Allí estaba yo, apenas salida del avión en pleno enero, comprando un montón de pañuelos de papel en una tienda antes de la conferencia del fin de semana. “¿Por qué justo ahora?”, pensé, mientras luchaba por primera vez en años con los efectos de un fuerte resfrío.
La ironía era que el tema de la conferencia era “El cálido abrazo del Amor”. Un tema tanto literal como contemplativo, en que los participantes inevitablemente se abrazarían unos a otros al saludar a nuevos y viejos amigos, al tiempo que consideraríamos más profundamente lo que significa transmitir un cuidado genuino por nuestro prójimo.
Aquella noche, me instalé en mi habitación, en la cual había una corriente de aire, sintiéndome abatida por los síntomas y deseando estar en mi confortable cama, en casa. Fue entonces que recurrí mentalmente a Dios en busca de una respuesta. Al principio mis oraciones fueron bastante superficiales: No tengo tiempo para esto. Solo haz que desaparezcan los síntomas, por favor.
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