Su nombre era Lily. Habíamos sido compañeras en mi primer empleo y habíamos trabajado juntas todos los fines de semana. Lily siempre era muy servicial, y hacía lo imposible para asegurarse de que nuestros clientes estuvieran bien atendidos. Era una persona maravillosa con la que hablar y una amiga maravillosa.
Al acercarse el verano de mi tercer año del bachillerato, tuve la increíble oportunidad de asistir a una escuela para Científicos Cristianos en Colorado. Era una experiencia que no podía dejar pasar, y decidí ir. Pero mientras estaba allí, recibí una llamada avisándome que Lily había fallecido repentinamente. Hacía mucho tiempo que yo no estaba en casa y que no la veía, así que la noticia fue un golpe muy fuerte para mí.
Me sentí perdida y luché con el dolor de su ausencia. Sentí que no solo era el final de su vida, sino que también era el permanente final de un capítulo de la mía. Me vi obligada a enfrentar la realidad de que si alguna vez decidía regresar a la vida que había dejado atrás en casa, ella no estaría allí para darme la bienvenida. Además de eso, ni siquiera pude asistir en persona a su funeral.
Me quedaría corta si dijera que esta experiencia fue una tormenta de tristeza y dolor. Sentí como si la hubiera abandonado, que la decisión que había tomado de mudarme a Colorado había estado equivocada. Me vi obligada a despedirme desde una pantalla de computadora a 1920 kilómetros de distancia.
Mientras experimentaba olas de ira y angustia, me acerqué a una persona que siempre sabe exactamente lo que debe decirme, y nuestra conversación me inspiró a leer un artículo que se publicó originalmente en The Christian Science Monitor, llamado “El pasar de la gaviota”. El artículo señalaba un par de ideas de la Biblia y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, que me dieron una sensación de paz que no había encontrado en ningún otro lugar.
La primera fue de una historia bíblica sobre una mujer cuyo hijo había muerto. Cuando habló con un siervo del profeta Eliseo, su fe y confianza en Dios la llevaron a responder a la pregunta del profeta “¿Está bien tu hijo?” con lo siguiente: “Está bien” (2 Reyes 4:26, según KJV). Y su fe y persistencia llevaron al profeta hasta su casa para restaurar a su hijo a la vida. Si bien la situación era diferente con mi amiga, esta historia me ayudó a entender que, en realidad, Lily está bien, ya sea que pueda verla y hablar con ella o no.
El segundo pensamiento que me ayudó se basa en una idea de Ciencia y Salud, donde la Sra. Eddy escribe: “Cuando el ser sea comprendido, la Vida será reconocida no como material ni finita, sino como infinita, como Dios, el bien universal...” (pág. 76). Tenemos la tendencia a pensar que las personas tienen sus propias vidas: vidas que pueden terminar. Pero desde una perspectiva espiritual, Dios es la Vida divina y la fuente de toda vida, de modo que la vida debe ser verdaderamente espiritual y eterna, sin principio ni fin. Comprendí que, como expresión de la Vida, Lily no tenía un principio ni un final.
Después de leer este artículo, reconocí que la existencia de mi amiga continúa, incluso si está más allá de lo que puedo ver. Ya no sentía el dolor latiendo en mi corazón con tanta fuerza como sentía a Dios cuando me sostenía en perfecta paz. Comencé a darme cuenta de que jamás me podrán quitar el amor que siempre tendré por Lily. Todavía echo de menos poder verla, pero llevaré su amistad conmigo siempre. Estoy agradecida de decir que ahora puedo pensar en ella con gratitud en lugar de tristeza.
Lily me enseñó muchas cosas. Su fallecimiento —y mis oraciones al respecto— me enseñaron aún más, pero lo más grande que aprendí es esto: Incluso cuando las personas desaparecen de nuestra vista, su belleza y amor permanecen con nosotros, y nos recuerdan que Dios, el Amor, y Su expresión son infinitamente hermosos y eternos.
