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Original Web

La renovación espiritual trae una curación física

Del número de abril de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 18 de enero de 2021 como original para la Web.


A lo largo de los años, entre las muchas bendiciones que he recibido del estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana está la curación física. Espero que compartir una curación en particular traiga consuelo e inspiración a los demás.

Hace unos seis años, cuando vivíamos en otro estado, mi hermana, su amiga y yo nos reunimos una noche para cenar. A medida que avanzaba la noche, comencé a sentirme extremadamente cansada, y al llegar a casa decidí tomar un breve descanso. Sin embargo, me desperté más de dos horas después sintiéndome muy enferma y me costaba estar de pie.

De inmediato, comencé a orar por mí misma, aferrándome al hecho de que “Dios es amor” (1 Juan 4:8). En un momento dado, noté una afección en una parte suave de mi cuerpo, y la apariencia era alarmante. Sabía que necesitaba apartar mi “mirada del cuerpo” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 261), porque los sentidos físicos no pueden verdaderamente dar testimonio de nuestro estado de salud. Mantuve mi pensamiento en Dios —la Verdad y el Amor— y en lo que Él me estaba diciendo acerca de mi perfección como Su reflejo.  

Durante las siguientes semanas no pude ir a trabajar a la pastelería donde trabajaba, y estaba agradecida por el amoroso apoyo de una practicista de la Ciencia Cristiana a quien llamé para que me diera un tratamiento de esta Ciencia. Mi malestar era tan grande que no podía pararme, caminar, sentarme o acostarme durante ningún período de tiempo.

En un momento dado, sentí la gran necesidad de ir a un sanatorio de enfermería de la Ciencia Cristiana como huésped para descansar y estudiar, a fin de cambiar de ambiente y tener disponible la atención de los enfermeros en caso de que la necesitara.

Al llamar al sanatorio, me enteré de que no tenían habitaciones disponibles. Desalentada, recurrí a Dios, y me llegó el mensaje angelical de que confiara en Su amor y estuviera agradecida. Mi pensamiento pronto se llenó de gratitud por todos los interesados y por el bien que Dios nos da a todos. Una hora después, recibí la feliz noticia de que había espacio disponible.

También estaba profundamente agradecida por la amiga que con tanta buena voluntad me llevó en su auto hasta el sanatorio, por la tranquilidad y la paz que empezaba a sentir y por el amoroso apoyo de todos allí.

Día y noche, leía, estudiaba y oraba, y a veces caminaba por mi habitación al hacerlo. También cantaba himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana. Esta estrofa en particular del Himno 278 fue una compañera constante:

Cielo y hogar hallarás en ti mismo,
eres el hijo de luz eternal.
Dios te vigila, te ama y protege.
Confiado sigue el sendero ideal.
(Peter Maurice, adapt., trad. © CSBD)

Un par de semanas después de llegar, me di cuenta de que próximamente sería la reunión de mi Asociación de la Ciencia Cristiana. El profundo deseo de estar allí y la oración persistente me dio la fortaleza necesaria para viajar. La noche antes de la reunión le había pedido a otra practicista de la Ciencia Cristiana que se hiciera cargo de mi caso, y durante todo el día de la reunión sentí que el Cristo, el espíritu de la Verdad y el Amor, elevaba mi pensamiento y fortalecía mi comprensión espiritual.

Sin embargo, después de regresar al sanatorio para descansar y estudiar, no lograba concentrarme en lo que estaba leyendo en Ciencia y Salud. La practicista que me trataba me recordó que el trabajo de curación consiste en la calidad, no la cantidad, y me recomendó que tomara una declaración o pasaje y me quedara con él hasta que la verdad comenzara a amanecer en el pensamiento.

Durante este tiempo, especialmente por la noche, hubo momentos en los que sentía que me estaba muriendo. Sabía que tenía que despertar vigorosamente de la creencia de que la vida está en la materia, y afirmaba con vehemencia que Dios era Amor, era mi vida, y que yo era Su hija amada. Me aferré a este versículo bíblico: “No moriré, sino que viviré, y contaré las obras del Señor” (Salmos 118:17, LBLA).

Un día, mientras leía la Lección Bíblica, me di cuenta de que necesitaba amar más; debía verme y amarme a mí misma como Dios lo hace, y expresar Su amor a los demás. Una creciente certeza de mi dignidad como hija de Dios comenzó a romper la hipnótica sensación de indignidad que había estado sintiendo. Y al amarme a mí misma, descubrí que podía amar verdaderamente a los demás. Como señala Ciencia y Salud: “‘Que… nos amemos unos a otros’ (1 Juan 3:23) es el consejo más simple y profundo del inspirado escritor” (pág. 572).

Comencé a ir al edificio principal del sanatorio de enfermería de la Ciencia Cristiana, y durante la semana leía y/o visitaba a algunos de los pacientes y residentes. A la hora de comer disfrutaba sentarme con otras personas y entablar edificantes conversaciones, y ayudaba a las personas durante el día cuando surgía la oportunidad. También asistía a los servicios dominicales semanales, a las reuniones de testimonios y al canto de himnos realizados por voluntarios en el sanatorio, o iba a los servicios regulares de una iglesia cercana. Y me unía a un pequeño grupo de hombres y mujeres una noche a la semana que se reunían para tomar un refrigerio y tener una conversación informal.

En mis estudios encontré que algunos pasajes bíblicos sobre la tranquilidad y la confianza eran profundamente inspiradores en mis oraciones por mí y por la humanidad.

Durante este tiempo los síntomas de la enfermedad comenzaron a disiparse, y me sentí lo suficientemente fuerte como para dar un paseo todos los días. Pronto caminaba dos a tres veces al día, y una sensación más grande de armonía inundaba mi consciencia.

Un día, mientras cantaba un himno, me embargó un sentimiento de normalidad que no supe bien qué era. Entonces caí en la cuenta. Por primera vez en muchos años, después de la pérdida de algunos miembros de la familia y la venta de mi casa, sentía un maravilloso sentido de familia: el amor de la abuela, abuelo, madre, padre, hermano y hermana. Y sentí la unidad que tenemos unos con otros por medio de la unidad con el Amor divino.

Después de seis semanas regresé a casa y finalmente volví a mi trabajo en la pastelería, que envolvía estar largas y exigentes horas de pie. Algunos compañeros de trabajo comentaron que podían ver un cambio en mí.

Esta curación fue como una resurrección en el sentido de que obtuve una renovada apreciación de lo que es la vida, y de lo que significa amarme a mí misma, a mi prójimo y a Dios.

 

Kathleen M. Mitchener
Madison, Wisconsin, EE.UU.

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