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ARTÍCULOS

La inmutabilidad de la realidad espiritual

Del número de octubre de 2023 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 5 de junio de 2023 como original para la Web.


“No hay nada bueno ni malo, sino que el pensar lo hace así” (Shakespeare). Leí por primera vez esta cita en una página inicial de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana. Describe que nuestro estado mental, incluidas las creencias, conceptos y percepciones que admitimos y aceptamos, determina nuestra experiencia.

Las enseñanzas de la Ciencia Cristiana se basan totalmente en la Biblia, especialmente en las obras de Cristo Jesús, las que demuestran que Dios es el Principio divino perfecto, supremo, absoluto e infinito. La creación de Dios, incluido el hombre, expresa la naturaleza divina e incluye todos los atributos de Dios, los cuales son buenos; como el amor, la inteligencia y la integridad. Este es el concepto perfecto y la realidad de nuestra identidad como imagen y semejanza o reflejo de Dios, el Espíritu. El reflejo de Dios es tan espiritual, inmortal y eterno como el creador.

Mantener activa y viva en nuestro pensamiento la realidad divina —que somos la creación de Dios, eternamente espirituales, puros y santos— es vital para nuestro progreso. Es por esa razón que seguir el mandato de nuestro Maestro, Cristo Jesús, de “velar” (véase Marcos 13:37) es esencial, a fin de admitir en nuestro pensamiento solo conceptos que se basan en Dios o la realidad espiritual, que es inmutable.

El Espíritu no está sujeto a la finitud, la inestabilidad o la mutabilidad, y por ende, en realidad, nosotros tampoco. La Biblia dice: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17). En verdad, no hay “sombra de variación”, no existe el concepto errado de que el bien puede ser finito o cambiante. La Biblia muestra que todas las bendiciones que provienen del Espíritu deben ser para siempre.

Esta comprensión me hizo estar a la expectativa de que la integridad e inmutabilidad de Dios como Vida saldría a la luz.

Si nuestro estado mental determina nuestra experiencia, entonces, si abrigamos conceptos erróneos o percepciones erróneas, abrimos la puerta a la falta de armonía, como la enfermedad, la duda, el temor, la carencia, etc. Esto puede hacer que parezca que nuestro estado mental tiene el poder de cambiar la realidad, la cual es armoniosa y espiritual. Pero las aparentes discordancias no afectan la realidad espiritual e inmutable. Son tan solo sombras que el Cristo —la naturaleza divina de Jesús— disipa. Esta comprensión nos sostiene y fortalece durante las aflicciones y nos anima a esperar el bien basado en la inmutabilidad de Dios, el bien. Ciencia y Salud afirma: “El sentido corporal, o error, puede que parezca ocultar la Verdad, la salud, la armonía y la Ciencia, así como la niebla oculta el sol o la montaña; pero la Ciencia, el sol de la Verdad, disipará la sombra y revelará las cumbres celestiales” (pág. 299).

La voluntad propia, la terquedad y el sentido físico, con sus limitaciones, no son reales y, por lo tanto, no tienen el poder de interferir ni ninguna influencia o autoridad sobre el orden divino, inmutable y establecido de Dios. Jesús probó esto al demostrar la realidad de la Vida del todo armoniosa, al sanar a los enfermos y pecadores y alimentar a las multitudes.

Debemos vigilar y refutar los conceptos erróneos en forma de pensamientos tales como: No soy bueno en nada, soy débil, estoy enfermo, soy impaciente, inútil, y así sucesivamente; y también debemos rechazar los conceptos erróneos asociados con lo que comemos, con la edad o el tiempo, y con la exposición al clima, por ejemplo. Estas sugestiones no son parte de la Verdad divina. Por lo tanto, no tienen poder sobre nosotros. Al vigilar nuestros pensamientos, podemos negarnos a argumentar a favor de estos puntos de vista distorsionados de la realidad y apreciar, en cambio, la verdad de nuestra identidad espiritual real.

La permanencia, bondad y totalidad de Dios, el Principio, es la base de la práctica de curación de la Ciencia Cristiana. La Sra. Eddy escribe: “La curación física de la Ciencia Cristiana resulta ahora, como en el tiempo de Jesús, de la operación del Principio divino, ante la cual el pecado y la enfermedad pierden su realidad en la consciencia humana y desaparecen tan natural y tan necesariamente como las tinieblas dan lugar a la luz y el pecado a la reforma” (Ciencia y Salud, pág. xi). Por absurdo que parezca en ciertos casos negar y rechazar la evidencia que presentan los sentidos materiales, podemos saber que tenemos la autoridad del Cristo para hacerlo.

El Espíritu no está sujeto a la finitud, la inestabilidad o la mutabilidad, y por ende, en realidad, nosotros tampoco.

He sido testigo y he demostrado esta autoridad sanadora a lo largo de mi vida, incluso cuando estaba embarazada. El diagnóstico médico fue de un embarazo de riesgo. Esto me dio mucho miedo. Sin embargo, todo lo que había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, así como en la Biblia, Ciencia y Salud y El Heraldo de la Ciencia Cristiana, apuntaba a una perspectiva totalmente diferente. Vislumbré que el diagnóstico era un concepto errado que no tenía poder para producir, cambiar o destruir la realidad de la Vida o la creación de la Vida.

Esta comprensión me hizo estar a la expectativa de que la integridad e inmutabilidad de Dios como Vida saldría a la luz. Incluso durante los momentos críticos, me sentía segura de que el Amor divino omnipresente cuidaba del bebé y de mí. Con este cambio en el pensamiento, hubo menos temor, menos aceptación de cualquier pronóstico material. Me apoyé en la realidad de la Vida y estaba tan consciente de ella que con autoridad divina pude negar la sugestión material del riesgo, aunque a veces esto parecía una tontería. No fueron las palabras las que me sostuvieron, sino lo que sentía en mi corazón acerca de Dios y la naturaleza divina lo que trajo paz y la certeza del bien.

El bebé y yo estábamos creciendo en gracia, y los diagnósticos fueron cambiando hasta que todos percibieron la perfección. Después de un parto armonioso y normal, me di cuenta de que yo había “nacido de nuevo”, como dijo nuestro Maestro. Fue un nuevo nacimiento espiritual. Esto se tradujo en una mejor experiencia al renunciar a la vieja e incorrecta forma de pensar —las sugestiones de la mortalidad— silenciarla y percibir la vida desde una base enteramente espiritual. Y estaba lista para percibir el Amor divino que me guiaba por un nuevo camino, también, donde sabía que mi historia cambiaría para siempre.

El poder de percibir la Verdad no es un atributo humano restringido a un tiempo específico. El Cristo, la verdadera idea de Dios, está siempre presente para tocar o despertar la consciencia humana y revelar la ley divina de perfección y armonía. El Cristo no tiene ni principio ni fin de días, y rompe la resistencia a percibir la realidad espiritual al revertir el testimonio de los sentidos físicos.

Abandonar concepciones erróneas y limitadas no es complicado, sino que es tan natural como la luz que disipa la oscuridad. Nuestro sincero deseo de ceder y ser receptivos a la realidad espiritual es fundamental para nuestro progreso. Y nos fortalece para negarnos a aceptar cualquier sugestión de obstrucción o resistencia a comprender la verdad espiritual. Este ceder entraña tener a diario una postura mental de humildad y vigor, de vigilancia y disposición a hacer la voluntad del Padre.

Este anhelo de percibir la realidad espiritual finalmente nos debe llegar a todos. A medida que captamos la hermosa e inmutable realidad que el Amor divino ha establecido, esto se traduce naturalmente en más armonía, dominio, salud y estabilidad en nuestra vida diaria, y demuestra que “toda la realidad está en Dios y en Su creación, armoniosa y eterna” (Ciencia y Salud, pág. 472). 

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