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Original Web

Resurrección diaria

Del número de abril de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 6 de abril de 2020 como original para la Web.


En la época de Cristo Jesús, muchas personas consideraban, como ocurre hoy en día, que la resurrección era un suceso místico que se producía en un futuro lejano, si acaso. Pero Jesús sabía otra cosa. Cuando su amigo Lázaro murió, Jesús le aseguró a su hermana Marta: “Tu hermano resucitará”. Ella, tal vez, no atreviéndose a tener la esperanza de volver a ver a su hermano, dijo: “Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero”. Sin embargo, Jesús, expresando como siempre su ternura hacia los que sufrían, abrió el pensamiento de Marta hacia una perspectiva más profunda y presente de la resurrección con estas palabras: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (véase Juan 11:1–44). Jesús luego visitó la tumba de Lázaro y lo sacó caminando de ella.

Después de eso, Jesús continuó probando que “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mateo 22:32). Y cuando se presentó vivo después de su propia crucifixión y de haber sido sepultado, él demostró de forma concluyente que el Cristo, la idea espiritual de Dios y su manifestación en los asuntos humanos, es lo que resucita a la humanidad de la muerte. Jesús demostró que el hombre no puede perder la vida, así como los números no pueden perder el principio que los gobierna. Nuestra vida es eterna ahora porque es espiritual, el reflejo de Dios, quien es la Vida misma.

La demostración de la Vida eterna es esencialmente la demostración del Amor divino e indestructible en nuestra vida diaria.

Por lo tanto, la principal tarea que tenemos todos nosotros es trabajar para nuestra propia resurrección de un sentido mortal de la vida. Tenemos la facultad de hacerlo porque el Cristo está aquí ahora, capacitándonos para comprender y demostrar nuestra unidad con Dios y para elevarnos del sentido material de que la vida comienza y termina hacia nuestra vida espiritual indestructible como Su reflejo. Cada vez que demostramos la omnipotencia de Dios, la Verdad y el Amor divinos, al sanar alguna condición discordante por medio de la Ciencia divina del Cristo, nos elevamos en la demostración de la Vida eterna y damos un paso hacia nuestra completa resurrección de la creencia de que vivimos en la materia.

Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia que respaldaba las obras y enseñanzas de Cristo Jesús, indica claramente que la resurrección es en realidad una demanda espiritual constante, no un fenómeno material o un acontecimiento único. En su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, ella define la resurrección como “espiritualización del pensamiento; una idea nueva y más elevada de la inmortalidad, o existencia espiritual; la creencia material cediendo ante la comprensión espiritual” (pág. 593). Cada minuto de cada día, todo suceso y fase de nuestras vidas, puede ser un momento de resurrección.

Tomemos, por ejemplo, el matrimonio. Cuando mi primer matrimonio terminó en divorcio, me sentí desolado. No podía imaginar que algo que había parecido ser tan prometedor en el pasado se acabara. Pero traté de continuar elevándome espiritualmente, corrigiendo mis propios y numerosos defectos, comprendiendo más profundamente el amor como una cualidad espiritual indestructible de mi naturaleza que proviene de Dios. Poco a poco comencé a ver que yo había estado albergando un sentido muy personal del amor, uno que era sensual, mortal, limitado y, por lo tanto, por definición, finito. ¡Las cosas finitas se acaban! 

Así que comencé a cambiar. Siempre que pensaba en las relaciones o conocía a alguien nuevo, volvía mi pensamiento, lo mejor que podía, hacia Dios, el Amor divino, como la verdadera fuente del amor. No siempre lograba elevarme por encima de un sentido humano del amor, pero estaba convencido de que mi lealtad absoluta tenía que ser a Dios y a Su imagen, mi verdadera identidad y la de todos los demás; la expresión espiritual del Amor. Gradualmente, comencé a tener más confianza en que el amor jamás se podía perder.

Ahora entiendo lo que ocurría; estaba sepultando un punto de vista finito y mortal del amor. Poner fin a esa perspectiva me permitió ver y poner más en práctica las eternas cualidades espirituales que Dios expresa como vida en el hombre; cualidades tales como integridad, lealtad, paciencia y sabiduría.

Con el correr del tiempo, me fui liberando cada vez más de la opinión personal limitada respecto a las relaciones. Al principio, pensé que buscaba una mujer que fuera de mi misma nacionalidad y religión, pero más tarde, conocí a alguien que —si bien no era ninguna de las dos cosas— manifestaba una abundancia de cualidades positivas de la vida que yo valoraba mucho, y con el tiempo nos casamos. Este matrimonio no solo nos trajo una hija maravillosa, sino que me ha permitido elevarme hacia un sentido más práctico de la Ciencia Cristiana, una comprensión del amor sanador que nunca antes había comprendido.

Esta experiencia también me ha ayudado a comprender mejor lo que Jesús enseñó cuando dijo: “Los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento” (Lucas 20:35). Él no estaba predicando en contra del matrimonio como una institución humana necesaria, porque también dijo: “Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mateo 19:6). Pienso que estaba diciendo que, finalmente, todos tenemos que elevarnos por encima de la sensualidad y la creencia de que el hombre es creado por humanos, y comprender que estamos eternamente desposados con Dios, la Verdad y el Amor divinos. Como explica Ciencia y Salud: “Es sólo cuando los así llamados placeres y dolores del sentido desaparecen de nuestras vidas, que encontramos señales indudables del entierro del error y de la resurrección a la vida espiritual” (pág. 232). 

Con el tiempo, todos demostraremos plenamente la vida eterna, abandonando todo sentido material de la existencia y viviendo totalmente y para siempre como el reflejo de Dios. Cada paso a lo largo del camino, cada resurrección del pensamiento nos acerca más a este objetivo final. Estos pasos incluyen al Cristo, la Verdad, que nos libera, con tanta frecuencia como sea necesario, de la sofocante atracción del sentido limitado y mortal de la vida. Puede parecer una tarea grande, pero cada demostración nos acerca más a la comprensión de que nuestra vida se encuentra totalmente en Dios.

   Jesús nos ha mostrado que el objetivo final es asequible, y la Sra. Eddy ha aclarado la progresiva naturaleza del camino, al decir en Ciencia y Salud: “Es un pecado creer que algo pueda dominar la Vida omnipotente y eterna, y esta Vida tiene que ser sacada a luz mediante la comprensión de que no hay muerte, así como mediante otras gracias del Espíritu. Debemos empezar, sin embargo, con las demostraciones más simples de control, y cuanto más pronto empecemos mejor” (págs. 428-429).        

En última instancia, la demostración de la Vida eterna es esencialmente la demostración del Amor divino e indestructible en nuestra vida diaria. Hay un himno maravilloso compuesto por un pionero de la Ciencia Cristiana, William P. McKenzie, que capta este espíritu práctico de la resurrección diaria. El mismo dice en parte: 

Cual desterrados anhelando 
la patria donde habrá amor,
los corazones van al Padre 
pues Él los sana del temor.

Divino Amor protege y cuida, 
y les da paz, seguridad; 
los resucita del pecado 
y así disfrutan del Amor.
(Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 381, trad. © CSBD)

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