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Original Web

El advenimiento del Cristo y la sencillez de un niño

Del número de diciembre de 2023 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 19 de diciembre de 2022 como original para la Web.


Una poderosa visión profética se transmite en estas palabras de la Biblia: “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará” (Isaías 11:6).

El “niño” está asociado con el advenimiento del Cristo, el Mesías esperado, que se cumplió en el nacimiento de Jesús. El Mesías, con su naturaleza propia de un niño, reinaría, dirigiría y establecería la paz, como Isaías lo simbolizó mediante las relaciones armoniosas entre los animales que normalmente atacan o son presa unos de otros. Su visión profética describe la disposición y el carácter del Mesías, que incluye calma, amor, humildad, mansedumbre, receptividad y confianza en Dios; cualidades que se ven en el ejemplo y las enseñanzas de Jesús.

Cristo Jesús dio una lista de lo que tenemos que hacer también, con el fin de ser “pacificadores… llamados hijos de Dios” (véase Mateo 5). Esto incluye amar a nuestros enemigos y hacer el bien a aquellos que nos odian.

El maestro cristiano trajo paz al sanar, transformar y regenerar a la humanidad mediante su confianza inquebrantable a semejanza de un niño en el poder de Dios, evidente en su resurrección de Lázaro de entre los muertos, por ejemplo. Al poner a un niño pequeño en medio de los discípulos, Jesús les enseñó que la verdadera grandeza radica en la receptividad humilde y propia de un niño: el estar dispuesto a dejar de lado las nociones preconcebidas y adoptar una visión más elevada y espiritual de la vida, que le permita a uno entrar en el reino de Dios.

La verdadera grandeza reside en la receptividad humilde propia de un niño.

Mary Baker Eddy, ávida estudiante y seguidora de Jesús, vio que esta disposición propia de un niño era un modelo incomparable para toda la humanidad. Ella percibió que la receptividad y la buena voluntad de aprender eran vitales para comprender a Dios, y la relación indestructible del hombre con Él como Su amada descendencia espiritual. Ella escribe en el libro de texto de la Ciencia Cristiana: “Jesús amaba a los niños por estar libres del mal y por su receptividad al bien. Mientras la madurez está vacilando entre dos opiniones o batallando contra falsas creencias, la juventud da pasos fáciles y rápidos hacia la Verdad” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 236), y, “La disposición de llegar a ser como un niño y dejar lo viejo por lo nuevo, torna el pensamiento receptivo a la idea avanzada” (págs. 323-324).

La Sra. Eddy vio algo muy especial en los niños: su receptividad natural a las ideas sanadoras de la Ciencia Cristiana. Ella señaló este punto al recordar la experiencia de curación de la pequeña hija de la Sra. Smith en Rumney, New Hampshire: “Se convierten en buenos sanadores antes que los adultos, porque están más cerca del reino de los cielos. … Es el elemento nativo de los niños; en él se deleitan en la libertad de la salud y del Amor divino” (Footprints Fadeless, p. 6, 1902; A10402; The Mary Baker Eddy Collection). La Sra. Eddy vio muy claramente que los niños pequeños abrazan naturalmente al Cristo, la Verdad, y esto les permite experimentar el reino de los cielos, es decir, la presencia de Dios y el poder sanador en sus vidas.

La propia disposición a semejanza de un niño de la Sra. Eddy le permitió superar todo tipo de desafíos a lo largo de su vida. Ella mantuvo esa receptividad a Dios, que inspiraba y espiritualizaba su pensamiento.

Cuando estaba sirviendo en servicio activo en la Marina de los Estados Unidos, una difícil situación exigió dicha confianza en Dios. Estaba esperando órdenes para mi próximo destino, que normalmente se daba dentro de los seis meses, pero pasó el tiempo sin que me informaran de nada. Confiaba en que el plan de Dios para mi esposa y para mí estaba en su lugar, y que sería dirigido de acuerdo con la voluntad divina. Me ayudó saber que Dios era mi verdadero Capataz de Asignaciones (título del oficial que distribuye las órdenes), y guía mi carrera. Que cuando parecía que las cosas estaban paralizadas, realmente se estaba desarrollando la actividad correcta. Me aferré con firmeza a esto en oración y sentí una fuerte sensación de paz y calma, lo que me dio la paciencia necesaria.

Recurrí a Dios en oración, escuchando humildemente y confiando en que sería guiado.

Un par de meses antes de que me separara, el capataz me dio un lugar de destino en Carolina del Norte como una de mis opciones. Esta opción no me llamó la atención, ya que me habían asignado allí en el pasado. Sin embargo, recurrí a Dios en oración, escuchando humildemente y confiando en que sería guiado. Un día, mientras caminaba solo en la proa de mi barco y oraba, tuve una intuición sorprendente, algo así como: “Ve a Carolina del Norte; serás grandemente bendecido”. Era claramente una intuición divina. Acepté ir a Carolina del Norte y fuimos grandemente bendecidos. He descubierto que me corresponde seguir el ejemplo de Jesús y expresar confianza como la de un niño tanto como sea posible todos los días. Esto me prepara de manera más eficaz para cualquier demanda que pueda surgir.

Es importante tener en cuenta que las cualidades propias de un niño son parte inherente de lo que realmente somos como descendencia espiritual de Dios. Durante esta época santa de Navidad, mientras celebramos con alegría el nacimiento de Jesús, también podemos regocijarnos con el advenimiento en el hombre de esa disposición a semejanza de un niño, tan plenamente manifestada en el carácter de Jesús. Y, al esforzarnos por expresar esta virtud, evidenciada en humildad, mansedumbre y amor, podemos esperar que nuestros corazones sean receptivos al Cristo, la Verdad, y que experimentemos la promesa de estas palabras de un conocido himno:

Cuán silenciosamente el don
glorioso otorga Dios, y da al humano
corazón Su santa bendición.
Ninguno oírlo puede, mas
en el mundo aquí, doquier encuentre
humildad, el Cristo encontrará.
(Phillips Brooks, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 222)

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