Recientemente escuché al historiador estadounidense ganador del Premio Pulitzer David Hackett Fischer explicar que para él ciertos países representan cada uno un ideal: por ejemplo, Nueva Zelanda, un sentido de justicia; Canadá, diversidad; y Estados Unidos, libertad.
Siglos antes de que se fundara Estados Unidos, el apóstol Pablo pensó profundamente acerca del significado de la libertad. Conocemos los pensamientos y acciones de Pablo por sus cartas en el Nuevo Testamento de la Biblia, así como por el libro de los Hechos.
Cuando era joven, Pablo buscó privar de la libertad a aquellos que seguían a Jesús, porque sentía que estaban corrompiendo la verdadera doctrina y práctica religiosa. Más tarde, después de experimentar una conversión espiritual y comenzar a contarle a la gente acerca de Cristo Jesús y sus enseñanzas, él mismo fue objeto de una persecución similar y fue encarcelado y golpeado varias veces. En una ocasión, cuando fue arrestado por las autoridades romanas, informó a sus captores que era un ciudadano romano y que estaba apelando su caso al emperador. Luego viajó bajo vigilancia a Roma, donde incluso bajo arresto domiciliario continuó predicando.
La libertad es inherente a nuestra naturaleza como hijos de un Dios completamente bueno y todopoderoso.
Lo que más me impresiona de Pablo y sus puntos de vista acerca de la libertad es que no pensaba que la libertad era simplemente hacer lo que quieras. Para Pablo, la verdadera libertad significaba comprometerse libremente a amar a los demás y amar a Dios, que es el Amor infinito. Para hacer eso realmente se requiere abnegación, hasta sacrificio.
A medida que he estudiado la Ciencia Cristiana, he llegado a comprender que la libertad es inherente a nuestra naturaleza como hijos de un Dios completamente bueno y todopoderoso. En verdad, más allá de la apariencia humana de una persona que nace en un momento determinado y luego evoluciona materialmente, la identidad de cada uno de nosotros es completamente espiritual, no nace en, ni es definida por, la materia. Se requiere sentido espiritual para percibir esto, pero en realidad podemos disfrutar de esta libertad ahora. Para mí, este es el significado de la declaración de la Biblia de que somos creados a imagen y semejanza de Dios (véase Génesis 1:26, 27).
A medida que regresamos a este sentido más elevado de nosotros mismos, encontramos cada vez más dominio sobre la discordia y la limitación. Vemos cada vez más que en lugar de estar limitados por las circunstancias, las decisiones humanas o incluso nuestros propios errores, estamos gobernados por la ley de armonía de Dios. Y de la misma manera que una madre buena nunca podría querer otra cosa que no sea el bien y la armonía para su hijo, Dios sólo nos provee libertad.
Para no ser una mera abstracción, la verdad absoluta de nuestra libertad actual debe demostrarse en nuestra experiencia. Eso a menudo requiere un examen de conciencia, reforma, sacrificio e incansable persistencia. El conocimiento propio —estar conscientes de nuestros pensamientos y acciones, así como una comprensión de quiénes somos realmente como hijos de Dios— puede mostrarnos algunas severas opiniones sobre quiénes parecemos ser. Pero el deseo puro de mejorar, el cual tiene su origen en Dios, el Espíritu, y en nuestra propia perfección espiritual como reflejo de Dios, constituye una oración poderosa que apoya el crecimiento en gracia.
En la Biblia hay muchos relatos de personas que expresan gracia, manifestando la confiada certeza de quiénes son y de la presente libertad que Dios les ha dado. José fue vendido como esclavo por sus propios hermanos y encarcelado falsamente, sin embargo, continuó siguiendo con firmeza a Dios, ascendió a una posición prominente y no sólo salvó la vida de muchos otros, sino que perdonó a sus hermanos (véase Génesis, capítulos 37, 39-45). David fue perseguido por el rey Saúl, pero se negó a hacerle daño, a pesar de que tuvo una oportunidad fácil de hacerlo (véase 1 Samuel 19-24). Abraham expresó gracia en sus tratos con su sobrino Lot cuando estaban dividiendo la tierra de Israel, y fue bendecido debido a su generosidad (véase Génesis 13:1-18). En todas estas situaciones, los individuos expresaron libertad al no pensar en sí mismos, solo deseaban servir a Dios.
La libertad era muy importante para la Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy. Ella creció en una época y un lugar donde las contribuciones de las mujeres se limitaban en gran medida al hogar, y sus ideas eran generalmente poco valoradas o incluso ridiculizadas. Sin embargo, no dejó que eso le impidiera valorarse a sí misma y tratar amablemente incluso a los críticos de sus ideas, especialmente, de su descubrimiento de la Ciencia Cristiana. En su obra principal, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, incluye un extenso pasaje sobre la libertad que comienza: “La verdad trae los elementos de la libertad. Sobre su estandarte está el lema inspirado por el Alma: ‘La esclavitud está abolida’. El poder de Dios libera al cautivo. Ningún poder puede resistir el Amor divino” (pág. 224). Continúa hablando de Pablo y Jesús y señalando que la violencia no es lo que derroca la opresión: “El Amor es el libertador” (pág. 225). Ese pasaje y todo el libro alientan a los lectores a trabajar activamente para demostrar su propia libertad y para liberar a todos.
Ya sea que vivamos en los Estados Unidos o en otra parte del mundo, la enseñanza de la Ciencia Cristiana de que todos y cada uno de nosotros somos libres nos inspira a comprender la base espiritual de la verdadera libertad y demostrar esa libertad a través de la gracia y la disposición de hacer un esfuerzo adicional al servicio de los demás.