Sentados en un restaurante lleno de gente, mi esposo y yo acabábamos de pedir nuestra cena. Estábamos frente a un gran ventanal con vista al centro comercial al aire libre, decorado para las fiestas con hermosas luces, árboles y adornos. Muchas familias paseaban mientras hacían sus compras.
Al mirar hacia afuera, nos dimos cuenta de que la gente estaba empezando a correr hacia el estacionamiento. Cada vez más personas pasaban rápidamente por la ventana, mirando por encima de sus hombros, aferrando las bolsas de compras y las manos de los niños. Muy pronto, todo se volvió surreal: una multitud tan grande corriendo en la misma dirección, como en la escena de una película donde la gente entra en pánico al tratar de escapar de un monstruo.
De repente, alguien irrumpió por la puerta trasera del restaurante y gritó: “¡Hay un francotirador!”. Por un instante, las personas se miraron unas a otras con incredulidad; luego, la mayoría tomó sus abrigos y bolsas y salió corriendo por la puerta, dejando sus alimentos a medio comer en las mesas. Otros se arrojaron al suelo debajo de la barra.
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