“¿Cómo puede escribirle cuando sabe que está haciendo todo lo posible para hacerle daño y no lo oculta, sino que habla de ello?”, preguntó Clara. Una de sus fieles estudiantes planteó esta pregunta a Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, en referencia a una carta enviada a una maestra de esta Ciencia. La carta invitaba a la maestra a visitarla en uno de dos días e incluía un formulario telegráfico sellado para facilitar la respuesta.
La Sra. Eddy actuó con suma gracia. Aunque la mujer jamás respondió, la Sra. Eddy se vistió con sus “mejores ropas” en caso de que viniera; obtuvo la promesa de Clara de que trataría a la mujer de una manera “amable, amorosa, simplemente celestial” si llegaba mientras la Sra. Eddy daba su paseo de la tarde; y luego esperó hasta altas horas de la noche hasta que fue obvio que la visitante esperada no aparecería. En ese momento, lo único que lamentó la Sra. Eddy fue que la maestra se hubiera negado a sí misma la salvadora y reconfortante bendición de amor al ignorar la invitación (véase We Knew Mary Baker Eddy, Expanded Edition, Vol. II, pp. 211-213).
Todo lo que hizo la Sra. Eddy en esta experiencia fue una expresión de la gracia que describe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Lo que más necesitamos es la oración del deseo ferviente de crecer en gracia, expresada en paciencia, mansedumbre, amor y buenas obras” (pág. 4).
¿Qué podemos decir de nosotros? ¿Expresaremos esa gracia al amar a los que nadie más amará? ¿Cuánto amor manifestamos a los que aparentemente no lo merecen, incluso a aquellos que parecen malinterpretarnos u odiarnos? ¿Amamos a aquellos que tienen puntos de vista diferentes? ¿“Nos vestimos con nuestras mejores ropas” para honrar a aquellos que deseamos bendecir, y tratamos a los demás de una manera “amable, amorosa, simplemente celestial”?
La gracia muestra un estado de pensamiento maduro que frena el egoísmo que intenta ser aceptado como parte de lo que somos. Permite que el Cristo, la idea divina de Dios que Jesús presentó tan completamente a lo largo de su ministerio sanador, nos defina y nos anime.
La Sra. Eddy había aprendido que la gracia significa caminar como Jesús caminó. Ir más allá de los agravios sin sentirnos heridos. Caminar a través de muros de odio e indiferencia y sobre olas de miedo y traición. Y expresar, no obstante, amor puro, listos para dar el siguiente paso.
Podemos avanzar como sanadores solo a medida que crecemos en gracia al rendirnos ante el Cristo. Cuando cedemos al Divino, renunciamos a lo que creemos que tiene poder pero no lo tiene.
Apreciar nuestra propia identidad espiritual es un primer paso para crecer en gracia. Aunque para el sentido material de la vida parezca lo contrario, somos seres espirituales, la imagen o reflejo del Espíritu, Dios. El siguiente paso es reconocer la inocencia y la bondad de todos los que creemos que han tratado de hacer difícil la vida para nosotros o para los demás.
La gracia toca el corazón y nos permite negarnos a ver a los demás como enemigos, como mortales. La gracia incluye la capacidad de amar y respetar a nuestros hermanos y hermanas espirituales porque, en verdad, todos incluimos rasgos comunes: la bondad de Dios, nunca el mal; ternura, nunca condena; alegría y poder espiritual, nunca pesimismo o temor.
La identidad es espiritual e inmortal e incluye armonía y paz. Por lo tanto, podemos, con la determinación propia del Cristo, orar y con persistencia dejar atrás el dolor y vislumbrar la inocencia santa e indemne que es la esencia de cada hijo de Dios. Estamos permanentemente sostenidos por Su tierno cuidado.
Cuando cedemos a la gracia divina, perdonamos en lugar de ofendernos, permanecemos imperturbables en lugar de reaccionar. Si creemos que hemos sido agraviados, o nos sentimos víctimas, comenzamos a percibir, en cambio, que nadie puede ser privado ni por un momento de su identidad espiritual eterna que Dios ha creado y mantiene. Perdonar sobre esta base no es fuerza de voluntad. El perdón basado en la gracia significa comenzar de nuevo con amor, hacer borrón y cuenta nueva. Y es el Cristo el que purifica los corazones y las vidas. “A cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo” (Efesios 4:7).
El efecto de la gracia es un mundo más amable, más cortés y más seguro. Sin embargo, cuando la gracia de Dios cambia las cosas para mejor, esto no sugiere que hubo alguna realidad en un mundo material y cruel. Más bien, prueba la irrealidad de esa imagen material y muestra que Dios tiene el control total de Su universo armonioso y espiritual, incluyendo el mundo al que llamamos hogar. En realidad, toda mentira que se llame a sí misma condición material solo puede aparecer porque la verdad acerca de la cual miente ya está firmemente establecida. Y la verdad es que Dios, quien es la Vida divina, siempre ha sido infinito, y Su amor está eternamente presente.
Siempre que veamos gracia, debemos regocijarnos. Está presente porque es divina, perdurable. Si encontramos algo menor, debemos revertir y rechazar poderosamente la mentira mediante la oración mental. Podemos afirmar que Dios posee y sostiene cada hora. Podemos tratar a amigos y a extraños, cercanos y lejanos, ¡de una manera “amable, amorosa, simplemente celestial”! Al orar, podemos prodigar sobre todos el toque sanador de la gracia.
Keith Wommack
Miembro de la Junta Directiva de la Ciencia Cristiana
