Crucifixión. Resurrección. Ascensión. Estos son los acontecimientos en la vida de Jesús que componen la historia de la Pascua. Esta historia muestra cómo comprender a Dios como un Padre amoroso, como nuestra propia Vida, puede transformar todo lo que parece ser la vida. La historia de la Pascua no es solo una historia de un pasado muy lejano; tiene implicaciones para nuestras vidas hoy, porque la transformación de Jesús afectó no solo su propia vida, sino también la vida de quienes lo siguieron, incluso su discípulo Pedro.
La historia de Pedro me ha alentado tremendamente, por la forma en que su vida se transformó al seguir las enseñanzas de Jesús. De igual modo, podemos vivir nuestras vidas de manera diferente: podemos seguir las enseñanzas de Jesús, y la historia de Pedro puede convertirse en nuestra historia, con nuestras vidas transformadas. Las enseñanzas de Jesús y la demostración de la Vida —de Dios, que es la Vida eterna— cambian lo que sabemos acerca de la vida y de nosotros mismos por lo que se describe en Génesis 1: cada uno de nosotros fue creado a imagen y semejanza de Dios, el Espíritu, e innatamente espiritual. Eternamente espiritual. Esto significa que vivir espiritualmente, ser obedientes a los Diez Mandamientos y seguir la guía del Sermón del Monte es natural para nosotros.
Cada uno puede experimentar la Vida de un modo similar a la respuesta a la pregunta “¿Qué es el hombre?”, en la página 475 de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Esta respuesta dice, en parte: “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales. Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a la imagen y semejanza de Dios. La materia no es esa semejanza. La semejanza del Espíritu no puede ser tan desemejante al Espíritu”. Más adelante afirma que, puesto que el hombre, un término que incluye a todos, es el reflejo de Dios, debemos ser eternos; de hecho, incapaces de morir.
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