bueno existe en nuestra vida sin el poder y la bondad de Dios. Puede ser algo simple: un hermoso amanecer, un campo de flores silvestres o que nuestras necesidades diarias sean satisfechas. Pero a medida que tomamos consciencia de la abundancia de bien que existe, vemos que en realidad tenemos una sobreabundancia de oportunidades para estar agradecidos, incluso cuando percibimos dificultades. Y expresamos esta gratitud a Dios, la fuente de todo el bien, que nos libera de nuestros temores.
La gratitud satisface las exigencias espirituales del momento, nos eleva y nos prepara para los próximos pasos en nuestro crecimiento en el carácter cristiano.
Tal vez no sea fácil sentir y expresar gratitud durante los momentos difíciles de nuestra vida, cuando la escasez parece más evidente que la abundancia, el pecado más convincente que la moralidad, las esperanzas incumplidas más reales que los frutos o la enfermedad más real que la salud. En esos momentos, puede requerir valor espiritual y fortaleza expresar gratitud.
Una amiga mía me dijo que, durante un período sumamente difícil, decidió que no terminaría cada día hasta que hubiera encontrado cincuenta cosas por las que estar agradecida a Dios. Su valentía, humildad y lealtad a Dios me conmovieron, y comencé a expresar más gratitud. Rápidamente me volví más consciente del bien en mi vida que había dado por sentado o no había reconocido, y de cuán abundantemente bendecido era. Como resultado, me volví menos inquieto, menos tentado a añorar lo que pensaba que podrían ser mejores circunstancias en mi vida, y menos preocupado por lo que el futuro me tendría preparado. La práctica constante de este reconocimiento de Dios como la fuente de la abundancia me aseguró que Él continuaría proporcionándonos a mí y a los míos todo lo necesario, como lo estaba haciendo ahora y había estado haciendo toda mi vida.
Además de estar agradecido porque mis necesidades humanas eran respondidas, comencé a expresar más gratitud por las bendiciones espirituales, como los mensajes angelicales de Dios que me instruyen y guían, las cualidades de Dios que puedo expresar y las oportunidades que tengo para demostrar Su bondad. Puesto que Él es infinito, la gratitud misma debe ser infinita en su expresión y aplicación. La gratitud satisface las exigencias espirituales del momento, nos eleva y nos prepara para los próximos pasos en nuestro crecimiento en el carácter cristiano.
Jesús nos dio un destacado ejemplo del poder de la gratitud al orar cuando resucitó a Lázaro de entre los muertos (véase Juan 11:1–44). Después de que retiraron la piedra de la entrada de la tumba de Lázaro, las primeras palabras de Jesús fueron: “Padre, gracias te doy por haberme oído”. Incluso antes de resucitar a Lázaro, Jesús sabía que la solución ya estaba cerca. No se trataba de hacer que un Lázaro muerto volviera a la vida. La gratitud de Jesús fue impulsada por lo que sabía acerca de Dios como la Vida eterna del hombre. Sabía que la Vida está intacta para siempre, y que por lo tanto la vida de Lázaro nunca había terminado. Era necesario despertar del sueño de la muerte a Lázaro y a los que pensaban que había muerto. Jesús comprendía este hecho tan claramente que sus sencillas palabras, “¡Lázaro, ven fuera!”, fue lo único que se necesitó para lograr ese despertar.
Podemos aplicar este enfoque de la oración a cada desafío que enfrentemos. “Padre, gracias te doy por haberme oído” puede significar para nosotros: “Padre, te agradezco de que ya hayas proporcionado la solución a este problema. Tal vez no lo vea claramente en este momento, pero sé que Tú estás sosteniendo a Tu creación perfecta, que refleja eternamente Tu amor y bondad. No tengo que hacerme perfecto porque ya lo soy por ser Tu imagen y semejanza. Tus mensajes angelicales nos apartarán a mí y a los demás del sueño de que pueda haber cualquier experiencia separada de Ti, y esto traerá curación”. Y como Jacob, podemos decir a los mensajes angelicales: “No te dejaré ir a menos que me bendigas”.
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, desafía nuestra expresión de gratitud cuando escribe: “¿Estamos realmente agradecidos por el bien ya recibido? Entonces aprovecharemos las bendiciones que tenemos, y así estaremos capacitados para recibir más. La gratitud es mucho más que una expresión verbal de agradecimiento. Las acciones expresan más gratitud que las palabras” (Ciencia y Salud, pág. 3). Esto requiere un cambio en el pensamiento de ver que una bendición es algo que tiene lugar únicamente en nuestra experiencia, a elevarla a Dios; primero, al reconocimiento de que Él es su fuente, y luego incluso más alto a glorificar a Dios y bendecir a los demás.
Al apreciar la belleza de algo tan simple como un amanecer, por ejemplo, podemos preguntarnos: ¿Cómo podemos usar esta bendición para glorificar a Dios, elevar nuestra propia experiencia y bendecir a los demás? Tal vez recordemos la declaración de la Sra. Eddy: “Los cristianos se regocijan en belleza y abundancia secretas, ocultas para el mundo, pero conocidas de Dios” (Ciencia y Salud, pág. 15). La belleza en su significado más elevado es una cualidad de Dios, del Espíritu, y por ser ideas de Dios, reflejamos esta belleza espiritual, la cual está oculta de los sentidos que perciben sólo lo que es material. Cuanto más conscientes seamos de la belleza espiritual ya presente e intacta, más veremos cómo podemos expresar esta belleza en nuestro pensamiento y vida.
A veces, cuando es difícil reconocer la belleza o algo por lo que estar agradecidos, el hecho mismo de estar conscientes de la belleza de la realidad espiritual significa que tenemos un destello de ella. Leemos en Ciencia y Salud: “El pastor vigilante contempla los primeros tenues rayos del alba antes de que llegue el pleno resplandor de un nuevo día” (pág. vii). La realidad espiritual ya está presente para que la percibamos, aunque al principio parezca débil. Aquí la gratitud es un paso esencial. Podemos estar agradecidos por la bendición de lo poco que reconocemos de la bondad y belleza de Dios. Entonces podemos aprovechar esa bendición expresando gratitud por las oportunidades que Dios nos brinda. A medida que practicamos esto, esos “primeros tenues rayos del alba” se vuelven cada vez más fuertes.
Podemos avanzar entonces, siguiendo los pasos de Jacob, dejando diariamente que los ángeles de Su presencia nos eleven hacia alturas cada vez más altas de gratitud y adoración a Dios, donde nos reciben los pensamientos angelicales que nos guían, elevan y sanan. A medida que vemos las bendiciones tangibles de practicar la gratitud, podemos estar verdaderamente agradecidos por la gratitud misma: el don de nuestro amoroso Padre y la gran gracia del camino cristiano de redención y curación.
