Un día, mientras realizaba mis actividades regulares, me lastimé gravemente una rodilla.
Al día siguiente, al levantarme de la cama, noté que la rodilla estaba muy inflamada y no podía sostener el peso de mi cuerpo. Me dolía muchísimo y no me era posible caminar. Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana y le pedí que orara por mí; y una amiga mía me trajo unas muletas para que pudiera andar por la casa.
No obstante, no podía salir para conducir el auto o ir al trabajo, y podía moverme muy poco, lentamente y con mucha dificultad.
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