¡Es la época navideña otra vez! Más allá de las festividades y la entrega de regalos, los cristianos de todo el mundo vuelven a repasar la historia de la Natividad y a celebrar el legado de la extraordinaria vida y obra de Cristo Jesús.
En esta época del año, con frecuencia he reflexionado sobre algo que dijo Mary Baker Eddy —una seguidora de Jesús que descubrió la Ciencia Cristiana— sobre su celebración de la festividad: “Me gusta celebrar la Navidad en quietud, humildad, benevolencia, amor, dejando que la buena voluntad para con los hombres, el silencio elocuente, la oración y la alabanza expresen mi concepto del surgimiento de la Verdad” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 262).
Si bien la aparición de Jesús en la tierra fue breve, el Cristo —la Verdad sanadora y salvadora que Jesús demostró— se nos aparece hoy tal como lo hizo a los profetas y discípulos en la antigüedad. Los numerosos casos de curación y protección que experimentaron, tanto antes como después del tiempo de Jesús, muestran claramente que el Cristo es incorpóreo y eterno, y aparece al corazón receptivo en todas las épocas.
En la historia de la Navidad, en los primeros capítulos de los Evangelios de Mateo y Lucas, encontramos la historia del nacimiento de Jesús. Obedeciendo el decreto de César de que los ciudadanos del Imperio Romano regresaran a sus hogares ancestrales para ser contados en un censo y pagar sus impuestos, los padres de Jesús, una María muy embarazada y un fiel José, viajaron de Nazaret a Belén, donde José había nacido. Pero su viaje sirvió un propósito más elevado que el mero cumplimiento de un deber cívico: fue el cumplimiento de la profecía. Su bebé, Jesús, era de hecho el Mesías prometido, o Mostrador del camino, que traería al mundo las buenas nuevas de que el Cristo o Consolador divino está con nosotros siempre.
Si bien ni Mateo ni Lucas dan detalles del viaje de María y José, la pareja habría tenido que viajar durante varios días a través del desierto de Judea en invierno. No obstante, nada les impidió llegar a su destino y cumplir su santa misión. Al parecer, nada pudo tampoco disminuir su fe y confianza en el cuidado amoroso de Dios: ni los celos de Herodes, ni el difícil terreno, ni siquiera las condiciones climáticas frías y posiblemente extremas.
Hay algo sagrado, atemporal y con lo que podemos identificarnos en la historia de la Natividad, y me recuerda una experiencia que nuestra familia tuvo hace un par de años. Una noche, mientras mi esposo y yo acostábamos a nuestras hijas, compartimos con ellas la noticia de que no podíamos viajar para visitar a la familia para Navidad debido a otro bloqueo relacionado con el Covid en nuestra área del país.
“Se me rompe el corazón”, exclamó nuestra hija mayor.
Yo estaba callada. También me dolía el corazón.
Pero mi esposo habló. “¡No puedes cancelar al Cristo!”, dijo. Sentí que mi corazón se conmovía al estar de acuerdo con él. La Navidad es un tiempo para honrar al Cristo, para demostrar que el Cristo es una presencia eterna y sanadora. No se limita al tiempo en particular en el que Jesús estuvo con nosotros, ni puede restringirse hoy a una fecha específica en el calendario. Cada uno de nosotros, en cualquier momento, puede sentir la presencia viva del Cristo, la Verdad.
El hecho de que mi esposo nos recordara esto trajo paz y tranquilidad, a pesar de que nos sentíamos aislados de nuestros seres queridos y sin muchas esperanzas de tener unas felices fiestas.
El apóstol Pablo ejemplificó el espíritu del Cristo a pesar de la extrema adversidad que enfrentó. A lo largo de su amplio ministerio de curación, él sintió la presencia y protección de Dios, el Amor divino. Él dio a entender esto en su Epístola a los Romanos, cuando dijo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? … estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (8:35, 38, 39).
La aparición del Cristo en la consciencia humana es tan cierta como el sol del amanecer y rompe las nubes del temor y la desesperanza.
En lugar de estar abrumada por la tristeza, sentí la creciente convicción de que este mismo Amor divino estaba presente para consolar no solo a nuestra hija, sino a todos nosotros. Esto fue ciertamente una evidencia de la aparición del Consolador.
Esa Navidad resultó ser una fiesta como ninguna otra. Disfrutamos el tiempo con nuestra familia inmediata y encontramos alegría al descubrir nuevas formas de atender a amigos y vecinos. Claro, los regalos, comidas, villancicos y fiestas que asociamos con la temporada navideña pueden ser muy divertidos. Pero nos dimos cuenta de que el verdadero regalo de la Navidad es el eterno e inextinguible Cristo, la Verdad; esa luz libre de ataduras y pura de esperanza y curación que borra la oscuridad del pensamiento mortal. Como una idea brillante, esa luz espiritual siempre está ahí, y se percibe cuando el pensamiento está listo para recibirla.
¿Fueron las vacaciones que habíamos planeado? No. ¿Fueron las que finalmente necesitábamos y disfrutamos plenamente? ¡Sí!
Como muchas personas alrededor del mundo, lo que más necesitábamos era la certeza divina de que nuestros corazones estaban completos.
Cualquier año puede ser difícil; por ejemplo, para aquellos que no pueden regresar a sus hogares como resultado de desastres naturales, conflictos internacionales o dinámicas familiares. Por lo tanto, la historia de la Navidad sigue siendo relevante: un recordatorio de que el Cristo nos trae el tierno mensaje sanador de nuestro Padre-Madre Dios, el Amor, dondequiera que estemos. La aparición del Cristo en la consciencia humana es tan inevitable como el sol del amanecer y atraviesa las nubes del temor y la desesperanza.
Ya sea que esta Navidad estemos en casa o viajando, como los pastores en sus campos o los reyes magos que siguen la estrella de Belén, podemos estar atentos a la continua aparición de la Verdad. Esto, sin duda, dará lugar a un día santo.
