Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer
Original Web

El cielo aquí y ahora

Del número de febrero de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 5 de noviembre de 2020 como original para la Web.


A veces escuchamos a la gente decir: “Cuando me vaya al cielo…”, y luego reflexionar sobre todo lo bueno que sucederá en el reino de Dios en el futuro, en algún lugar lejano.

Sin duda, el reino de los cielos se asocia con el bien inagotable para todos, la salud y la felicidad eternas y la existencia inmortal. Allí Dios gobierna con amor, armonía y santo propósito todo lo que hizo. Ningún límite de tiempo o espacio define el reino, solo la presencia de la Mente divina y la creación en constante desarrollo de la Mente. En el reino de los cielos todo es espiritual, de modo que no existe una sustancia material limitada que pueda causar accidentes, dolores, enfermedades, deficiencias, pecados o la muerte. Las leyes, fuerzas, creencias, opiniones, teorías y pronósticos materiales no existen, porque la ley de la armonía inquebrantable de Dios reina para siempre.

Pero ¿es el cielo un lugar o suceso lejano? ¿Tenemos que esperar para experimentar esta armonía divina? Cristo Jesús tuvo mucho que decir sobre el reino de los cielos, incluso esto: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17). Así que toda la bondad y armonía infinitas asociadas con el reino de los cielos ya está sucediendo ahora, por todas partes.

Aunque tal vez no lo veamos con nuestros sentidos físicos, ya estamos situados en el reino, y él está en nosotros. Jesús también predicó: “El reino de Dios no viene con advertencia; ni dirán: ¡Helo aquí! o ¡helo allí!, porque he aquí el reino de Dios dentro de vosotros está” (Lucas 17:20, 21, KJV). Es decir que cada uno de nosotros ya está en el reino de los cielos, donde las bendiciones del Amor divino rodean a todos los hijos de Dios. ¡Qué maravilloso es que Dios nos dé el reino, la consciencia de la armonía universal y la comprensión de nuestro ser individual completo y verdadero con toda su gloria!

Una palabra clave que Jesús incluyó en su prodigiosa afirmación de la presencia del reino fue arrepentirse, la cual se traduce de una palabra griega que significa “pensar de manera diferente”. Lo que revela la armonía celestial es un cambio de pensamiento de una perspectiva material a una espiritual, no un cambio de tiempo o lugar. Este cambio se produce a través de la actividad del Cristo, “el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana”, como escribe Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras (pág. 332). Este mensaje de Dios al hombre revela los hechos de la existencia, lo que hace que el pensamiento cambie y se origine en Dios. Esta consciencia espiritual, a semejanza del Cristo, esta forma de pensar renovada, se encuentra en el Sermón del Monte, en las más de treinta parábolas que Jesús nos dio y en sus otras enseñanzas.

Por ejemplo, en el Sermón del Monte encontramos: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). ¡Qué maravilloso es ser llamados a ser perfectos porque nuestra plenitud se origina en Dios! Este mensaje a la manera del Cristo nos ordena pensar de manera diferente, y volvernos de una perspectiva material de nosotros mismos a aceptar el consciente “ahora” de nuestra integridad y salud como linaje espiritual de Dios, y así descubrir la armonía del cielo.

Nuestro trabajo es aceptar, afirmar y reconocer lo bueno y echar fuera — rechazar — lo malo.

Jesús no solo predicó la presencia eterna del reino de los cielos, sino que sus innumerables curaciones fueron pruebas de ese “ahora” y verdad de dicho reino. Sacó a la luz el poder y la presencia del amor de Dios expresado aquí en la tierra. En Lucas leemos: “Y… la gente… le siguió; y [Jesús] les recibió, y les hablaba del reino de Dios, y sanaba a los que necesitaban ser curados” (9:11). Al sanar al hombre que tenía una mano seca, Jesús mostró la integridad del hombre en el aquí y ahora. Al alimentar a miles de personas con una pequeña cantidad de comida, mostró que la abundancia está aquí y ahora. Y con su resurrección probó que la vida indestructible está aquí y ahora. Todas las curaciones de Jesús son ventanas abiertas a través de las que podemos ver el aquí y ahora de la realidad del cielo. 

Así Jesús conectó el reino de los cielos con la curación. Les dijo a sus discípulos: “Yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios: de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:7, 8). ¿No estaba diciendo que, dado que el reino de los cielos está cerca y es para siempre, excluye el pecado, la enfermedad y la muerte?

El mandato de Jesús nos habla hoy. Las condiciones discordantes se superan cuando nos damos cuenta de que el reino de Dios está cerca y dentro de nosotros. Ciencia y Salud da una definición espiritual del reino de los cielos como “el reino de la armonía en la Ciencia divina; el reino de la Mente infalible, eterna y omnipotente; la atmósfera del Espíritu, donde el Alma es suprema” (pág. 590). Este reino de los cielos dentro de nosotros muestra el tierno control del Amor y el reinado del Alma. Cuando experimentamos una curación metafísica, se demuestra que el reino de los cielos reina dentro de nosotros.

En una oportunidad tuve que arrepentirme, “pensar de manera diferente”, y ver este dominio del reino de los cielos en mi experiencia. Nos habíamos mudado recientemente a una nueva casa y necesitaba hacer un mandado rápido. El mecanismo eléctrico que abre la puerta del garaje no funcionaba y la puerta no tenía manija en el exterior, así que puse mis dedos en el espacio entre dos de las secciones horizontales de la puerta, pensando que lo usaría de asidero para impulsarla hacia abajo y luego quitaría velozmente los dedos antes de que las secciones horizontales se cerraran juntas, sin dejar ningún espacio entre ellas. Pero la puerta se movió sorprendentemente rápido, y los dedos de una mano quedaron atrapados en la fuerza descendente de la puerta al cerrarse de un golpe.

Al ver que la puerta se había cerrado completamente sobre mis dedos, ¡me pregunté cómo exactamente podían estar mis dedos en un espacio donde no había espacio! Inmediatamente me aparté de esa imagen y de la conmoción por el intenso dolor que sentía, y apresuradamente levanté la puerta con la otra mano y liberé los dedos. Subí al auto y oré.

Era el momento de pensar de manera diferente, de pasar del cuadro material a la perspectiva del reino de los cielos. Una de las parábolas de Jesús me vino al pensamiento: “El reino de los cielos es semejante a una red, que echada en el mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera” (Mateo 13:47, 48).

La parábola me reveló que demostrar la armonía celestial requiere que revisemos las variadas imágenes mundanas que sugieren la coexistencia del bien y el mal. Nuestro trabajo, nuestra alegría de ser, es aceptar, afirmar y reconocer lo bueno y echar fuera —rechazar— lo malo.

En ese momento, la primera aceptación del bien fue un claro reconocimiento de dónde estaba: a salvo en el reino donde el Espíritu es supremo y reina la Ciencia divina de la armonía. El primer paso para echar fuera lo malo fue rechazar la tentación de mirar la mano. Si confiaba en la imagen material para que me dijera la condición de mi sustancia, estaría perpetuando la imagen falsa en lugar de honrar el “reino de la armonía en la Ciencia divina”.

Me resultó muy útil la primera frase de “la declaración científica del ser” en Ciencia y Salud para determinar qué debía echar fuera: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia” (pág. 468). Tomé cada aspecto de la declaración y descarté la idea de que podía haber vida en la materia, una fuerza destructiva que sería capaz de hacer daño. No había verdad ni realidad presente en el cuadro material, porque no coincidía con la imagen celestial. No había inteligencia en la materia que pudiera equivocarse ni inteligencia que causara o experimentara el dolor. No había sustancia en la materia, sujeta a accidentes o heridas.

Luego acepté la siguiente línea en la declaración “Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, pues Dios es Todo-en-Todo”. Toda vida, verdad, inteligencia y sustancia expresa la Mente infinita, y revela la armonía perpetuamente.

No tuve ninguna duda de que estas verdades con las que oré eran declaraciones de la Ciencia divina, el reino de los cielos dentro de mí, que revelaban la armonía ininterrumpida y eterna de mi ser ya presente. Y esta convicción no era algo personal que tuviera que procurar. Sentí que era la convicción que tenía el Espíritu de su supremacía, resplandeciendo como mi ser consciente como testigo del Espíritu. Era como lo que dice Primera de Juan: “Mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (4:4). Independientemente de lo que la opinión del mundo dijera, el reino de los cielos dentro de mí era supremo.

Esta oración duró solo unos minutos, pero fue como un cohete elevándome instantáneamente a las alturas del cielo. ¡En lo que pareció un nanosegundo, estas verdades espirituales en el pensamiento me impulsaron, por encima de la aparente oscuridad del sentido material de dolor y de una herida grave, hacia la luz del sol y los cielos despejados de la presencia de la armonía celestial! No había ninguna duda al respecto: jamás había estado fuera de la ley celestial de la armonía de Dios.

Sentí la presencia amorosa del Cristo revelándome mi unidad con Dios en el aquí y ahora. Allí mismo y en ese momento era uno en el ser con el Espíritu. Dios estaba cuidando de mí, manteniéndome como Él me hizo, perfectamente sana. ¡Este amor inquebrantable del Amor, la realidad de la Verdad, la supremacía absoluta del Espíritu y mi testimonio de ello fue superclaro! Sentí la alegría pura de estar en el reino de los cielos y supe que todo estaba bien. 

Luego fui al mercado, preparé la cena, asistí a una reunión de la iglesia, conté las boletas de los votos emitidos en la reunión, con mucha facilidad y sin dolor alguno. Cuando mi esposo y yo regresamos a casa de la reunión de la iglesia, le conté mi experiencia. Me tomó la mano y vio mis dedos normales, ilesos y moviéndose libremente.

Una profunda gratitud continuó dando alas a mi pensamiento. Durante los días siguientes, reflexioné con asombro sobre las infinitas implicaciones de esta sencilla prueba del reino celestial y de mi existencia espiritual. Esta experiencia abrió una ventana del cielo que me dio la idea clara de que todos somos verdaderamente espirituales, y expresamos la vida y sustancia inmortales que Dios nos ha dado, en el reino aquí y ahora. El gobierno del reino es la adhesión y cohesión de la Vida, una fuerza que todo lo abarca que sostiene y perpetúa la integridad de nuestro ser para siempre. Hay paz, seguridad, certeza y curación al contemplar el cielo como la santa consciencia de la perfección divina que todo lo incluye, aquí y ahora.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / febrero de 2021

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.