Recientemente escuché al historiador estadounidense ganador del Premio Pulitzer David Hackett Fischer explicar que para él ciertos países representan cada uno un ideal: por ejemplo, Nueva Zelanda, un sentido de justicia; Canadá, diversidad; y Estados Unidos, libertad.
Siglos antes de que se fundara Estados Unidos, el apóstol Pablo pensó profundamente acerca del significado de la libertad. Conocemos los pensamientos y acciones de Pablo por sus cartas en el Nuevo Testamento de la Biblia, así como por el libro de los Hechos.
Cuando era joven, Pablo buscó privar de la libertad a aquellos que seguían a Jesús, porque sentía que estaban corrompiendo la verdadera doctrina y práctica religiosa. Más tarde, después de experimentar una conversión espiritual y comenzar a contarle a la gente acerca de Cristo Jesús y sus enseñanzas, él mismo fue objeto de una persecución similar y fue encarcelado y golpeado varias veces. En una ocasión, cuando fue arrestado por las autoridades romanas, informó a sus captores que era un ciudadano romano y que estaba apelando su caso al emperador. Luego viajó bajo vigilancia a Roma, donde incluso bajo arresto domiciliario continuó predicando.
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