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Original Web

La continua resurrección de la curación cristiana

Del número de abril de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 21 de enero de 2021 como original para la Web.


Todo parecía perdido cuando Jesús fue sepultado en una tumba después de su crucifixión. Pedro, uno de sus seguidores más fieles, fue agobiado por el remordimiento porque había negado ser discípulo de Jesús. ¡Tres veces! Otro de sus queridos seguidores, María Magdalena, lloró abiertamente en su tumba. Y dos más de ellos, al hablar con un extraño, describieron una imagen sombría de lo que había sucedido. No solo lamentaban la pérdida de Jesús, sino la pérdida de lo que su vida había prometido ser en el futuro.

No obstante, esas situaciones desesperadas no eran exactamente lo que parecían. En la superficie, señalaban que se bajaba el telón sobre el naciente grupo de seguidores de Jesús. De hecho, eran presagios de una práctica más profunda y una difusión más amplia de sus enseñanzas.

Jesús había resucitado. Él era el extraño que hablaba con esos hombres. Calmó el dolor de María al aparecer ante ella vivo junto a la tumba vacía. Y le concedió a Pedro tres oportunidades de revertir sus temerosas negaciones con la misma cantidad de audaces declaraciones de cuánto amaba a Jesús (véase Juan 21:15–17).

Las ramificaciones más amplias de este momento crucial, que conmemora la Pascua, fueron detalladas 1900 años más tarde por Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana. Ella observó que del acontecimiento fundamental de la restauración física de Jesús se derivaba una resurrección más amplia.  

Al escribir acerca del momento en que Jesús eleva a María Magdalena por encima de la angustia “con el amor del Cristo que todo lo vence”, la Sra. Eddy dijo de la Magdalena: “Entonces vino la resurrección de ella y su tarea de gloria: conocer y hacer la voluntad de Dios…” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 258).

Del mismo modo, la obra principal de la Sra. Eddy sobre la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, describe de esta manera el impacto que tuvo en los discípulos de Jesús: “Su resurrección fue también la resurrección de ellos. Los ayudó a elevarse a sí mismos y a otros del embotamiento espiritual y de la creencia ciega en Dios a la percepción de posibilidades infinitas” (pág. 34).

La resurrección de estos fieles seguidores de Jesús fue una transformación del pensamiento, una espiritualización de sus vidas, y es algo que todos podemos experimentar. La consciencia humana fue elevada de su convicción de la existencia y dominio de la materia al reconocimiento de la sustancialidad del Espíritu y su totalidad. Esta subordinación de la materia al Espíritu dio lugar a la gozosa curación cristiana que practicaron inmediatamente después de que Jesús partió definitivamente de la vista humana en la experiencia llamada ascensión: Los enfermos fueron sanados, las vidas oprimidas fueron elevadas a medida que el Evangelio se extendía por todas partes, y los apóstoles Pedro y Pablo fueron incluso capaces de resucitar a personas que habían muerto, como había hecho Jesús (véanse Hechos 9:36–42; 20:7–12).

A pesar de este crecimiento temprano y rápido de su comprensión de las enseñanzas de Jesús y de que lograron repetir su poder práctico, la luz brillante de la curación cristiana pronto fue decayendo hasta ser tan solo un destello. Jesús previó que eso sucedería, pero prometió: “No os dejaré sin consuelo; vendré a vosotros” (Juan 14:18, KJV). Reconoció que algún día la comprensión de cómo sanaba sería buscada, encontrada y claramente explicada. Entonces, no solo vendría el consuelo. Sería “el Consolador”, al que Jesús describió como “el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre”. Jesús dijo, además: “Él les enseñará todo y les recordará cada cosa que les he dicho” (Juan 14:26, NTV).

Esta promesa de Jesús se cumplió con el descubrimiento de la Ciencia Cristiana a mediados del siglo XIX. Muchas personas en todo el mundo hoy en día pueden afirmar que esta Ciencia nos ha recordado lo que Jesús dijo e hizo de la manera más maravillosa: restaurando la curación que es la esencia de su ministerio. Hemos experimentado esta curación como la bienvenida liberación de los problemas de salud física y mental, y también al ser resucitados de lo que Ciencia y Salud describe como “mortalidad en el pecado”. Esta frase es el título marginal de un párrafo que relaciona el hecho de que Jesús resucitó a los muertos con el impacto que produjo en “aquellos muertos en delitos y pecados, satisfechos con la carne, descansando sobre la base de la materia, ciegos a las posibilidades del Espíritu y su verdad correlativa” (pág. 316).

A medida que el Cristo revierte paso a paso estas tendencias de pensamiento en nuestra vida, ciertamente se siente como una resurrección. Emerger del pecado, encontrar satisfacción en Dios, apoyarse sobre la base de la Mente para obtener salud y curación, discernir las infinitas posibilidades del Espíritu es salir de la oscuridad desagradable y húmeda de la mentalidad mortal hacia la sublime luz de la consciencia espiritual. Discernimos cada vez más nuestra identidad inmortal como el hijo amado de Dios, y vemos y amamos la misma individualidad espiritual inherente a los demás. Estos cambios mentales producen como resultado la restauración física.

Esto está bellamente ilustrado en un testimonio de un número reciente de esta revista sobre la curación de una enfermedad debilitante y potencialmente mortal (véase Kathleen M. Mitchener, “La renovación espiritual trae una curación física”, marzo de 2021). A través de su estudio y oración, y con la ayuda de practicistas de la Ciencia Cristiana, la testificante obtuvo un sentido cada vez más incuestionable de su dignidad como hija de Dios, el que “comenzó a romper la hipnótica sensación de indignidad que había estado sintiendo”. Ese amor espiritual por sí misma, a su vez, la obligó a sentir amor por los demás y a actuar de acuerdo con ello. El testimonio concluye: “Esta curación fue como una resurrección en el sentido de que obtuve una renovada apreciación de lo que es la vida, y de lo que significa amarme a mí misma, a mi prójimo y a Dios”.

El descubrimiento de Mary Baker Eddy de la Ciencia divina resucitó categóricamente la restauración puramente espiritual de la salud física y mental como parte natural del cristianismo. Y el restablecimiento de este “cristianismo primitivo y su perdido elemento de curación” (Mary Baker Eddy, Manual de la Iglesia, pág. 17) continúa con cada curación que resulta de demostrar esta Ciencia.

Estas curaciones individuales tocan vidas mucho más allá de la nuestra. Son los precursores de una práctica aún más profunda y un alcance más amplio de las enseñanzas de Jesús, las que permitirán a los corazones espiritualmente hambrientos de todo el mundo reconocer y realizar la promesa atemporal de Cristo de la curación cristiana.

Tony Lobl
Redactor Adjunto

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