Durante un período de unos pocos días en 2020, noté que estaba viendo destellos vertiginosos de luz por la noche y una borrosidad flotando fuera de un ojo durante el día.
Recordé que mi esposo se había quejado de una condición similar varios meses antes cuando dijo que sentía que algo estaba interfiriendo con su vista. Lo animé a que cerrara los ojos y orara con el Salmo 23. Entonces oré de inmediato para saber qué era verdad acerca de su existencia en Dios; que él era una idea espiritual, no un ser mortal en un cuerpo material imperfecto y envejecido, separado de su Principio divino, Dios. Me quedé sinceramente con estas verdades, y él dormitó durante aproximadamente media hora, y luego se levantó y dijo que se sentía bien. No volvió a ocurrir, y hasta que experimenté algo similar, me había olvidado por completo de esto.
Me vinieron a la mente conversaciones con conocidos que se habían sometido a varias cirugías. Al escuchar estos relatos, sentí, un poco presumida, que estaba muy contenta de no tener que pasar por esas experiencias. Ahora me di cuenta de que necesitaba ver que era falsa la creencia de que cualquiera —ya sea que practique la Ciencia Cristiana o no— pudiera ser vulnerable a las pretensiones del envejecimiento. Vi la verdad de que el Espíritu, Dios, crea y mantiene al hombre (a todos nosotros) y que, por lo tanto, el hombre está completamente libre de ser vulnerable a cualquier pretensión de enfermedad.
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