Estaba muy emocionada de pasar la segunda mitad de mi onceavo grado en una escuela en la hermosa costa de Maine. Pero tres días después de mi llegada, me encontré lidiando con fiebre y dolor de garganta, lo que me impedía participar en las actividades. Esta era una de las pocas ocasiones en que había estado lejos de mis padres, entre personas que no sabían nada de la Ciencia Cristiana, y me sentía muy sola.
Sabía que era hora de recurrir a Dios en busca de ayuda, pero, aunque oraba como había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, me resultaba difícil pensar con claridad y enfocarme en mis oraciones, porque todos a mi alrededor tenían mucho miedo de enfermarse. Llamé a mis padres por teléfono, y ellos se comunicaron con una practicista de la Ciencia Cristiana para que también orara por mí. Sin embargo, después de un par de días, como todavía tenía síntomas, mi escuela requirió que me hicieran exámenes en una clínica local.
Antes de hacérmelos, oré para calmar mi temor. Este pasaje de la Biblia me ayudó: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10). Después de orar con estas ideas, pude sentir la presencia de Dios, lo cual disolvió mi temor. Me sentí tranquila durante la visita al médico, y al día siguiente, los síntomas casi habían desaparecido, y me fue posible volver a mis clases.
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