Un invierno, tuve un puesto de medio tiempo en una tienda de chocolates y helados. En mi primer día de trabajo, una compañera se me acercó y me preguntó, bastante deliberada y agresivamente, sobre mi afiliación política.
Me quedé aturdida y sin habla. Todavía no nos habíamos presentado, y lo primero que pensé fue responder con un “Hola, soy Cher. Soy nueva aquí”. Pero mientras trataba de recomponerme, recordé algo que Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, escribió en respuesta a la pregunta: “¿Cuáles son sus ideas políticas?” Ella dijo: “En realidad no tengo ninguna, sino la de apoyar a un gobierno justo, amar a Dios supremamente y a mi prójimo como a mí misma” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 276).
Siempre he apreciado esas ideas, y eso inspiró mi respuesta. Le dije que lo que me parecía más importante era seguir la Regla de Oro, tratar a la gente de la manera en que me gustaría que me trataran. No obstante, el tono de la conversación parecía temible y hostil. Sentí como si me estuvieran atacando.
Me di cuenta de que tenía que abordar esta situación desde un punto de vista diferente si iba a encontrar paz o alegría en este lugar de trabajo. Decidí orar, algo que me ha resultado útil en muchas ocasiones.
Mis oraciones comenzaron con el primer capítulo del Génesis en la Biblia: el principio. Allí leemos que Dios es Todo y crea todo, y que el hombre está hecho a Su imagen y semejanza. De ello se deduce que la naturaleza de Dios se expresa en toda la creación, que Sus hijos reflejan todo lo que Él es. La Biblia describe a Dios como Espíritu y Amor, de manera que cada uno de nosotros, en nuestra verdadera naturaleza por ser Su linaje espiritual, incluye solo cualidades buenas y amorosas.
Quería ver a mis nuevos compañeros de trabajo, incluso a la que me había enfrentado, como los amados de Dios, el Amor. Mentalmente afirmé que la hostilidad y la ira no están incluidas en las cualidades que componen al hombre de Dios. Todos compartimos esta realidad, incluidos los legisladores, compañeros de trabajo, clientes, vecinos y amigos.
Quería ver a mis nuevos compañeros de trabajo, incluso a la que me había enfrentado, como los amados de Dios, el Amor.
Pasé el día sin más incidentes. Y continué orando sobre el tema durante las próximas semanas. Sinceramente, todavía me conmocionaba cada vez que pensaba en la naturaleza con tanta frecuencia acalorada de la política, y no solo en mi lugar de trabajo. Todos queremos sentirnos protegidos, seguros y cuidados, y oré para saber que yo y mis semejantes, tanto hombres como mujeres, somos todos capaces de sentir el amor de Dios y hacer el bien. Esto incluye las conversaciones sobre temas controvertidos: no tenemos que combatirlos donde trabajamos ni en la campaña electoral.
El apóstol Pablo dice que las “armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10:4). Cualidades como la honestidad, la integridad, la pureza, el respeto, la compasión, la integración, la santidad, la sabiduría y el amor inundaron mi pensamiento. Dichas cualidades están respaldadas por el poder de Dios y pertenecen a todos en mi lugar de trabajo y en cada lugar. Orar para ver y escuchar lo que Dios sabe acerca de la verdadera naturaleza del hombre trae armonía, alegría y paz.
Eso es lo que experimenté en la tienda. Las conversaciones incómodas y hostiles cesaron por completo. Durante el resto del tiempo que trabajé allí, me sentí segura y apreciada. Y sé que mis compañeros de trabajo también sintieron esa armonía. Hice fabulosos nuevos amigos, y me sentí rodeada por el Amor divino todos los días.
En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la Sra. Eddy afirma: “El odio humano no tiene mandato legítimo ni reino. El Amor está entronizado” (pág. 454). Para dar un testimonio correcto de esta realidad espiritual, debemos estar conscientes de cómo gobierna Dios a Su creación, la cual es buena “en gran manera” (Génesis 1:31). Esto nos da el poder para no dejarnos influenciar por la animosidad, sino superarla.
