“¡El Cristo es tan maravilloso!”
Estas palabras de alegría fueron expresadas por una testificante durante la reunión de un miércoles por la noche en una filial de la Iglesia de Cristo, Científico. En estas reuniones, los fieles relatan las formas en que la práctica de la Ciencia Cristiana los ha liberado de las limitaciones, incluidos los males físicos y mentales. Cada experiencia de curación compartida puede elevar e inspirar a quienes la escuchan, al igual que los relatos de curación publicados en esta revista. Pero cada curación también ofrece algo más: la evidencia continua de que, como dice la Biblia, Cristo es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8).
La Ciencia Cristiana revela que el Cristo es el mensaje sanador de la Verdad divina, Dios, inmutable y siempre a mano; como se evidenció de manera tan poderosa en la vida de Cristo Jesús. Él comprendió que la bondad ilimitada de Dios y nuestra naturaleza eran la expresión espiritual de esa bondad divina. Sus enseñanzas y obras sanadoras pusieron en evidencia la totalidad de la divinidad, refutando las sugestiones de que cualquier estado del ser aparte del bien pueda definirnos.
La aceptación de esta idea a semejanza del Cristo saca a la luz una libertad espiritual que es aún mayor que el tipo de libertad que alteró la historia celebrada en los Estados Unidos cada 4 de julio, una liberación ganada de la opresión. En lugar de libertad en oposición a algo, la libertad que el Cristo revela es una característica espiritual innata de cada uno de nosotros. Como dice la segunda carta de Pablo a los cristianos en Corinto, “El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Corintios 3:17). El Espíritu, Dios, está en todas partes, y la verdadera identidad de todos es la imagen de Dios, por lo que la libertad del Espíritu se refleja en todos nosotros.
Ya sea que temamos un desafío inminente o estemos enfrentando uno persistente, el Cristo está presente para revelar nuestra identidad espiritual perfecta.
Percibir esta libertad otorgada y reflejada de Dios sana nuestras mentes y cuerpos, como lo demostró el relato de la testificante ese miércoles por la noche. Con un dolor angustiante, había leído el relato bíblico de un leproso que le decía a Jesús: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. A pesar del gran temor al contagio que rodeaba a la lepra, Jesús extendió libremente su mano para tocar al hombre. “Sí quiero —le dijo—. ¡Queda limpio!” (Mateo 8:2, 3, según Nueva Versión Internacional). El hombre sanó al instante.
La testificante dijo que, mientras meditaba sobre la audaz compasión de Jesús, ella se volvió profundamente consciente del Cristo, la idea espiritual del amor ilimitado de Dios. Y fue liberada inmediata y permanentemente de ese dolor.
Dicha curación mediante el Cristo va más allá de brindarnos la tan esperada libertad de lo que más de ciento cincuenta años de curación en la Ciencia Cristiana han estado demostrando que no es verdad, tal como la enfermedad o el dolor. El Cristo también ilumina nuestra libertad más preciada, nuestra capacidad innata para comprender y experimentar lo que es verdadero: la naturaleza omnipresente y amorosa de Dios y nuestro reflejo puro y perfecto de ello.
La curación sobre esta base no siempre se produce instantáneamente. A veces es necesario obtener y aferrarse a la comprensión de lo que es verdad hasta que demostremos que es verdadero, a medida que afirmamos con persistencia que somos espirituales y libres, en cualquier forma nueva e inspirada que se nos ocurra hacerlo. Esto, también, es el Cristo que viene a nosotros para liberarnos, como “Emanuel, o ‘Dios con nosotros’, una influencia divina siempre presente en la consciencia humana y repitiéndose a sí misma, viniendo ahora como fue prometida antaño:
A pregonar libertad a los cautivos [del sentido],
Y vista a los ciegos;
A poner en libertad a los oprimidos”.
(Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. xi).
Ya sea que temamos un desafío inminente o estemos enfrentando uno persistente, el Cristo está permanentemente presente para revelar nuestra identidad espiritual perfecta.
La capacidad de abrir nuestros corazones al Cristo, la influencia divina, es una libertad que no está a merced de las circunstancias materiales, personales o colectivas. En la medida en que hemos perdido de vista la verdad de que somos hijos de Dios, esta libertad espiritual parece ser vulnerable a cosas fuera de nuestro control. Pero el yo no espiritual que parecemos ser, hecho del físico y un sentido de perspicacia intelectual basado en el cerebro, es un sueño despierto de la mentalidad no espiritual que la Biblia llama la mente carnal.
Esta supuesta mentalidad concibe erróneamente que la identidad individual y colectiva es confinada y definida por la existencia mortal. Pero el Cristo ilumina un sentido espiritual dentro de nosotros que elimina esta percepción sombría y material errónea de nosotros mismos y de los demás al revelar la realidad divina opuesta. Esta visión más elevada disipa las malas interpretaciones biológicas, teológicas y médicas de la existencia como exclusiva o primordialmente materiales al sacar a la luz la realidad de la creación inmortal de Dios, por siempre espiritual, completa y armoniosa.
La creciente capacidad de discernir y abrazar esta verdad de Dios, el creador, y nosotros, la creación, nos lleva a vivir de acuerdo con la guía moral y espiritual de la Biblia y Ciencia y Salud, y aumentar nuestra capacidad de sanarnos a nosotros mismos y a los demás. Al hacerlo, ¿cómo podemos abstenernos de cantar alabanzas a nuestro Padre-Madre Dios y a Su maravilloso y liberador mensaje, el Cristo?
Tony Lobl
Redactor Adjunto
