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“Pensar correctamente, sentir correctamente y actuar correctamente”: Una receta espiritual

Del número de octubre de 2023 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 12 de junio de 2023 como original para la Web.


Hace unos años, un conferenciante de la Ciencia Cristiana dijo algo que realmente me llamó la atención: “La levadura en un estante no fermenta el pan”. Para hacer pan, la levadura debe agregarse a la harina, la sal y el agua, luego los ingredientes deben mezclarse para que la masa resultante pueda leudar, y después hornearse. Veo la declaración de este conferenciante como una metáfora útil para el requerimiento de poner en práctica las enseñanzas de la Ciencia Cristiana; cultivar lo que aprendemos espiritualmente acerca de Dios y la relación del hombre con Él al aplicarla y vivirla.

Un artículo reimpreso en La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea incluye esta declaración de Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana: “Querido lector, pensar correctamente, sentir correctamente y actuar correctamente —la honestidad, la pureza, la abnegación— en la juventud, tienden al éxito, a la intelectualidad y a la felicidad en la edad adulta” (pág. 274).

¿Cómo podríamos incorporar estos ingredientes —pensar correctamente, sentir correctamente y actuar correctamente— en nuestras vidas? ¿Con qué frecuencia nos hemos dicho a nosotros mismos que desearíamos haber pensado más en cómo manejamos una conversación o actuamos de manera diferente en una reunión de la comunidad o de la iglesia?

En la Regla de Oro en la Biblia, Cristo Jesús enseña que debemos “tratar a las otras personas exactamente como [nos] gustaría ser tratados por ellas” (Mateo 7:12, J. B. Phillips, The New Testament in Modern English). Cuando seguimos la Regla de Oro y amamos al prójimo como a nosotros mismos, estamos demostrando la Ciencia Cristiana, la Ciencia del Amor divino, y obtenemos más claridad acerca de la relación con nuestro Padre-Madre Dios que todo lo ama. Este es el medio por el cual vemos que se manifiestan más armonía, paz y alegría en nuestras vidas, incluso en nuestras interacciones con los demás. 

Consideremos cada uno de estos ingredientes para la felicidad:

Pensar correctamente

El significado más básico de la palabra correctamente se relaciona con hacer o ajustarse a lo que es legal y misericordioso. Pensar correctamente podría incluir receptividad o escuchar y responder a la Mente divina (un sinónimo de Dios que se encuentra en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy). Significa tener pensamientos sanos, amorosos y solícitos en lugar de pensamientos inmersos en el orgullo o la justificación propia. Pensar correctamente nos permite expresar una palabra de consuelo a los demás, corregir a alguien con amor sin condenar, permitir que alguien “guarde las apariencias” o disculparnos cuando nosotros mismos perdemos la calma.

Pensar correctamente es ver más allá, o ver a través, de varios rasgos de carácter, peculiaridades del comportamiento o defectos de carácter, y más bien abrazar en la consciencia al hombre perfecto de la creación de Dios. Por ejemplo, poner etiquetas a las personas como hoscas, egoístas o incesantemente locuaces es aceptar imágenes falsas del reflejo de Dios. La oración corrige y revierte tales puntos de vista falsos, trae la resolución correcta y eleva a los demás.

Es posible que necesitemos expresar paciencia, una cualidad activa, no pasiva, que puede proporcionar el contexto para obtener un resultado constructivo. La paciencia, como parte de pensar correctamente, resulta en confianza para ver la solución en el tiempo de Dios en lugar de confiar en la obstinación humana. Felizmente, aunque no es de sorprender, los resultados a veces se presentan mejor de lo planeado.

Sentir correctamente

Sentir correctamente podría describirse como estar consciente de la presencia del Alma (otro sinónimo de Dios en la Ciencia Cristiana). En Ciencia y Salud, el “sentido-Alma” o sentido espiritual es exactamente lo contrario de un sentido material de las cosas poco confiable (véase pág. 85). Y sentir correctamente podría considerarse análogo al discernimiento espiritual o a la intuición: lo opuesto a la mera emoción humana.

Por ejemplo, cuando alguien se nos atraviesa en el tráfico o desestima nuestras preocupaciones, quizá nos sintamos enojados o heridos. No obstante, al conocer la fuente del sentimiento correcto (espiritual), podemos responder con rectitud, sin represalias ni sentirnos lastimados, incluso si la otra persona está equivocada. 

El amor cristiano que Jesús expresó por la humanidad puso al descubierto y destruyó el llamado poder del mal. Los sentimientos de Jesús no eran abstractos ni imprecisos; eran “la divinidad abrazando a la humanidad” (Ciencia y Salud, pág. 561).

Los evangelios describen que incluso Jesús lidió con las emociones humanas. Luchó poderosamente en el jardín de Getsemaní antes de encontrar paz, derramó lágrimas cuando Lázaro estaba en la tumba, y en Ciencia y Salud leemos que “reprendió a los pecadores de manera incisiva y sin titubear, porque era su amigo” (pág. 53). Jesús tuvo compasión de las multitudes que sanó, y sabía que cada situación humana podía enfrentarse mediante el amor y la sabiduría de Dios. 

Cuando nos sentimos sobrecargados de trabajo, estresados, poco apreciados o deprimidos, podemos reclamar vigorosamente nuestra identidad espiritual y sentir el toque sanador y armonioso del Cristo. Entonces nos damos cuenta de que los únicos sentimientos legítimos que podemos tener incluyen armonía, paz y alegría: cualidades de Dios, el Amor divino. Además, podemos ser así de gentiles y perdonarnos a nosotros mismos como perdonamos a los demás, mantener el sentido del humor e incluso reírnos de nosotros mismos a veces. Los sentimientos basados en el sentido espiritual nos permiten ser testigos de que lo divino abraza la experiencia humana, dondequiera que estemos.

Actuar correctamente

A veces sentimos el impulso de que tenemos que hacer algo de inmediato, asumir una posición para corregir errores o arreglar las cosas por nuestra cuenta.

Para actuar correctamente, es útil darse cuenta de que un obstáculo para el progreso o la armonía es llegar a la conclusión de que las cosas siempre deben hacerse de la manera en que nosotros queremos que se hagan. Las personas en cualquier organización o familia no siempre trabajan de la misma forma o son del mismo parecer. A veces quizá sea necesario esforzarse por considerar otro punto de vista antes de actuar; no obstante, cuando nuestras acciones se basan en escuchar y obedecer a Dios, esta paciencia y flexibilidad pueden refrenar la obsesión con que se haga “lo que yo quiero”, y fomentar la reversión de la abstracción arrogante. 

Pensar correctamente, sentir correctamente y actuar correctamente son ingredientes perpetuos, universales, que jamás caducan y son espiritualmente transformadores. Aunque haya pocas opciones para resolver un dilema ético, tenemos la oportunidad de recurrir en oración a Dios, el Alma, y comprender que podemos tomar decisiones respaldadas por el profundo compromiso de hacer lo que es justo. 

Pensar correctamente, sentir correctamente y actuar correctamente son ingredientes perpetuos, universales, que jamás pasan de moda.

 Cada uno de nosotros puede negarse a aceptar que una intención o acción es definitiva cuando carece de integridad, y comprender que no tiene ni poder ni autoridad. Detener una percepción falsa en nuestro propio pensamiento, y corregirla al reconocer lo que es divinamente verdadero, nos pone en sintonía con la Mente única y somos capaces de pensar con claridad y ver soluciones para nosotros mismos y para aquellos que nos piden ayuda.

Cuando era capellán visitante en un sistema penitenciario, una vez me enfrenté a un dilema ético importante donde pensar correctamente, sentir correctamente y actuar correctamente finalmente llevaron al resultado correcto. El sistema de encarcelamiento tiende a ser muy estricto en cuanto a no dar ningún objeto o regalo a los reclusos ni recibir ninguno de parte de ellos. Cualquier otra cosa que no fuera literatura de la Ciencia Cristiana, que podíamos dar, se consideraba ilegal. 

Durante una visita individual a una reclusa, ella me preguntó si podía prestarle un bolígrafo para tomar algunas notas. Sin embargo, al final de mi visita, me di cuenta de que no me había devuelto el bolígrafo. ¿Fue esto intencional o no? ¿Un descuido de su parte? ¿O tal vez de la mía? 

Debido a la situación, esto no era tan simple como prestarle un bolígrafo a un compañero de trabajo y no recuperarlo. Así que decidí orar para pensar correctamente. Sabía que Dios era la autoridad y el poder supremos y afirmé la identidad espiritual de esta reclusa que se expresaba en integridad, rectitud, pureza y capacidad de responder solo al bien.

La siguiente vez que visité la cárcel, me contó que había encontrado en el pasillo un bolígrafo que pertenecía a uno de los agentes. Ella dijo: “Se lo devolví de inmediato, aunque por una fracción de segundo quise quedármelo”. Y luego agregó: “Me acordé de que nunca te regresé tu pluma”. Con sinceridad genuina continuó: “Vine a hablar contigo hoy solo para decirte esto”. Luego reveló que también le había entregado mi bolígrafo al agente. Esta honestidad clara y directa fue significativa debido a la razón por la que esta reclusa estaba en el sistema. Ella asistía a nuestros servicios de la iglesia de la Ciencia Cristiana en la cárcel con bastante regularidad y también parecía impresionada con lo que leía en las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana.

Los dilemas morales, pequeños o grandes, nos desafían a tomar decisiones morales buenas y correctas. El dilema moral que había tenido el día que la reclusa se quedó con mi bolígrafo podía parecer intrascendente, pero pensar correctamente, sentir correctamente y actuar correctamente llevó al progreso espiritual de ambas partes. Sentí que la reclusa y yo habíamos aprendido un poco más sobre la integridad y sobre la confianza en la ley divina, que siempre opera en nuestro favor.  

La Ciencia Cristiana enseña que a medida que apreciamos y cultivamos valores que incorporan la Regla de Oro, y amamos a los demás como nos amamos a nosotros mismos justo allí donde parece haber una sociedad conflictiva, materialista y muy exitosa, podemos experimentar y presenciar más armonía: el resultado práctico de pensar correctamente, sentir correctamente y actuar correctamente.

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