Tenía lo que consideraba una vida bien planeada y feliz. Pero eso terminó abruptamente cuando mi preciado matrimonio se desmoronó en el transcurso de un período de dos años y medio. No solo albergué profundos sentimientos de traición, injusticia y pérdida, sino que también tuve que encontrar empleo y un hogar para mis hijos y para mí, además de asumir mayormente las funciones de padre y madre. Al enfrentar mi nueva vida, de repente tuve un momento poderoso a solas con el Cristo.
Para dar algo de contexto, a menudo he pensado en el transformador encuentro que Saulo (más tarde conocido como Pablo) tuvo con el Cristo en el camino a Damasco (véase Hechos 9:1–20). La Biblia relata que Saulo iba “respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor” al partir dispuesto a arrestar a hombres y mujeres cristianos y llevarlos a Jerusalén para ser juzgados.
Cuando iba de camino a Damasco, sucedió algo inesperado. Un “resplandor de luz del cielo” brilló a su alrededor, y al caer a tierra, oyó una voz que decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? … Yo soy Jesús, a quien tú persigues”.
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