Todos los veranos, durante algunas semanas, mis hijos van a un campamento para estudiantes de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. A ellos siempre les encanta estar afuera, aprender una nueva habilidad o deporte al aire libre y pasar tiempo con sus amigos. Las nuevas actividades a menudo los desafían física y socialmente. Estas experiencias los obligan a ver y reconocer las habilidades que Dios les ha dado, demostrar que pueden apoyarse en Él para todas sus necesidades y descubrir cómo expresan fuerza, alegría, amor, independencia, dominio, gracia, creatividad y paz como hijos de Dios.
Hace casi tres años, mi hijo de doce años llegó a casa del campamento con un sarpullido en el hombro. Cuando, en los próximos días, el sarpullido apareció en más partes de su cuerpo, me preocupó que esto pudiera considerarse contagioso, y debería dar parte del mismo. Llamé a una conocida que está casada con un médico para preguntarle si necesitaba informar al campamento y a otros de este problema. Cuando le describí la erupción al médico, me dijo que no era contagiosa, pero que parecía ser la enfermedad de Lyme producida por una picadura de garrapata y que la misma se trataba fácilmente con medicamentos. Le agradecí su ayuda y colgué. Otra fuente corroboró que seguramente estábamos lidiando con esa condición.
Me volví a Dios para saber qué hacer. Quería confiar en Dios para sanar como siempre lo hemos hecho en nuestra familia, porque hemos experimentado maravillosas curaciones. Sin embargo, le di a mi hijo la opción de ir a un médico u orar por la situación, completamente lista para apoyarlo en cualquiera fuera su decisión.
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