En medio de una pandemia que ha arrasado el mundo y afectado tan profundamente la vida de las personas —al amenazar su salud física y mental, causar la pérdida de seres queridos, perjudicar la economía, cambiar las reglas del compromiso social y forjar un futuro incierto en la mente de millones— uno puede preguntarse cómo podemos lidiar con una situación tan crítica.
Estudiar cómo Cristo Jesús respondía a las crisis me ha ofrecido respuestas que infunden esperanza.
Cuando Jesús enfrentaba amenazas a la salud y al bienestar, su comprensión del amor y el cuidado omnipresentes de Dios elevaba su perspectiva por encima del caos y la agitación hacia Dios y la omnipresencia de la salud y la provisión. A un hombre que había estado inmovilizado durante muchos años por una enfermedad, Jesús le dijo: “Levántate, toma tu camilla y anda” (Juan 5:8, LBLA), y la salud del hombre le fue restaurada.
Cuando estuvo rodeado por miles de personas hambrientas y prácticamente sin ningún alimento, Jesús percibió que la provisión de Dios siempre es suficiente para satisfacer la necesidad, y todos fueron alimentados, y hubo de sobra. Donde la perspectiva material limitada veía escasez, el punto de vista a semejanza del Cristo que Jesús poseía revelaba abundancia, y esta perspectiva resultaba en el beneficio tangible para quienes lo rodeaban.
Al explicar que todos podemos ver más allá de los problemas, Jesús dijo: “El reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17). El reino de los cielos es toda la bondad de Dios, y está disponible aquí mismo. Jesús nos demostró que el apoyo de Dios no se encuentra en alguna fecha distante, sino que está presente para sentirlo y experimentarlo ahora. Enseñó a sus seguidores a orar: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10). Al compartir el sentido espiritual del Padre Nuestro, Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana, interpretó esas líneas de esta manera: “Tu reino ha venido; Tú estás siempre presente” y “Capacítanos para saber que —como en el cielo, así también en la tierra— Dios es omnipotente, supremo” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 17).
La inspirada comprensión de Jesús —su sentido espiritual— de la inmediatez de Dios le permitió percibir salud y provisión donde el punto de vista material percibía enfermedad y limitación.
El apoyo de Dios está presente para que lo sintamos y experimentemos ahora.
Podemos aprender a hacer lo mismo.
Podemos edificar sobre la enseñanza de Jesús y reconocer la abundancia de Dios que está a nuestro alcance para sanar, fortalecer, proteger y proveer. Donde la devastación parece real para los sentidos físicos, el sentido espiritual puede encontrar el bien que está aconteciendo.
Hace años, cuando era un joven granjero, mi padre y yo plantamos un campo con semillas de trébol. Después de unas semanas, las semillas echaron brotes sanos que produjeron sus primeros conjuntos de hojas. El campo parecía sumamente prometedor. Entonces un fuerte viento arrasó nuestra zona. El feroz vendaval arrojó diminutas partículas de arena a las hojas tiernas, como balas disparadas a un papel. Parecía que la cosecha había sido destruida.
Mi padre estaba fuera de la ciudad cuando azotó la tormenta, así que, después que hubo cesado, caminé por el campo solo, bastante deprimido, preguntándome qué hacer. Oré pidiendo guía y encontré paz al saber que no importaba cuán grave pareciera el daño, el apoyo de Dios siempre estaba a la mano para bendecir. La cosecha podía haber desaparecido, pero yo sabía que el apoyo y la provisión de Dios estaban presentes.
Cuando mi padre regresó, en lugar de darnos por vencidos respecto al campo, decidimos regar, amar y cuidar lo que quedaba de la mejor manera posible. Durante las siguientes semanas, vimos, absolutamente encantados, cómo de esas puntas del espesor de un cabello azotadas por el viento brotaban nuevas hojas y se convertían en plantas saludables, que se transformaron en un cultivo productor de ingresos. El cambio fue fenomenal.
En las décadas que han trascurrido desde entonces, nunca he olvidado la lección espiritual que aprendí al presenciar esa renovación: allí mismo donde la devastación puede parecer real y gráfica, cosas maravillosas, no obstante, pueden suceder. Si mi padre y yo hubiéramos aceptado la evidencia del daño aparentemente irreversible que había ante nuestros ojos, hubiéramos arado ese campo y no habríamos tenido ningún cultivo o ingreso procedente de él. Pero no aceptamos la derrota. Nuestro sentido espiritual vio esperanza, y nuestra confianza en el cuidado continuo de Dios fue recompensada.
Podemos hacer lo mismo hoy frente a la pandemia. Donde los sentidos materiales ven pérdida y agitación, el sentido espiritual puede encontrar provisión y orden. Donde el sentido material no ve ninguna esperanza, el sentido espiritual puede encontrarla. Los recursos celestiales de Dios, la Mente divina, están presentes para que los percibamos y demostremos, y Él nos ha dado a cada uno de nosotros sentido espiritual para ver más allá de los problemas y encontrar las soluciones que sacan a relucir la provisión de Dios.
Jesús alentaba con frecuencia a sus discípulos a mirar más allá de la evidencia física hacia la realidad espiritual para percibir lo que él veía con el sentido espiritual. En una ocasión, cuando los discípulos estaban discutiendo porque no tenían pan para el viaje que estaban realizando, dijo: “Tienen ojos, ¿y no pueden ver? Tienen oídos, ¿y no pueden oír?” ¿No recuerdan nada en absoluto?” (Marcos 8:18, NTV). Les señaló las dos veces en que había alimentado a miles de personas con unos pocos panes y peces, y que en ambas había sobrado comida en abundancia.
En ese momento de enseñanza, les estaba recordando que debían mirar más allá de los panes, más allá de la materia, hacia el Espíritu, la fuente de todo lo que sostiene y nutre en primer lugar, para que vieran que la provisión ya está a mano. La reprimenda que les hizo hace siglos sirve de incisivo recordatorio para nosotros también. La abundancia del cielo está presente en la tierra para verla y experimentarla. El bien de Dios está aquí ahora, y cada uno de nosotros puede verlo con el sentido espiritual y experimentarlo de manera tangible.
El apóstol Juan contempló la realidad del cielo mientras estaba en la tierra, como se registra en el libro del Apocalipsis. Él escribió: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido”. Juan había sido perseguido y exiliado a la isla de Patmos por el gobierno romano. Pero no dejó que esta situación extrema limitara la libertad y la expansibilidad de su pensamiento. Continuó describiendo su visión: “Oí una fuerte voz que salía del trono y decía: ‘¡Miren, el hogar de Dios ahora está entre su pueblo! Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo. Dios mismo estará con ellos. Él les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más’. Y el que estaba sentado en el trono dijo: ‘¡Miren, hago nuevas todas las cosas!’” (21:1, 3–5, NTV).
Juan usó el sentido espiritual para ver “una tierra nueva”, donde Dios tenía absoluta autoridad, manteniendo la paz y la salud excluyendo todo mal. Como hijos de Dios, tenemos este mismo sentido espiritual y podemos percibir esta misma perspectiva.
Para el sentido material, la pandemia puede parecer el principal suceso del día, pero para el sentido espiritual, lo que está sucediendo con Dios es siempre el suceso principal. ¡Con Dios, lo bueno está sucediendo! El cielo está sucediendo. La nueva tierra está apareciendo.
Como demostró Cristo Jesús de una manera que otros pudieran ver, esta tierra nueva es una realidad demostrable. Cada uno de nosotros tiene sentido espiritual para ver cómo las bendiciones del cielo están a la mano brindando salud y provisión, tal como los discípulos vieron con los panes y los peces, y como mi padre y yo atestiguamos con ese campo de tréboles. Todos podemos confiar en que la omnipotencia y omnipresencia de Dios restaura y renueva al abrir nuestros ojos al bien que está siempre al alcance de la mano.
