Cuando era niña, asistí a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana donde aprendí que Dios es una fuente de ayuda confiable, pero nunca supuse que los himnos que cantábamos serían oraciones cuando los necesitara. Me di cuenta de esto cuando mi padre me inscribió para tomar clases de vuelo el verano en que cumplí dieciséis años. Quería que aprendiera a aterrizar su pequeño avión monomotor en caso de cualquier emergencia mientras volaba con él.
Después de unas horas de lecciones, el instructor decidió que estaba lista para volar en solitario; lo que significaba que despegaría sola, volaría alrededor del trayecto que había aprendido y luego me alinearía para aterrizar en la misma pista de la que había despegado. Estaba segura de que podía hacerlo hasta que estuve en el aire y, de repente, me di cuenta de que tenía que aterrizar el avión yo misma.
En el momento en que entré en pánico, estas líneas de un himno de Mary Baker Eddy me vinieron al pensamiento: “¡Amor, que al ave Su cuidado da, / conserva de mi niño el progresar” (Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 207). Estas palabras me ayudaron a sentir que la presencia de Dios —el Amor divino— estaba conmigo; y el momento de pánico pasó. Ni siquiera necesité decirme a mí misma que orara. Pude hacer un aterrizaje perfecto, y poco después completé otros dos aterrizajes obligatorios.
Algunas décadas más tarde, sentí otro tipo de pánico. Un día, mientras estaba en casa, de repente sentí un calor muy intenso. Me sentí tan acalorada que llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí. En ese momento, no me di cuenta de que ese “sofoco” era un síntoma de la menopausia. Anteriormente, no había sentido síntomas relacionados con esto. El practicista aceptó orar, y poco después de colgar, me sentí fresca de nuevo. Después de eso, no tuve más episodios de este tipo.
Un par de meses después, experimenté un flujo menstrual abundante que duró varios días. Estaba en una escalera pintando el techo de nuestra casa, cuando de pronto me sentí muy débil. Recordé la curación de la mujer en la Biblia que tuvo un flujo de sangre durante 12 años (véase Lucas 8:43-48). Ella vino por detrás de Jesús y tocó el borde de su manto, y fue sanada instantáneamente. Eso me dio la confianza de que este tema de la sangre también podía detenerse. Solo necesitaba sentir el toque del Cristo, la Verdad, para sanar.
Mi oración no fue una petición al Jesús humano, sino el deseo de comprender y poner en práctica la regla de curación que Jesús demostró a través del Cristo, su naturaleza divina. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Mantén perpetuamente este pensamiento: que es la idea espiritual, el Espíritu Santo y el Cristo, lo que te capacita para demostrar, con certeza científica, la regla de la curación, basada en su Principio divino, el Amor, que subyace, cobija y envuelve todo el ser verdadero” (pág. 496).
El primer capítulo del libro del Génesis en la Biblia dice que somos la semejanza misma de Dios. Esta semejanza no puede ser material, ya que Dios es Espíritu. Comprendí que cualquier creencia humana acerca de las fases de la femineidad no podía afectar mi identidad espiritual como reflejo de mi Padre-Madre Dios. Lo había demostrado años antes cuando sané de cólicos menstruales periódicos.
Un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana reconforta al decir:
No teme cambios mi alma
si mora en santo Amor;
segura es tal confianza,
no hay cambios para Dios.
(Anna L. Waring, N° 148)
Sabía que lo que se llama un “cambio de vida” era un concepto humano que no debía temer. Este flujo menstrual abundante se detuvo en el transcurso de esa semana, y los síntomas de la menopausia nunca me volvieron a preocupar.
Estoy muy agradecida por la Ciencia del Cristo que explica Ciencia y Salud. El estudio de este libro y de la Biblia me ha guiado y sanado a lo largo de mi vida. También estoy agradecida a los practicistas de la Ciencia Cristiana, que dedican sus vidas a ayudar a otros mediante la oración. Al ser miembro tanto de La Iglesia Madre como de una iglesia filial, muestro mi gratitud por todo lo bueno que he experimentado en la Ciencia Cristiana.
Rae Lynn Mandujano
Rockville, Maryland, EE.UU.
