Me sentía como si estuviera en la cima del mundo. Comenzaba mi último año del bachillerato, y tenía grandes amistades, un novio increíble que me veía por lo que realmente soy, padres que me amaban y maestros en la escuela que me apoyaban.
Sin embargo, un día, al mirarme en el espejo, comencé a notar todos mis defectos y a sentirme diferente. Deseaba parecerme a las otras chicas.
Por alguna razón, después de ese día no podía dejar de pensar así. No estaba actuando como yo misma. Me centraba más en mi apariencia que en mis calificaciones. Veía videos sobre cómo verme mejor, y agobié mi cuerpo con el ejercicio para tratar de igualar la norma de belleza que veía en las redes sociales.
Mis amigos me decían que estaba actuando de manera diferente. Buscaba pelea con mi familia y amigos, y no quería estar con mi novio, porque pensaba que yo no era lo suficientemente buena. Empecé a compararme con su ex-novia. Me importaba demasiado lo que los demás pensaban de mí. Me sentía perdida.
Un día, estaba en una clase en la escuela, y realmente no me importaba estar allí. Sabía que debía estar haciendo mi trabajo de clase, pero en cambio me vino la idea de consultar Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. No sabía exactamente qué estaba buscando, pero en el pasado, cuando necesité ayuda, había recurrido a Ciencia y Salud y encontrado respuestas.
Me encontré con un pasaje útil donde la autora escribe: “La pérdida de la identidad del hombre por medio del entendimiento que la Ciencia confiere es imposible; y la noción de tal posibilidad es más absurda que concluir que los tonos musicales individuales se pierden en el origen de la armonía” (pág. 217).
Esta idea realmente me llamó la atención porque sentí que había perdido mi identidad y no estaba actuando o sintiéndome como yo misma. Pero pude ver en este pasaje que no podía perder mi individualidad porque reflejo a Dios, la fuente de la identidad de cada persona. Esta identidad no consiste en un montón de características físicas que deben separarse; sino en cualidades buenas como la alegría, la inteligencia y la bondad, que siempre conforman lo que somos.
Recordé que cuando trataba de alejar a mi novio y discutir con mis amigos y familiares, me di cuenta de que estaba peleando con las personas que me aman incondicionalmente. No obstante, a pesar de mi comportamiento, ellos sabían quién soy realmente. Siempre me veían amorosa, considerada, respetuosa, trabajadora, amable y mucho más. Siempre veían mi identidad por lo que realmente es: espiritual, no material.
Esta fue una gran experiencia de aprendizaje para mí, porque había estado profundamente atemorizada, sin saber qué hacer conmigo misma. Había pensado que, para estar bien, necesitaba cambiar. Pero la verdad es que ya era buena porque reflejo a Dios, quien es solo bueno, y Dios me ama.
Comprender esto me cambió. Pude volver a subir mis calificaciones; mi conexión con mi novio se fortaleció más; y discutí mucho menos con mis amigos y familiares. Empecé a ver lo bueno en todo en mi vida, incluyéndome a mí misma. Y hoy, cuando me miro en un espejo, veo que ya soy perfecta. No es que sea físicamente “perfecta”, sino que quien soy espiritualmente no puede evitar expresar la perfección de Dios.
Estoy aprendiendo un poco más cada día sobre otra cosa que la Sra. Eddy escribió acerca de la identidad en Ciencia y Salud: “La identidad es el reflejo del Espíritu, el reflejo en formas múltiples y variadas del Principio viviente, el Amor” (pág. 477). Cada uno de nosotros es el reflejo de Dios, y se nos ama exactamente como somos.
    