Tenía lo que consideraba una vida bien planeada y feliz. Pero eso terminó abruptamente cuando mi preciado matrimonio se desmoronó en el transcurso de un período de dos años y medio. No solo albergué profundos sentimientos de traición, injusticia y pérdida, sino que también tuve que encontrar empleo y un hogar para mis hijos y para mí, además de asumir mayormente las funciones de padre y madre. Al enfrentar mi nueva vida, de repente tuve un momento poderoso a solas con el Cristo.
Para dar algo de contexto, a menudo he pensado en el transformador encuentro que Saulo (más tarde conocido como Pablo) tuvo con el Cristo en el camino a Damasco (véase Hechos 9:1–20). La Biblia relata que Saulo iba “respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor” al partir dispuesto a arrestar a hombres y mujeres cristianos y llevarlos a Jerusalén para ser juzgados.
Cuando iba de camino a Damasco, sucedió algo inesperado. Un “resplandor de luz del cielo” brilló a su alrededor, y al caer a tierra, oyó una voz que decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? … Yo soy Jesús, a quien tú persigues”.
¡Qué interrupción a una vida bien planeada! A Saulo se le dio esta indicación: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer”. Cuando se levantó, descubrió que estaba ciego. Es posible que esta “luz del cielo” haya iluminado la ceguera en su pensamiento a la presencia del Cristo. Pero quizás por primera vez en su vida, este hombre, tan acostumbrado a estar al mando, tuvo que ser guiado mansamente de la mano a su destino.
Esta gran perturbación resultó ser una enorme bendición, ya que quitó la falsa apariencia que había ocultado el propósito de la vida de Saulo, y reveló su verdadera identidad como “instrumento escogido” para predicar el evangelio de Cristo a los demás.
Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy explica: “Saulo de Tarso contempló el camino —el Cristo, o la Verdad— sólo cuando su sentido incierto de lo justo cedió ante un sentido espiritual, que es siempre justo. Entonces el hombre fue cambiado. ... Vio por primera vez la verdadera idea del Amor, y aprendió una lección en la Ciencia divina” (pág. 326).
El Cristo, el mensaje divino de Dios a nosotros, está siempre presente.
Esta experiencia le dio a Pablo un renovado sentido de propósito. Y aunque la mayoría de nosotros no vamos literalmente de camino a Damasco, tal vez nos encontremos en momentos similares de perturbación y prueba. En esos momentos, podemos orar en busca de la guía divina que nos ayude a encontrar renovación y regeneración. El Cristo, el mensaje divino de Dios a nosotros, está siempre presente, brindándonos enorme consuelo y permitiéndonos afrontar cada desafío.
Enfrenté un desafío similar, con la perturbación y la prueba que lo acompañaban, cuando mi esposo comenzó un trabajo en otro estado. Los niños y yo íbamos a reunirnos con él después de que se vendiera nuestra casa. Empecé a tener el presentimiento de que había problemas en mi matrimonio y decidí ir a visitar a mi esposo, mientras los niños se quedaban con un familiar. Dicha visita destacó una situación sombría y desesperada.
Cuando volé de regreso a casa y recogí a mis hijos, me impresionó el matrimonio feliz y la vida hogareña de mi parienta. Parecía haber un gran abismo entre lo que vi en su casa y lo que estaba sucediendo en la mía. Con la tensión y el estado desesperado de mi matrimonio, se sentía como si la felicidad, la estabilidad y la alegría se apartaran de mí.
La agonía y la desesperación me envolvieron, y no pude evitar que me corrieran las lágrimas. Me fui de la casa de mi parienta rápidamente y comencé el recorrido en auto de una hora y media hasta la mía. Mi familiar, que había visto mi desconsuelo y sabía que necesitaba apoyo, me siguió en su coche con mis hijos.
Mientras conducía, yo lloraba, pero también repetía audiblemente un pasaje de Retrospección e Introspección de la Sra. Eddy que había llegado a apreciar mucho a principios de ese año. Al hablar de los desafíos en su propia vida, escribió: “Me esforcé por elevar el pensamiento sobre la personalidad física, o existencia en la materia, hacia la individualidad espiritual del hombre en Dios —en la Mente verdadera, donde el mal sensible se pierde en el bien supersensible. Este es el único modo de desprenderse de la falsa entidad personal” (pág. 73).
A través de mis lágrimas, repetí estas palabras una y otra vez, lo que pareció ser cientos de veces. Al principio, las palabras no significaban nada para mí, pero al repetirlas, sentí que me aferraba a un salvavidas, y que, si lo soltaba, me perdería.
Después de una hora y cuarto de conducir y orar, la intensa angustia repentinamente se detuvo, como si hubieran cerrado un grifo abruptamente. ¡Simplemente desapareció!
No fue como si hubiera entendido todas las palabras o tenido una repentina vislumbre espiritual, sino que un envolvente sentido del Consolador, el Cristo omnipresente, vino hasta mí y de inmediato y específicamente respondió a mi necesidad, enjugando mis lágrimas. Si bien la situación exterior no había cambiado, mi mente estaba en paz, y las lágrimas habían desaparecido. Completé los últimos quince minutos de mi viaje tranquila y reconfortada.
Estaba muy agradecida por haber persistido y continuado orando hasta que la angustia desapareció. En ese viaje en auto nada había sido más importante que declarar la verdad una y otra vez hasta que detuvo la ilusión de que yo podía estar separada del amor de Dios. Ciencia y Salud explica: “Elevando el pensamiento por encima del error, o la enfermedad, y contendiendo persistentemente por la verdad, destruyes el error” (pág. 400).
Cuando llegamos a casa, mi parienta saltó de su coche lista para ayudarme y consolarme. Yo estaba agradecida, pero no lo necesitaba. El dolor había huido. ¿Qué había sucedido durante esa hora y cuarto que acabó repentinamente con la angustia? Al aferrarme de todo corazón a las ideas de ese pasaje, había visto mi “individualidad espiritual en Dios”. Había acogido al Cristo, la Verdad espiritual, en mi consciencia, y mi pensamiento había sido elevado por encima de la sugestión de que de alguna manera estaba fuera del tierno cuidado y dominio de Dios.
Si bien tuve otros desafíos difíciles durante los siguientes dos años y medio, mientras me adaptaba a ser una madre sola, el recuerdo de aquel momento y la prontitud con que percibí al Cristo demostró ser una roca sólida y alentadora sobre la que me mantuve. Muchas veces me sentí como un astronauta suspendido fuera de una nave espacial, mirando la Tierra, o en mi caso, la paz y la armonía, tan lejana. Pero durante esos momentos de soledad y aislamiento, recurrí a Dios para cada necesidad. Aprendí a escuchar a cada paso que daba. Y siempre, la extraordinaria experiencia durante mi viaje a casa aquel día, siguió dándome la certeza de que el Cristo estaba presente todo el tiempo, demostrando el amor de Dios por mí.
Esta lección acerca de escuchar se destacó una noche en particular. Tenía el deseo de comprar comida china para llevar, y estaba planeando poner a mis dos hijos pequeños en el auto, conducir al restaurante para conseguir mi cena, y luego regresar a casa y preparar la de ellos. Pero mientras oraba, “Que no se haga mi voluntad, ni la de nadie más, sino Tu voluntad”, de inmediato, me vino esta pregunta: “¿Estás tratando a tus hijos de la manera más cristiana posible?”
Ese pensamiento me detuvo. Vi la importancia de ocuparme de las necesidades de mis hijos en ese momento. Fui a la cocina y les preparé su cena, y luego tuvimos nuestra rutina habitual antes de ir a la cama, incluidos el baño y las historias. Después de acostarlos tranquilamente, sonó el timbre; algo muy inusual, especialmente a esa hora de la noche. Abrí la puerta, y allí estaban mis vecinos con un plato lleno de rollos de huevo chinos caseros y salsa de ciruela, ¡mis favoritos!
Los rollos de huevo estaban deliciosos; pero lo más importante fue que sentí que era un ejemplo tangible del amor de Dios por mí y una indicación de las bendiciones que recibimos cuando seguimos la guía divina. No hay forma de que yo pudiera haber delineado una manera tan perfecta de terminar el día.
Los años que siguieron, en los que crié a mis hijos sola, a menudo estuvieron llenos de situaciones en las que me detuve a escuchar, momento a momento, la dirección divina. Y aunque hubo luchas, siempre encontré clara evidencia de que el Cristo estaba presente, dejando en claro que Dios nos estaba cuidando a todos. Estoy agradecida por la paz que esta comprensión me sigue brindando.
Pablo dice en Filipenses: “Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús” (2:5, NTV). Cuando silenciamos el miedo humano, el desconcierto, la angustia —ya sea que estén arrasando nuestro pensamiento o perturbando sutilmente nuestro día o una noche de sueño— y nos aferramos firmemente a la verdad de Dios, sentimos la presencia del Cristo, y sabemos, en cierta medida, lo que significa tener “la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16).
