Puede ser bastante fácil pensar en la historia del nacimiento de Jesús en los Evangelios en base a obstáculos enormemente difíciles, que fueron superados a través de varios sucesos aparentemente imposibles. El relato termina con la aparición “milagrosa” del Hijo de Dios en la forma de un bebé de aspecto vulnerable —el niño Cristo Jesús— quien, incluso después de nacer, todavía tiene que lidiar con un rey decidido a deshacerse de él.
¿Pensamos a veces en nuestros propios esfuerzos por sanar desde una perspectiva similar? ¿Nos encontramos obsesionados con el laberinto de síntomas y desafíos que tenemos que enfrentar, y luego, a través de intensos esfuerzos por estudiar y orar, esperamos encontrar en el pajar la aguja metafísica milagrosa que permitirá que nuestro sentido naciente del Cristo sane el problema? Luego, incluso después de haber experimentado la curación, ¿nos sentimos todavía perseguidos por un sentimiento similar a Herodes de que la armonía que hemos visto quizá solo resulte ser temporal? Si es así, ¿podemos realmente decir que vemos la plenitud del Cristo en la historia de la Navidad o en nuestro propio enfoque respecto a la curación?
Sin importar cuánto nos anime un sentido material de las cosas a ver el mundo a través de una lente donde el bien y el mal se enfrentan perpetuamente, y donde la oscuridad a menudo es la fuerza más dominante, ¿no es un mensaje básico de la Navidad que la manifestación de la bondad y la luz de Dios no se puede detener, y que no puede haber ninguna oposición real a lo que Dios hace? Al mirar atrás, nos damos cuenta de que el Cristo, la Verdad, estuvo a cargo de todo desde el principio y el resultado nunca estuvo en duda. La visita del ángel Gabriel y el mensaje a la Virgen María, diciéndole que ella daría a luz al Salvador por medio del Espíritu Santo, no terminó con un signo de interrogación. La luz de la estrella de Belén no estuvo en peligro de apagarse debido a toda la oscuridad que debió atravesar. La historia de la Navidad es la historia de Dios y Su Cristo, la idea espiritual de la Verdad, que declara a todo el mundo y para siempre que el Espíritu es supremo y el único creador verdadero.
Ese hecho espiritual del mensaje del Cristo todavía nos habla a cada uno de nosotros, si estamos listos para notarlo. Al igual que la luz de la estrella de Belén, aún nos guía a ver que lo que Dios crea, debe ser como Dios: espiritual. El primer paso para tener más Navidad es notar más Navidad, que es la brillante aparición de la supremacía del Espíritu. Como escribe Mary Baker Eddy: “Una Navidad eterna haría de la materia un extraño, excepto como un fenómeno, y la materia se retiraría con reverencia ante la Mente”. Y continúa: “En la Ciencia Cristiana, la Navidad representa lo real, lo absoluto y eterno, las cosas del Espíritu, no de la materia” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 260).
La razón por la que esto es importante para nuestra práctica de curación espiritual mediante la Ciencia Cristiana es porque nos ayuda a no perder de vista el hecho de que el Cristo es infinitamente más grande que cualquier percepción particular que podamos haber tenido sobre él en un momento dado. Si suponemos que el poder del Cristo para sanarnos depende de nuestro nivel actual de comprensión, también podríamos suponer que si conectamos algo a una línea eléctrica de alto voltaje, solo obtendremos una cantidad de energía igual a nuestra comprensión de la electricidad.
El poder infinito del Cristo existe. No podemos añadirle nada ni quitarle nada, no importa cuánto tratemos de generarlo o controlarlo a través del esfuerzo humano. El Cristo no puede ser contenido ni limitado por las suposiciones de limitación. Si no tenemos el tipo de progreso que nos gustaría ver en la curación, ¿será quizá que estamos pensando que el Cristo es como nuestro pequeño esfuerzo en desarrollo? ¿Podemos, en cambio, centrarnos más en aceptar la certeza y la victoria de la aparición de Dios en nuestras vidas, que es de lo que se trata la actividad del Cristo? Entonces, podremos declarar lo que María le dijo al ángel Gabriel: “Hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lucas 1:38).
Si bien puede estar afirmando lo obvio, vale la pena recordar que cada curación genuina de enfermedad o pecado, producida a través de la aplicación de la Ciencia Cristiana, se lleva a cabo mediante la actividad del Cristo. Es lo que esperaríamos en una Ciencia aplicada cuyo enfoque es el Cristo. El punto menos obvio es con cuánta frecuencia no notamos la plenitud de la actividad sanadora y salvadora del Cristo en nuestras vidas; incluso cuando tratamos de prestar atención.
Lo bueno es que, aun si sentimos que tenemos tan solo una comprensión del Cristo como la de un niño, eso será suficiente. ¿Por qué? Porque el Cristo es la Verdad, y la Verdad no disminuye por la cantidad de error que se sugiere en su contra, así como la luz no es disminuida por la oscuridad. Podemos confiar en que el Cristo está a cargo de cómo experimentamos al Cristo. Nos permitirá superar el miedo impuesto por un sentido material de las cosas. No se nos inducirá a olvido en cuanto a que el Cristo verdadero es más grandioso que cualquier preocupación que podamos tener acerca de nuestra comprensión actual de él, e infinitamente mayor que la imagen mortal de vida e inteligencia en la materia.
Cuando vemos una película, podemos estar completamente envueltos en cualquier historia o imagen que se proyecte, ya sea buena o mala, pero nunca renunciamos a nuestra capacidad de recordar que es, de hecho, simplemente una película. El Cristo no permite que se nos quite nuestra capacidad inherente para discernir entre lo que es real y lo que no lo es. En lo más profundo de nuestro corazón, sabemos que somos espirituales, porque el Cristo nunca deja de hablarnos, de asegurarnos este hecho de la salvación y de mostrarnos cómo probarlo más y más cada día.
Necesitamos aumentar nuestra comprensión de la Ciencia Cristiana, y lo haremos. No podemos amar a Dios y quedarnos atrapados donde estamos, así como Jesús no podría haber vivido su vida en un pesebre. La realidad de que el Espíritu es supremo y gobierna el universo armoniosamente es un hecho. Cada vez que decidimos escuchar lo que el Cristo, la verdadera idea del ser, nos está expresando en cualquier situación, despertamos más a ese hecho. Cada vez que optamos por ceder al miedo, al pecado o al sensualismo, estamos dormidos a lo que está sucediendo realmente.
El descubrimiento de la Ciencia Cristiana trajo la comprensión de que el poder del Cristo para sanar y manifestar la presencia de Dios aquí y ahora, no se fue después que Jesús caminó sobre la tierra; incluso si este suceso revolucionario todavía no se ha notado por completo. Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, está lleno de explicaciones esclarecedoras del Cristo. Por ejemplo, nos enseña a comprender que el Cristo es “la divina manifestación de Dios, que viene a la carne para destruir el error encarnado” (pág. 583).
Esta comprensión más amplia del Cristo hace que el estudio del curso de la historia de la vida de Jesús no solo sea inspirador, sino fortalecedor. A lo largo de los Evangelios, la curación y la enseñanza de Jesús dan vívida evidencia de nuestra capacidad de expresar a Dios, de ser Su imagen completa, no las pocas líneas de un bosquejo. Nos damos cuenta de cómo el Cristo —la actividad de Dios, el bien— animó cada acto y pensamiento de Jesús. También llegamos a notar cómo este mismo Cristo está presente para revelar el bien en nosotros y destruir cualquier sugestión que argumente que la materia tiene legitimidad delante de Dios.
Recientemente, estaba sentado en un parque, observando los pájaros ir y venir en una fuente cercana. Me pregunté: “¿Tienen alguna idea las aves de cuán notable es que puedan volar?”. ¿Notamos cuán extraordinario es que podamos amar, pensar, expresar alegría y santidad, y sí, sanar? ¿Y no se siente como si voláramos cuando lo hacemos? La materia no puede hacer esas cosas. Solo vienen a través del Cristo. ¿Nos damos cuenta de esto?
Scott Preller
Miembro de la Junta Directiva de la Ciencia Cristiana