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Original Web

Sana de lesión en la rodilla

Del número de abril de 2021 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 4 de febrero de 2021 como original para la Web.


Un día, mientras realizaba mis actividades regulares, me lastimé gravemente una rodilla. 

Al día siguiente, al levantarme de la cama, noté que la rodilla estaba muy inflamada y no podía sostener el peso de mi cuerpo. Me dolía muchísimo y no me era posible caminar. Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana y le pedí que orara por mí; y una amiga mía me trajo unas muletas para que pudiera andar por la casa. 

No obstante, no podía salir para conducir el auto o ir al trabajo, y podía moverme muy poco, lentamente y con mucha dificultad.

Yo ya había visto y tenido muchas curaciones mediante la Ciencia Cristiana, así que no dudaba, ni por un solo momento, de que por medio de Dios sanaría y podría volver a caminar. Cristo Jesús dijo: “Os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:24). 

Los días iban pasando, pero no veía ninguna mejoría; sin embargo, valoraba todo ese tiempo como una sagrada oportunidad para crecer espiritualmente; una oportunidad para conocer mejor a Dios y sentirme más cerca de Él, así como para purificar mi pensamiento.

Un día, estaba pensando en el relato de la Biblia acerca del hombre en el estanque de Betesda, quien había estado inválido durante treinta y ocho años. No se dio por vencido y, según parece, jamás aceptó que ese problema pudiera considerarse incurable (Juan 5:5-9). Con toda seguridad, Cristo Jesús percibió la esperanza de este hombre, incluso después de todos esos años infructuosos, y el hecho de que Jesús lo sanara demostró que la esperanza y la persistencia son cualidades importantes para sanar y son siempre recompensadas. 

Después de trabajar metafísicamente con la practicista durante varios días, ella me informó que debía irse de viaje por una semana, y que no iba a poder comunicarse conmigo durante ese tiempo. Le agradecí por su trabajo y todo su apoyo, y por mantener mi pensamiento centrado en Dios y no en la situación física. 

Ante esa circunstancia, decidí llamar a otro practicista para que me siguiera ayudando. Cuando lo llamé al siguiente día, él me habló con tanta firmeza acerca de mi identidad espiritual que inmediatamente sacudió mi pensamiento. Percibí que la autoridad espiritual que expresaba el practicista era lo que yo más necesitaba para poder despertar del sueño de dolor y discapacidad.

En la biografía Mary Baker Eddy: Christian Healer, Amplified Edition (Yvonne Caché von Fettweis and Robert Townsend Warneck), leemos en la página 93 que, en una ocasión, ella fue criticada por hablarle “irrespetuosamente” a una niñita, quien según los médicos se estaba muriendo. Al tratar de llegar al pensamiento de la niña en medio de esa atmósfera llena de temor, ella le dijo con firmeza que se levantara de la cama. La niña lo hizo y sanó instantáneamente. La Sra. Eddy amaba mucho a esta pequeña, y la autoridad espiritual con la cual le habló no procedió de la crueldad, sino de la absoluta convicción de la identidad y perfección espirituales de la niña.

Entre las sencillas, pero poderosas ideas que el practicista compartió conmigo, afirmó que yo no tenía nada que temer. Me recordó que Dios es todopoderoso y omnipresente, y que, ya fuera que lo creyera o no, yo estaba bien, porque mi vida está en el Espíritu, no en la materia. Me animó muchísimo, asegurándome que Dios solo conoce a Su creación perfecta; que Él no conoce a ninguno de Sus hijos que necesite curación. Le dije que estaba lista para llevar una vida normal y salir de mi casa. Me respondió que podía hacerlo con confianza y sin miedo al dolor, porque Dios estaba conmigo a cada paso del camino. Él nunca creó el dolor, el cual es solo parte de la creencia de vida en la materia. Yo creí con firmeza esas verdades, y tomé las muletas y comencé a bajar las escaleras de mi casa. Las palabras “Toma tu lecho y anda” (Juan 5:11), que Jesús le dijo al paralítico en el estanque de Betesda, llenaron de tal manera mi pensamiento que no estuve consciente de ninguna molestia. 

Tan pronto como bajé esos 12 escalones y puse mis pies en la calle, el dolor desapareció. Conduje hasta la tienda, compré lo que necesitaba y regresé a casa regocijándome y dando gracias a Dios por haberme creado libre.

Dos días después, noté que la inflamación había desaparecido y ya no necesité las muletas. Regresé a mi trabajo y mi vida volvió otra vez a la normalidad. 

La Ciencia Cristiana es verdaderamente el Consolador que Cristo Jesús prometió. Es un enorme privilegio ser estudiante de esta Ciencia y testigo del amor de Dios por todos nosotros a través de las numerosas curaciones que he visto y experimentado a lo largo de los años.

Mari Carmen Feijoo
Ballwin, Missouri

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