En el bachillerato, el primer día de mi clase de coro, el maestro nos enseñó una buena lección. Él dijo: “En esta escuela puede haber malicia y acoso. No hacemos eso en esta clase; no se tolera. Si no puedes estar de acuerdo con esto, entonces esta clase no es para ti”.
Me impresionó mucho el reconfortante amor detrás del deseo del maestro de mantener un ambiente armonioso. Él mismo modeló esa norma con amabilidad y un temperamento genial en su enseñanza diaria. Eso creó una cultura en el aula que era un refugio seguro de los diversos desafíos del bachillerato, y fue lo más destacado de mi experiencia en esa escuela. Este alto nivel también se reflejó en el éxito del coro, que incluyó la participación en torneos intercolegiales a nivel nacional.
Al contemplar esta experiencia desde una perspectiva espiritual, me di cuenta de que este maestro expresaba musicalmente la armonía de una manera tan competente, que no podía tolerar ninguna falta de ella en otro lugar. Crear un espacio seguro para los alumnos de la comunidad escolar era tan natural y necesario para él como corregir a un estudiante cuyo canto estaba fuera de tono.
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