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Original Web

Arraiguemos nuestra esperanza en Dios

Del número de abril de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 9 de noviembre de 2020 como original para la Web.


“¡Eso es tan típico del 2020!”

Este año he escuchado mucho esta frase, o alguna variante de ella. Aunque a veces se dice con una risita, rara vez se refiere a algo alegre o bueno.

Lo entiendo. Decir que ha sido un año difícil para la humanidad es quedarse corto; las razones son tan obvias que no es necesario ni siquiera explicarlas.

No obstante, tal vez no necesitemos darnos por vencidos y renunciar a la alegría, la salud y la esperanza. O aceptar la noción de que las cosas malas son la norma. En los últimos meses, he visto en algunos jardines de mi vecindario este mensaje alentador: “¡La esperanza triunfa!”.

La Ciencia Cristiana me ha ayudado a comprender que existe un fundamento profundo para la esperanza, que va mucho más allá de la fe ciega o las ilusiones. Tiene que ver con lo que está bajo la superficie de lo que está ocurriendo, cada segundo, indefectiblemente: el poder y la presencia de Dios, el Espíritu divino.

Este Dios —el Principio único y supremamente poderoso de todo lo que es bueno y verdadero— no es simplemente una fuerza para el bien en un mundo por lo demás defectuoso. Dios, el Espíritu, es la bondad misma y, por extensión, todo lo que Él crea también es espiritual y bueno, sostenido por Dios y solo por Dios. No existe ningún otro poder legítimo. 

Es una idea radical; pero la disposición a aceptarla abre la puerta a un tipo de esperanza igualmente radical, que no puede ser destruida. Por encima de todo, es la esperanza que realmente nos faculta para experimentar la bondad divina de forma tangible.

Hace un tiempo, hubo un período en el que me dolía el cuello constantemente, y a veces era insoportable. Me resultaba difícil e incómodo moverme. Como había experimentado previamente la eficacia de la Ciencia Cristiana para sanar, había estado orando acerca del problema, pero no cedía. Era difícil no desanimarse, especialmente cuando llegó la fecha en que tenía que hacer un importante viaje por todo el país. La idea de viajar todo el día, cargar el equipaje y realizar una escala de vuelo en esas condiciones era abrumadora.

Entonces me vino a la mente cierta frase de un libro que había estado leyendo de Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana. En él, la Sra. Eddy describe al hombre (todos nosotros) como “la imagen de Dios, Su idea, coexistente con Él: Dios dándolo todo y el hombre poseyendo todo lo que Dios da” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 5).

Eso realmente me impactó. Si somos la imagen, o idea, de Dios, quien expresa amor y bondad ilimitados en todos nosotros, no hay lugar para el dolor en esa ecuación. No está incluido en la naturaleza de Dios, por lo tanto, tampoco está incluido en nuestra verdadera naturaleza espiritual.

La esperanza me embargó. Sentí en el fondo de mi corazón que, aunque mi cuello todavía me dolía, la lesión simplemente no formaba parte de mi verdadero yo. Dios, el bien, nunca ha dejado y nunca podría dejar de cuidar a Sus amados hijos. Podía esperar fortaleza y ​​curación, no sufrimiento.

Esto me animó durante ese día de viaje. Aunque la travesía no estuvo exenta de dificultades, me sentí arraigada en el amor de Dios, y se manifestaron muchas evidencias de Su bondad en acción; entre ellas, las cuatro ocasiones en las que, inesperadamente, mis compañeros de viaje se ofrecieron a levantar o bajar mi equipaje del compartimiento superior. Y para cuando llegué a mi hotel, podía moverme con más libertad que en toda la semana anterior. 

Al día siguiente, asistí a una charla sobre la curación en la Ciencia Cristiana, la que incluyó muchas ideas inspiradoras que reforzaron mi convicción de la bondad perpetua de Dios. Cuando me fui a la mañana siguiente, viajé con facilidad y comodidad. Realicé muchas actividades durante la semana siguiente, entre ellas, caminar, correr e incluso jugar al tenis, todo lo cual hice con total libertad y sin ningún dolor. En los años que siguieron, el problema no ha regresado.

Uno de los seguidores de Cristo Jesús escribió: “El Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Romanos 15:13). Nunca es irracional esperar algo bueno. Incluso cuando las cosas parecen ir mal, siempre está sucediendo algo más: la realidad espiritual de la bondad incontenible, universal e ilimitada de Dios.

Cuando partimos de esta perspectiva —sí, incluso en el 2020, y también en cualquier otro año— se abre el camino para que tengamos esperanza en el poder de Dios que la respalda, el tipo de esperanza que promueve la curación y la armonía. 

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