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Hay un solo yo soy en la habitación

Del número de febrero de 2022 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 16 de septiembre de 2021 como original para la Web.


No hay absolutamente nada que brinde más alegría o sea más importante que las oportunidades que tenemos para orar por nosotros mismos, los demás y nuestro mundo, y obtener una perspectiva más profunda del universo —incluidos nosotros y todos los que nos rodean— como Dios lo ve. Recientemente, tuve esa oportunidad.

Hacía dos días que tenía una distensión muscular en una pierna. Había estado corriendo y haciendo esquí de fondo más de lo habitual, y parecía como si me hubiera lesionado un músculo. Me preocupaba que esto pudiera restringir nuestros planes de ir a esquiar un par de días.   

Entonces, la noche antes de salir de viaje, recibí una llamada para que orara por alguien que estaba lidiando con un problema físico y una sensación de carga en el trabajo. En ese momento me vino una línea de pensamiento muy específica: Hay un solo Yo soy en la habitación.  

Cuando Moisés se enfrentó a la abrumadora tarea de explicarles a los hijos de Israel quién lo había enviado para liberarlos de Egipto, le preguntó a Dios qué debía decir si le preguntaban Su nombre. Entonces, “respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros” (Éxodo 3:14). Y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, define a Dios de esta manera: “El gran Yo soy; el que es todo-conocimiento, todo-visión, todo-acción, todo-sabiduría, todo-amor, y es eterno; Principio; Mente; Alma; Espíritu; Vida; Verdad; Amor; toda la sustancia; inteligencia” (pág. 587).

Si Dios está realizando todo el conocimiento, la visión, la acción, el amor, etc., entonces nosotros no efectuamos nuestra propia acción, visión, etc., aquí en una habitación separada de Dios. Más bien, reflejamos el infinito hacer, ser, ver, actuar del único Yo soy. Somos, de hecho, el reflejo totalmente espiritual del Dios del todo bueno, hecho a Su semejanza, como indica el primer capítulo del Génesis.

Cuando me vino ese pensamiento tan específico —hay un solo Yo soy en la habitación— no significaba que la infinitud de Dios estuviera en una habitación finita y material con alguien mortal, o que el Dios infinito se expresara a través de un mortal carnal. Más bien, quería decir que la infinitud de Dios, el gran Yo soy, era la única presencia allí mismo donde cada uno de nosotros nos encontrábamos.  

Y si el Yo soy era la única presencia allí, y era completamente buena, entonces ciertas cosas indudablemente no estaban en ese lugar. Ninguna presión, miedo, preocupación, carga, pequeños egos separados, limitación, decepción, dolor, crueldad, pecado, enfermedad, etc., podría existir en la habitación con el Yo soy del todo bueno que lo abarca todo. También significaba que ciertas cosas decididamente estaban presentes allí: alegría, paz, libertad, inteligencia, plenitud, fortaleza, precisión, bien ilimitado.  

En el espacio donde está el Yo soy omnipresente, todo-visión, todo-conocimiento, todo-acción, todo-sabiduría, todo-amor, solo hay ideas infinitas que fluyen libremente y de modo fructífero, y expresan con plenitud todo lo que es el Yo soy. Las energías divinas de la Verdad (otro nombre para Dios) están exclusivamente presentes.  

Percibí con claridad que Dios era realmente lo único que estaba sucediendo tanto allí como en todas partes. ¡Era definitivamente Dios!

Encontré una serie de citas de los escritos de la Sra. Eddy muy liberadoras de este sentido de estar separado del Yo soy único, atrapado en un cuerpo mortal en un “sitio” mortal de algún tipo. Señalaban claramente que allí solo un Yo soy llenaba todo el espacio, y que éramos uno con ese Yo soy.

Por ejemplo, Ciencia y Salud afirma: “Dios expresa en el hombre la idea infinita desarrollándose a sí misma para siempre, ampliándose y elevándose más y más desde una base ilimitada” (pág. 258) Y más adelante: “La Ciencia revela las gloriosas posibilidades del hombre inmortal, jamás limitado por los sentidos mortales” (pág. 288).  

La imagen de un mortal aislado en una habitación, tratando de llevar por sí mismo las cargas de la responsabilidad y realizando demasiadas tareas, es una visión inexacta de las cosas. No estamos separados de la fuente de toda identidad. Somos la expresión misma de esta fuente de identidad —el Alma, Dios— y somos absolutamente uno con el Alma infinita e ilimitada.

Nunca debemos temer que el sentido carnal y mortal pueda entrar en el hombre real (la individualidad espiritual verdadera de cada uno de nosotros), quien luego necesita recuperarse de un problema real. La Sra. Eddy escribe: “En el hombre verdadero e ideal el elemento carnal no puede penetrar” (Ciencia y Salud, pág. 332). Más bien, probamos el poder del Espíritu sobre la carne, sobre el engaño de que nuestra vida o la de cualquiera está en la carne o es definida por ella. Nuestra verdadera vida es el reflejo infinito y espiritual del Espíritu infinito, es una con el Espíritu. Cuando comprendemos esto, aunque sea en cierto grado, nos liberamos en gran medida de la creencia de que somos mortales limitados por la carne.

Como resultado de estos discernimientos espirituales la persona con la que estaba orando tuvo una curación física rápida y se liberó de la sensación de carga y tensión que sentía. También produjeron resultados eficientes y fructíferos en su trabajo, lo que hizo que una situación difícil cambiara por completo. A la mañana siguiente, me di cuenta de que yo también estaba totalmente libre de la distensión muscular en la pierna. En consecuencia, esquié con vigor y caminé muchos kilómetros en los siguientes días.   

“En la relación científica entre Dios y el hombre, encontramos que todo lo que bendice a uno bendice a todos, como lo mostró Jesús con los panes y los peces, por ser el Espíritu, no la materia, la fuente de provisión”, escribe nuestra Guía (Ciencia y Salud, pág. 206). ¿Por qué todo lo que bendice a uno bendice a todos? Porque toda bendición resulta de una ley divina del bien que es universal, que opera en todas partes y para todos. De manera que, cada bendición es una bendición universal, que toca y eleva todo, y trae bondad tangible de manera amplia, no restringida. La ley fundamental del bien —que Dios es el bien infinito y que el hombre es la expresión infinita e ilimitada de la bondad de Dios— cuando se aplica específicamente a la experiencia individual, puede tener efectos de largo alcance que son mayores que simplemente la resolución de cualquier situación en particular por la que podamos estar orando o estar conscientes.

En mi caso, fue natural ver que la universalidad de esa ley básica de la unidad del hombre con la fuente de todo hacer, ser, mover, etc., aunque no la apliqué conscientemente a mi desafío, elevara de tal manera mi perspectiva acerca de Dios y el hombre, de todos nosotros, que la limitante perspectiva no solo de la persona por la que estaba orando, sino también de mí misma como un mortal con una distensión, se desvaneciera del pensamiento y la experiencia. No puede concebirse al mismo tiempo tanto la limitación como la falta de límites. Ver que la naturaleza verdadera e ilimitada de Dios y el hombre son uno nos libera de vernos a nosotros mismos como mortales limitados. 

Según un miembro del personal de su casa, la Sra. Eddy una vez hizo esta declaración: “Soy diferente de otros mortales en muchos sentidos, uno de ellos es que me quito de en medio del camino de Dios con mayor frecuencia” (William R. Rathvon reminiscence, We Knew Mary Baker Eddy, Expanded Edition, Vol. II, p. 531). ¿No es esto lo que todos queremos hacer, quitarnos de en medio del camino de Dios a fin de ver el Alma resplandecer como nosotros y como todos? 

En los días que siguieron a las curaciones relatadas anteriormente, me pareció útil orar de la siguiente manera, lenta y concienzudamente, dejando que cada línea fuera claramente comprendida: Dios es el único Yo soy en la habitación, y no hay otro dios. La Vida es el único Yo soy en la habitación, y no hay otra vida. La Verdad es el único Yo soy en la habitación, y no hay otra verdad. El Amor es el único Yo soy en la habitación, y no hay otro amor. Y así sucesivamente para el Principio, la Mente, el Alma y el Espíritu. Orar razonando de este modo abrió mi consciencia a la presencia de Dios de una forma conmovedora, eclipsando todo lo que pretendía reemplazar Su omnipresencia.

Nuestro amoroso Padre-Madre nos está dando la bienvenida a nuestro hogar, a este punto de vista, perpetuamente. Sanar, bendecir universalmente a uno y a todos, es el resultado natural de responder a la bienvenida que Dios nos brinda a la “habitación” infinita del gran Yo soy. 

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