¡Oh, la expectativa de amor, paz y alegría en esta temporada! “Una vez más está aquí la amada Navidad, llena de bendiciones divinas y coronada con los más queridos recuerdos de la historia humana: el advenimiento y la natividad terrenales de nuestro Señor y Maestro”, escribe la Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy. “Contamos nuestras bendiciones. … Los padres llaman al hogar a sus seres queridos, arden los leños de Navidad, se tienden las mesas festivas, los regalos brillan entre las ramas verdes oscuro del árbol de Navidad” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, págs. 256-257).
A veces parece que la Navidad se trata menos de celebrar el “advenimiento y la natividad de nuestro Señor”, y más de las expectativas de tener reuniones familiares felices, actividades festivas y abundantes regalos. Todos estos son encantadores, pero ¿qué pasa si las esperanzas navideñas no se cumplen? ¿Qué pasa si una familia está fracturada por los desacuerdos, el divorcio, la enfermedad o la muerte? Tal vez uno se aferra a heridas y malentendidos o simplemente está profundamente decepcionado con otro.
El pasaje citado anteriormente continúa: “Pero, ¡ay del hogar desunido! Que Dios les dé más de Su precioso amor que sana al corazón herido” (pág. 257).
¿Puede el amor de Dios, revelado en el advenimiento de Cristo Jesús, sanar a los quebrantados de corazón y traer paz a situaciones difíciles, especialmente en esta época del año? De hecho, puede, si estamos listos para obtener una perspectiva espiritual de la Navidad.
Antes del nacimiento de Jesús, hubo señales y profecías de su llegada. En el Antiguo Testamento, Isaías, Zacarías y otros profetas predijeron la venida del Mesías. En el Nuevo Testamento, Zacarías, María y José fueron informados por ángeles de la venida del Salvador. Los reyes magos fueron alertados del nacimiento de Jesús por una estrella, y los pastores por una gloriosa exhibición celestial. Todas estas personas recibieron sus mensajes directamente de Dios.
La Navidad es la revelación y celebración de una visión más elevada de la relación del hombre con Dios. Jesús vino y nos mostró más claramente que Dios es un Padre amoroso, y que el hombre —todos nosotros— somos los hijos e hijas amados de Dios. A través del advenimiento de Jesús, quien encarnó al Cristo, la verdadera idea de Dios y la verdadera naturaleza del hombre como imagen y semejanza espiritual de Dios se hicieron evidentes. Y esta clara comprensión de la relación del hombre con Dios trajo más bendiciones y curación a la humanidad.
Durante su ministerio, Jesús presentó una idea revolucionaria sobre nuestras relaciones de los unos con los otros. Un día, mientras predicaba a una multitud, alguien le dijo que su madre y sus hermanos querían hablar con él. Él respondió extendiendo su mano hacia sus discípulos y diciendo: “He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, y hermana, y madre” (Mateo 12:49, 50).
Esta respuesta me desconcertó. ¿Estaba Jesús ignorando a su familia humana? Mientras oraba acerca de esto, se me ocurrió que el Maestro no estaba ignorando estas importantes relaciones. Más bien, estaba dirigiendo a sus seguidores hacia un sentido más elevado de familia no conectados por sangre o matrimonio, sino por Dios, el Amor divino.
Jesús siempre buscó en su Padre celestial la verdad de su identidad y la de quienes lo rodeaban. No somos meros mortales luchando en un mundo duro con situaciones problemáticas. ¡Somos los hijos amados de Dios, la niña de Sus ojos!
La Navidad es la revelación y celebración de una perspectiva más elevada de la relación del hombre con Dios.
Entonces, ¿puede el cambio a una perspectiva espiritual sanar nuestras relaciones? Lo ha hecho en mi propia experiencia.
Durante un período de tiempo, a mi esposo y a mí no se nos permitió ver a algunos de nuestros nietos. Esto fue desgarrador para nosotros, especialmente durante la temporada navideña. Pero sabía que no sería útil aferrarme a un concepto material de la familia como parientes humanos divididos por puntos de vista contradictorios. Necesitaba una perspectiva espiritual más elevada de la situación.
Me di cuenta de que mi función no era ser una buena madre y abuela humana, tratando de controlar la situación para obtener el resultado deseado. Puesto que Dios se comunica directamente con cada uno de nosotros, mi función era ser un testigo que ora y está alerta y expectante de la presencia del Cristo.
Se me ocurrió que Dios no tiene nietos, solo hijos, y oré para ver que todos los interesados son ideas espirituales de Dios unidas en el amor, no personalidades humanas separadas por desacuerdos. Afirmé que todos podíamos sentir el amor de Dios, que cada uno podía entender, a su manera, que Dios es verdaderamente nuestro Padre divino. Como escribe la Sra. Eddy, “Dios es nuestro Padre y nuestra Madre, nuestro Ministro y el gran Médico. Él es el único pariente verdadero del hombre en la tierra y en el cielo” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 151).
Aunque nuestra situación familiar necesitaba oración, amor desinteresado y humildad constantes, el contacto entre nosotros y los niños finalmente se restableció. Y hemos tenido muchas oportunidades de orar con ellos y compartir el amor de Dios por ellos y por todos. Saben que dondequiera que estén, Dios está allí con ellos, y han encontrado mucho consuelo en eso.
Aquí y ahora, el Cristo está presente. Podemos saber que la misericordia de Dios nos envuelve a todos, no solo en Navidad, sino durante todo el año. Debido a esa relación revelada por el advenimiento de Cristo Jesús, podemos estar seguros de que nunca estamos separados de Dios o unos de otros. Podemos esperar que el amor de Dios por cada uno de nosotros se sienta y transforme nuestra comprensión de nosotros mismos y nuestras relaciones, incluso cuando las circunstancias humanas parecen decepcionar.
Dios siempre está aquí, guiándonos, protegiéndonos y envolviéndonos a todos en los brazos del Amor infinito. Y ese Amor omnipresente nos eleva y nos lleva hacia adelante y hacia arriba.
