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Original Web

La ley de Dios anula la injusticia

Del número de octubre de 2022 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 16 de mayo de 2022 como original para la Web.


No tenemos que mirar muy lejos para ver que hay una necesidad urgente de justicia en nuestro mundo; una justicia que incluya a cada individuo y no deje a nadie afuera luchando. Las necesidades de hoy nos empujan a buscar profundamente lo que significa la verdadera imparcialidad, justicia e igualdad.

Podemos obtener un sentido más profundo de la justicia considerando una base más permanente para los derechos; considerando los derechos divinos de cada uno y las leyes de Dios que operan para bendecir a todos con bondad. 

Crecí en un país durante una dictadura donde había represión y falta de plena libertad. Esto me obligó a buscar una libertad más permanente y confiable, una libertad espiritual que la ley divina siempre trae. Cuando era joven, encontré la Ciencia Cristiana, y me trajo una clara comprensión del significado de la ley divina, y también me sanó. 

Esta ley ha sido explicada por Mary Baker Eddy, cuyo descubrimiento de la Ciencia Cristiana se basa en las profundas verdades de la Biblia y las enseñanzas de Cristo Jesús. Ella define la Ciencia Cristiana “como la ley de Dios, la ley del bien, que interpreta y demuestra el Principio divino y la regla de la armonía universal” (Rudimentos de la Ciencia Divina, pág. 1). Esta definición me ha ayudado a comprender que el propósito de la ley divina es sacar a relucir la armonía —la armonía suprema de Dios— no solo para algunos, sino para todos. 

Algunos años más tarde, después de dejar mi tierra natal, la libertad mental y espiritual que sentí a través de esta comprensión de la ley divina trajo la tan necesaria justicia a una gran injusticia a la que me enfrenté.

Mientras pasaba por un proceso legal normal, otras personas presentaron documentos que afirmaban injustamente que había algo pendiente por resolver, a pesar de que se había resuelto hacía más de veinte años. Debido a esto, había una audiencia pendiente con una orden de arresto que podía enviarme a la cárcel en cualquier momento. De repente, fui privado de todos mis derechos, incluso de poder trabajar y viajar. Tuve que reabrir el viejo caso para demostrar mi inocencia. Estaba abrumado por el resentimiento contra la oficial a cargo de mi caso, quien me había dicho directamente que ella creía que yo era culpable. También me había quitado los documentos que yo necesitaba para proceder con mi solicitud original.

En medio de todo esto, tenía un crecimiento junto a uno de mis ojos desde hacía varios años. Era muy visible y estaba empeorando. Algunos miembros de la familia me pidieron con insistencia que al menos consultara con un médico, a lo que finalmente accedí. Este me envió a un cirujano, quien diagnosticó que era un tumor y me aconsejó una cirugía para extirparlo de inmediato, porque estaba afectando peligrosamente mi visión. Se hizo una cita para mí en el hospital para que me lo quitaran. 

Mientras estaba en la sala de espera del hospital el día de la cirugía, de repente se me ocurrió que podía recurrir a Dios en oración para resolver esto, tal como había hecho en muchos casos antes. Cancelé la cirugía en ese momento y salí del hospital. 

A lo largo de los años, había ganado la convicción espiritual mediante mi estudio de la Ciencia Cristiana de que cualquier situación discordante que estemos experimentando, física o moral, puede ser corregida y sanada a través de medios espirituales. Había experimentado muchas curaciones de todo tipo de problemas a través de la comprensión de Dios como mi Padre divino. Sabía que podía sanar nuevamente.

Durante esta agitación de la dificultad física y el desafío legal, estaba orando a diario para expresar la pureza de los pensamientos de Dios, que revelan mi verdadera naturaleza espiritual. También oraba para ver la perfección de todos a mi alrededor, sin excluir a nadie. Me esforzaba por ver que esta era la ley de Dios —del Amor divino— y que no podía ser forzada, interrumpida o bloqueada de ninguna manera. Como no excluía a nadie, estaba orando para saber constantemente que esto también era cierto para la oficial a cargo de mi caso. 

Pensé mucho en el mandamiento, o mandato divino, de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos en el que Cristo Jesús insistió por ser una ley vital y activa de la justicia. Jesús, quien enseñó y ejemplificó la vida cristiana y su poder sanador al máximo, debe de haber sabido que era injusto que la humanidad sufriera moral y físicamente. Él vino a decirnos que el cielo, la armonía, es un estado divino de pensamiento disponible ahora en la tierra para todos. Su obra sanadora demostró que no debe haber habido duda en su pensamiento de que la humanidad estaba inseparablemente conectada con Dios, y que Su ley estaba operando en la tierra como lo está en el cielo para el bien de todos. 

Me esforzaba por ver que todo lo que parecía estar levantándose contra Dios —lo que pudiera ir en contra de las buenas leyes de Dios, como el resentimiento— era injusto tanto para la oficial como para mí. Este era el punto importante y me estaba dando una nueva perspectiva sobre la verdadera justicia que podía aplicar directamente a mi experiencia.

Todos los días era obediente a una advertencia en el texto principal de la Sra. Eddy sobre la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. Dice así: “En paciente obediencia a un Dios paciente, laboremos por disolver con el solvente universal del Amor el adamante del error —la voluntad propia, la justificación propia y el amor propio— que lucha contra la espiritualidad y es la ley del pecado y la muerte” (pág. 242). Para mí esto significó disolver la amargura, la voluntad propia y el amor propio con la comprensión espiritual de que el Amor ha creado a cada uno para ser amoroso y amable. Comencé a sentir muy fuertemente que mis afectos estaban gobernados y protegidos por esta ley. La profunda paz que viene de Dios llenó cada rincón de mi vida.

Donde se necesita restitución — por más pequeña o grande que sea— la ley del Amor divino está a la mano.

Poco después de establecer estas ideas y su poder espiritual en el pensamiento a través de la oración, el tumor disminuyó drásticamente. En pocos días no había más evidencia de ello, y mi vista, que previamente había sido bloqueada por él, se aclaró. Comprendí que la ley divina estaba siempre presente y llenaba todo el espacio. Este era el poder de la verdadera justicia en acción. No dejó lugar para la justificación propia. Los pensamientos que no tenían el respaldo de la tierna bondad de la ley del Amor no tenían autoridad, y podía abandonarlos y ver que no tenían poder para determinar o dirigir mi vida de ninguna manera. 

Un día después de orar, sentí la fuerte directiva de llamar a la fiscal jefe de distrito. Después de tan solo unos minutos en el teléfono explicando la situación, pude ver que ella reconoció mi inocencia y se dio cuenta de que los cargos eran un completo error. A los pocos días de que le enviara unos documentos que verificaban mi inocencia, el juez a cargo de mi caso me envió un documento de absolución que restauró todos mis derechos. A continuación, completé con éxito el proceso legal en el que estaba envuelto cuando esta injusticia salió a la superficie. 

La ley espiritual no incluye ninguna casualidad o responsabilidad y nunca resulta en sufrimiento. Siempre tiene el efecto de restaurar o mantener la armonía porque Dios es todo y sólo bueno. Incluso cuando los sistemas humanos y nuestros semejantes parecen sancionar el desequilibrio o descuidar los valores y el respeto, la ley espiritual puede restaurar el equilibrio. La misericordia y el perdón juegan un papel indispensable en la justicia que corrige las malas acciones. Elevan el pensamiento de toda la humanidad y nos muestran que la armonía y la libertad son parte integral de la vida de todos.

La autoridad espiritual y la ley —la justicia divina— caracterizan el gobierno de Dios, y la obediencia a esta ley espiritual armoniza nuestra experiencia. La obediencia a esta autoridad no es una sumisión condenatoria o débil a un amo que castiga o penaliza. Permitir que cada motivo, impulso, pensamiento y acto sea gobernado por Dios, el Amor, en realidad nos da poder para amar y hacer lo correcto.

La misericordia y la justicia de la ley divina se muestran en la redención, la salud y la liberación que traen; la liberación que saca a los individuos del sufrimiento moral y físico. Cada uno de nosotros tiene derecho a la regeneración, la reconciliación y a corregir lo que esté mal. Orar para comprender la ley divina del Amor puede traer equilibrio a los asuntos humanos. Donde se necesita restitución —por más pequeña o grande que sea— la ley del Amor divino está a la mano.

Cualquiera que sea la situación en la que nos encontremos, siempre hay una oportunidad de ser bendecidos por la gran misericordia y justicia de esta ley suprema de Dios. Y el mundo también será bendecido por ello.

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