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Original Web

En sintonía con la armonía divina

Del número de octubre de 2023 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 12 de junio de 2023 como original para la Web.


En el bachillerato, el primer día de mi clase de coro, el maestro nos enseñó una buena lección. Él dijo: “En esta escuela puede haber malicia y acoso. No hacemos eso en esta clase; no se tolera. Si no puedes estar de acuerdo con esto, entonces esta clase no es para ti”. 

Me impresionó mucho el reconfortante amor detrás del deseo del maestro de mantener un ambiente armonioso. Él mismo modeló esa norma con amabilidad y un temperamento genial en su enseñanza diaria. Eso creó una cultura en el aula que era un refugio seguro de los diversos desafíos del bachillerato, y fue lo más destacado de mi experiencia en esa escuela. Este alto nivel también se reflejó en el éxito del coro, que incluyó la participación en torneos intercolegiales a nivel nacional. 

Al contemplar esta experiencia desde una perspectiva espiritual, me di cuenta de que este maestro expresaba musicalmente la armonía de una manera tan competente, que no podía tolerar ninguna falta de ella en otro lugar. Crear un espacio seguro para los alumnos de la comunidad escolar era tan natural y necesario para él como corregir a un estudiante cuyo canto estaba fuera de tono.   

Esto estableció el tono para nuestra aula, y eso me hizo pensar en que todos podemos establecer un tono similar dentro de nuestro propio pensamiento. Dios, que es todo armonioso, se expresa en la ley de la armonía, y así como los músicos afinan sus instrumentos, nosotros podemos sintonizar esta ley divina, que está aquí, operando y disponible para que todos la entiendan. No importa qué situación discordante podamos enfrentar, la oración sintoniza nuestro oído para comprender mejor a Dios, el Alma, que es nuestra verdadera fuente, y por lo tanto saca a relucir más de la realidad divina en nuestra experiencia. 

La Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, escribe: “Un músico demuestra la belleza de la música que enseña a fin de mostrar al alumno la manera de aprenderla, tanto por la práctica como por el precepto” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 26). También tenemos la capacidad de entender la regla de la concordia espiritual y demostrarla en la práctica diaria. Cuando oramos atentamente para escuchar la verdad de lo que la ley de Dios sustenta, podemos ver que la opuesta pretensión de discordia no es una ley, sino un sentido erróneo de lo que nos influencia. Y podemos afirmar que la ley de armonía de Dios está operando en el pensamiento y, por lo tanto, en la experiencia. 

La armonía se expresa en nuestra permanente unidad con nuestro Hacedor, el origen divino de todo.

A medida que practicamos sintonizarnos de este modo con lo que es verdad, la discordia comienza a volverse más desagradable para nosotros. Por ejemplo, alguien que antes estaba satisfecho con un tono de voz enojado, irritado o irreflexivo llegará a odiar tales tonos. A medida que la comprensión de qué es la armonía se desarrolla en el pensamiento, se abandona progresivamente el sentido falso y discordante de la existencia. Ya sea que la discordia parezca manifestarse en problemas de salud o de relación, nuestra comprensión de la ley de Dios consuela, libera y sana.  

Cuando la oración nos ayuda a obtener esta percepción espiritual —incluso la comprensión de qué es Dios como nuestra fuente y, por lo tanto, quiénes somos realmente— nuestras palabras se vuelven más tranquilas, gentiles y amables. Las reacciones se convierten en respuestas sanadoras, y en lugar de ofendernos, hallamos que el orgullo es reemplazado por el amor.

“El fundamento de la discordia mortal es un sentido falso del origen del hombre”, dice Ciencia y Salud (pág. 262). Así como un músico que reconoce cómo debería sonar la música corregirá una nota incorrecta, del mismo modo podemos escuchar al Cristo, el mensaje de nuestra verdadera naturaleza armoniosa y nuestra unidad con el Amor divino, dándonos ideas espirituales que manifiestan la expresión de esa naturaleza verdadera de manera práctica. Esto naturalmente se extiende para ver la misma naturaleza espiritual en los demás, inspirándonos a esforzarnos por resaltar la armonía innata en nuestras relaciones. 

Tomemos el ejemplo de Abraham y Lot en la Biblia. Cuando estaban en conflicto y se hizo evidente que ya no podían vivir juntos, Abraham, sin embargo, escuchó a Dios y vio más allá de la discordia. “Entonces Abram dijo a Lot: No haya ahora altercado entre nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos” (Génesis 13:8). Espiritualmente hablando, la Biblia nos dice que todos somos hermanos y hermanas, y que Dios es Todo-en-todo. A partir de esta premisa, la ley de la armonía es lógica. Si cada uno de nosotros es verdaderamente uno con Dios, todos debemos ser uno con Dios juntos, y por lo tanto estar en armonía unos con otros.

No tenemos que hacer que haya armonía. Esta no se encuentra mediante la fuerza de voluntad humana o tomando un falso sentido de responsabilidad para ser su fuente. Tampoco es verdadera armonía lo que está aquí un día y puede desaparecer al siguiente; se expresa en nuestra unidad permanente con nuestro Hacedor, el origen divino de todo. Demostramos esto en nuestras vidas al ver esa ley perfecta de la armonía y nuestra propia inseparabilidad del Divino y la de todos. Dada la disposición de Abraham de ver hermandad donde se avecinaba un conflicto, no es de extrañar que Dios hiciera un pacto con él para hacerlo el padre de muchas naciones, un ejemplo para las futuras generaciones.   

Mi profesor de música notó que el secreto para tener un coro excelente es que el grupo funcione y suene como una sola voz. Del mismo modo, al escuchar y aceptar el mensaje del Cristo de que la ley del Amor divino, Dios, gobierna nuestro pensamiento, cuerpo, entorno y relaciones, hablamos como habla el Amor, actuamos como el Amor actuaría, vemos a nuestros vecinos como el Amor los ve y experimentamos la armonía de Dios. Ciencia y Salud dice: “Para desarrollar todo el poder de esta Ciencia, las discordias del sentido corporal tienen que ceder a la armonía del sentido espiritual, así como la ciencia de la música corrige los tonos falsos y da dulce concordancia a los sonidos” (pág. viii).

Así como un músico que reconoce cómo debería sonar la música corregirá una nota incorrecta, del mismo modo podemos escuchar al Cristo.

Cuando de adolescente, leí por primera vez Ciencia y Salud de principio a fin, recuerdo que sentí como si mi pensamiento estuviera sintonizado con la realidad de la armonía de una manera tangible. Y en este proceso, vi que mi experiencia se alineaba naturalmente con esta ley divina. Los problemas físicos crónicos desaparecieron; me sentí guiada en decisiones cruciales; y las relaciones mejoraron de maneras que nunca hubiera creído posibles. Lo más importante es que comencé a aprender que fui hecha espiritualmente, y mi historia armoniosa y verdadera comenzó a aclararse y se ha manifestado cada vez más desde entonces. 

La ley divina de la armonía está aquí y en operación para todos nosotros. Al sintonizarnos con el sentido espiritual, escuchar y seguir su ejemplo, comenzamos a descubrir —y a demostrar— que esa armonía es la ley de Dios en nuestra vida.

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