A lo largo de los años, entre las muchas bendiciones que he recibido del estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana está la curación física. Espero que compartir una curación en particular traiga consuelo e inspiración a los demás.
Hace unos seis años, cuando vivíamos en otro estado, mi hermana, su amiga y yo nos reunimos una noche para cenar. A medida que avanzaba la noche, comencé a sentirme extremadamente cansada, y al llegar a casa decidí tomar un breve descanso. Sin embargo, me desperté más de dos horas después sintiéndome muy enferma y me costaba estar de pie.
De inmediato, comencé a orar por mí misma, aferrándome al hecho de que “Dios es amor” (1 Juan 4:8). En un momento dado, noté una afección en una parte suave de mi cuerpo, y la apariencia era alarmante. Sabía que necesitaba apartar mi “mirada del cuerpo” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 261), porque los sentidos físicos no pueden verdaderamente dar testimonio de nuestro estado de salud. Mantuve mi pensamiento en Dios —la Verdad y el Amor— y en lo que Él me estaba diciendo acerca de mi perfección como Su reflejo.
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