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Original Web

“Papá, te perdono y te amo”

Del número de octubre de 2022 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 16 de junio de 2022 como original para la Web.


Mi papá y yo siempre habíamos tenido una relación afectuosa. Por lo general, nos mirábamos a los ojos, así que cuando me diagnosticaron una enfermedad terminal, pensé que él me apoyaría. No obstante, este no fue el caso.

Estaba cansada y asustada, pero con la Pascua a una semana de distancia, me comuniqué con mi familia para decirles que quería continuar con las festividades, que incluían una búsqueda de huevos de Pascua y un almuerzo temprano. Todos los miembros de mi familia respondieron que sí, excepto mi padre. Lo único que recibí de él fue una tarjeta que decía: “No participaré en el almuerzo de Pascua este año”. Estaba firmado “Papá”. No me dio ninguna explicación, a pesar de que sabía que yo estaba pasando por un momento difícil. Estaba herida y confundida. No sabía lo que había hecho mal. Pensé que, si él tan solo me hablara, podríamos arreglar lo que hubiera sucedido.

Mis esfuerzos por hablar con él después de las celebraciones de Pascua fueron infructuosos. Yo era una madre y esposa ocupada y necesitaba tiempo para estudiar y orar. Quería que mi papá me respaldara y me ayudara. Pero me ignoró a mí y a mis llamadas pidiendo ayuda. No tenía idea de que esto continuaría durante seis años.

Aunque mis sentimientos estaban heridos, sabía en mi corazón que tener resentimiento contra él no era la respuesta. Instintivamente sabía que la ira y el resentimiento no me ayudarían a sanar. Después de una gran lucha mental, supe que tenía que tomar una decisión: seguir sintiéndome herida o amar y perdonar radicalmente a mi padre. Elegí este último, y estoy agradecida de haberlo hecho.

Después de que opté por amar a mi padre, mi salud mejoró y comencé a recuperar mi energía. Llamaba a mi padre un par de veces a la semana para compartir el progreso, pero mis llamadas siempre fueron al correo de voz, incluso después de que mi salud se restableció por completo algunos meses después (véase “La gratitud y la curación de cáncer”, El Heraldo de la Ciencia Cristiana, mayo de 2014).

Después de un año, lo llamaba solo cuando los niños y yo manejábamos cerca de donde vivía, y le decía cosas como: “Hola, papá. Los niños y yo vamos a detenernos a cenar en un restaurante cerca de ti. Nos encantaría que nos acompañaras. A los niños también les encantaría verte. Te quiero, papá. No hay nada sobre lo que no podamos hablar”. Sin embargo, ni una sola vez atendió el teléfono.

Aunque lo había visto tratar a mi madre de esta manera antes de su divorcio, nunca pensé que yo recibiría el mismo tratamiento. Durante este período, confié en las palabras y obras de Jesús para guiar mis oraciones. En la cruz, al orar a su divino Padre, él pidió por sus enemigos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

Cuando me sentía desanimada y profundamente ofendida, oraba para comprender mi verdadero valor ante los ojos de Dios, nuestro divino Padre. Cuando tuve la tentación de atacarlo verbalmente por el dolor que sentía, me dejé consolar por Dios como Amor divino. Me di cuenta, cada vez más, de que yo no había hecho nada malo y que debía seguir acercándome a Dios.

El salmo veintitrés era mi luz y guía en las horas más oscuras, cuando me sentía incomprendida y que no me amaban. Aprecié especialmente la interpretación del salmo de Mary Baker Eddy, que ilustra que el Amor divino es nuestro Pastor y guía. Dice así:

“[El AMOR DIVINO] es mi pastor; nada me faltará.
En lugares de delicados pastos [el AMOR] me hará descansar;
junto a aguas de reposo [el AMOR] me pastoreará.
[El AMOR] confortará mi alma [sentido espiritual]; [el AMOR]
me guiará por sendas de justicia por amor de Su nombre.
Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal
alguno, porque [el AMOR] estará conmigo; la vara [del AMOR]
y el cayado [del AMOR] me infundirán aliento.
[El AMOR] adereza mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores;
[el AMOR] unge mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.
Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida,
y en la casa [la consciencia] del [AMOR] moraré por largos días”.
(Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 578)

Un día, seis años después, sonó el teléfono. Era mi papá. Él dijo: “Hola, cariño. Estoy volando a tu ciudad; ¿por qué no vienes y me ves?”. Me quedé con la boca abierta, incluso cuando me escuché a mí misma decir: “Claro, papá, estaré allí mismo”. Cuando llegué, nos abrazamos como si no hubiera pasado el tiempo, y aunque no hablamos mucho y solo tuvimos una pequeña charla, continué orando, perdonándolo y amando al verdadero hombre de la creación de Dios.

Mi padre volvió a llamar dos semanas después y pidió reunirnos en una cafetería local. Mientras conducía para encontrarme con él, oré sobre cómo proceder. Sabía que tenía que decir algo y no solo charlar sobre cosas triviales, así que después de que nos abrazamos y nos sentamos, le expliqué con mucho afecto cuánto lo había extrañado y cómo me había sentido al no saber nada de él durante tanto tiempo. No respondió. En cambio, miró hacia otro lado y cambió de tema, sin reconocer el prolongado silencio.

Fue entonces cuando me di cuenta de que no importaba si mi papá me entendía o no. No tenía que explicar lo que había soportado mientras no hablábamos. Yo había cultivado una relación con Dios como mi verdadero Padre, y Él me conocía; Dios me había estado consolando y acompañando todos los años que mi papá no lo había hecho. Esta comprensión me permitió cambiar de tema y continuar una charla superficial con mi papá.

Estaba sintiendo “la energía divina del Espíritu, que nos lleva a renovación de vida y no reconoce ningún poder mortal ni material como capaz de destruir” (Ciencia y Salud, pág. 249). Sabía que Dios estaba lavando todas las heridas y sentimientos duros de mí. Él me estaba limpiando y purificando “mediante inundaciones de Amor” (Ciencia y Salud, pág. 201). Me sentí animada por el Amor divino y supe que el dolor y el resentimiento —que una vez habían sido abrumadores— me habían abandonado. El perdón y la compasión a semejanza del Cristo habían tomado su lugar.

Cuando mi padre caminó conmigo hasta mi auto después del desayuno, yo estaba tan llena de compasión que lo miré a los ojos y le dije: “Papá, te perdono y te amo”. Él cayó en mis brazos y lloró incontrolablemente. Me sostuvo con fuerza durante mucho tiempo. Yo podía abrazarlo todo el tiempo que necesitara, porque había crecido y había sido sanada: había aprendido a amar cuando los demás no amaban; había aprendido a perdonar cuando otros eran implacables; lo mejor de todo es que había aprendido que el amor de mi padre podría aumentar y disminuir, pero mi Padre, Dios, como mi verdadero Padre, siempre me amará incondicionalmente.

Desde aquel día en el estacionamiento hasta el día en que mi papá falleció, me llamó a diario para decirme que me amaba y estaba orgulloso de mí. Nuestro amor era fuerte porque estaba arraigado en el Amor divino. Sentí la verdad de las palabras de Dios de Joel 2:25 (LBLA): “Os compensaré por los años que ha comido la langosta”. Dios había restaurado los años perdidos entre mi papá y yo. Dios me dio la fortaleza para perseverar cuando más me dolía, y el amor desinteresado y el perdón genuino borraron no solo el dolor emocional sino también la enfermedad física. El valle había sido oscuro, pero el Amor divino iluminó mi camino. Estoy eternamente agradecida por el crecimiento espiritual que obtuve de esta experiencia. Siento eterna humildad por la gracia de Dios y el amor infinito por todos Sus hijos.

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