Cuando comenzó la pandemia, mis pensamientos se volvieron de inmediato a la totalidad de Dios, el Amor divino, y al poder sanador omnipresente del Cristo, la verdadera idea de Dios. A pesar de las continuas noticias sobre la propagación de la enfermedad, el esforzarme por comprender mejor la omniacción de Dios, el bien, me hizo menos temerosa. Mis oraciones afirmaban que en el reino de los cielos toda acción es espiritual y está impulsada por el Amor divino.
El estudio del Salmo noventa y uno me recordaba con regularidad que los ángeles de Dios siempre están velando por mí y por todos. Tomé en serio la siguiente instrucción en la página 393 de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy: “Levántate en la fortaleza del Espíritu para resistir todo lo que sea desemejante al bien. Dios ha hecho al hombre capaz de esto, y nada puede invalidar la capacidad y el poder divinamente concedidos al hombre”.
Después de varios meses, las cosas se abrieron un poco, y mi esposo reanudó su rutina regular de salir a almorzar una vez a la semana con tres de sus amigos. Cada tanto, estos amigos se detenían en nuestra casa antes de ir a almorzar.
Continué orando. Sin embargo, una mañana mi esposo y yo nos despertamos con síntomas que se habían reportado como signos del COVID-19. Una hora después, mi marido recibió una llamada informándole que uno de los amigos con quienes almorzó había estado expuesto previamente al virus y experimentaba síntomas menores cuando tomó la decisión de ir a almorzar.
Yo no me hice la prueba, pero mi esposo sí, y dio positivo. Él no es Científico Cristiano, y tomó medicamentos para la persistente tos.
Durante varios días estudié y oré para sanar, pero no hubo mejoría. De hecho, los síntomas empeoraron. De repente me sentí inusualmente enojada. “Estábamos bien”, pensé. “¿Por qué este amigo tuvo que traer esta enfermedad a nuestra casa?”
Vi el problema de inmediato. ¡Estaba tratando de ver la irrealidad de la enfermedad y, al mismo tiempo, culpaba a alguien por causarla! Aparté mi pensamiento de la ira y me dirigí a Dios como Amor. En el primer libro de la Biblia aprendemos que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, espiritual y perfecto. Yo sabía que no tenía la autoridad ni la capacidad de ver lo que Dios ha creado de ninguna manera que no fuera como Él lo ve. Oré para ver al amigo de mi esposo como el hijo amado de Dios. Al principio, esto fue difícil, pero sabía que mi trabajo no era cambiar a alguien, sino ver la verdad de su ser como hijo de Dios.
En cuestión de minutos, la ira se desvaneció. Estaba muy agradecida por lo rápido que sucedió esto y me sentí inspirada a continuar orando. Comencé a pensar en las cosas perturbadoras que sucedían a mi alrededor a diario, como la disensión política y la cosecha del temor, y apliqué a todo eso la verdad acerca de la creación perfecta del Amor. Mientras oraba de esta manera, de repente me di cuenta de que el peor de mis síntomas había disminuido considerablemente. En pocos días, todos los síntomas habían desaparecido.
Aunque estaba completamente bien, el tiempo de cuarentena no había terminado y mi esposo todavía estaba enfermo. En obediencia a las indicaciones del gobierno, habíamos notificado a aquellos con quienes habíamos estado en contacto y cancelado las próximas actividades. Esto hizo que la noticia de nuestra situación se extendiera rápidamente por todo el vecindario. Recibimos numerosas llamadas de amigos y familiares compartiendo especulaciones, predicciones y miedo. Aunque sus intenciones eran buenas, comencé a sentir que nuestro tranquilo hogar era abrumado por el caos mental.
Oré para ver que en realidad estaba sólidamente establecida en el reino de los cielos, en vez de en cuarentena en una casa material. Pensé en Cristo Jesús, que estaba tan consciente de su identidad espiritual y su unidad con un Dios del todo amoroso, que mantenía su serenidad hasta en las circunstancias más difíciles. Sabía que el mismo Dios omnipotente y amoroso estaba allí para todos nosotros, apartándonos del clamor de los pensamientos centrados en la materia hacia la paz celestial.
La Biblia dice: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18). El amor perfecto, por supuesto, es el amor de Dios. Y del mismo modo que una habitación llena de luz no tiene vestigio de oscuridad, así el amor perfecto de Dios no incluye ningún rastro de temor. El amor y el miedo no pueden morar juntos. Puesto que Dios es Todo, todo es Amor; no hay temor.
A medida que la verdad de esta declaración se arraigaba en mi consciencia, podía sentir a mi alrededor la paz y la alegría del Amor divino. Si bien las conversaciones sobre la pandemia continuaron girando a nuestro alrededor de muchas formas, esas conversaciones ya no me molestaban, sabiendo que en realidad Dios está cuidando perfectamente de mí, mi esposo y toda la creación. Mi marido estuvo libre poco después de esto, al igual que sus amigos. Y todos nos hemos mantenido bien desde entonces.
Linda Copeland Daniels
Harrisburg, Pennsylvania, EE.UU.
