Un día de invierno del año pasado, estaba realizando algunas tareas y me lesioné un músculo de la espalda. Esto hizo que me resultara difícil moverme, así que comencé a orar de inmediato acerca de la idea de movimiento. Un pensamiento que me vino fue una declaración del libro de Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La Mente es la fuente de todo movimiento, y no hay inercia que retarde o detenga su acción perpetua y armoniosa” (pág. 283). Aunque todavía me sentí dolorida e incómoda durante los días posteriores, las ideas de ese pasaje me ayudaron, y pude continuar con mis planes y deberes regulares.
El siguiente domingo, me sentí muy fuertemente guiada a asistir a un servicio dominical en una iglesia filial a unas pocas ciudades de distancia. Había estado asistiendo a esta iglesia tanto en línea como en persona durante varios meses y disfrutaba de todos los servicios religiosos y reuniones. Sentada en el banco ese domingo, seguí pensando en que era un servicio sanador: un anuncio que muchas iglesias filiales hacen cada domingo y miércoles. Sentí que todos allí afirmaban las verdades espirituales que se compartieron durante ese servicio de una hora, y que yo sería capaz de escuchar y comprender las ideas sanadoras que necesitaba.
A mitad del servicio, me vino la idea de que debía hacerme miembro de esta iglesia filial. Había estado orando de vez en cuando sobre la membresía de la iglesia filial desde que me mudé al área hacía más de un año, pero no había decidido a cuál de las numerosas filiales locales afiliarme. A medida que atesoraba tanto el efecto sanador del servicio como la idea de unirme a la membresía, mi espalda mejoraba.
Algo más tarde, un miembro de la iglesia me llamó para decirme cuánto disfrutaban ellos y otras personas que yo asistiera a sus servicios y compartiera testimonios de curación en las reuniones de los miércoles. Nuestra conversación se centró en la membresía de la iglesia, y pedí un formulario de solicitud para unirme a la iglesia filial. Esa persona no sabía que yo estaba lidiando con un problema de espalda, pero mientras hablábamos, pude sentir que la rigidez y el dolor se desvanecían.
Mientras pasaba por el proceso de afiliarme a la iglesia en las semanas que siguieron a la llamada telefónica, ocasionalmente sentía punzadas de dolor cuando me movía de ciertas maneras; sin embargo, cada vez pude declarar mentalmente que había lidiado con el tema y que este no tenía autoridad para regresar, porque Dios no lo permitía. Para cuando me uní oficialmente a la iglesia filial meses más tarde, estaba completamente sana, y no he tenido más síntomas o recordatorios de ello.
Esta experiencia me hace pensar en el pasaje de la Biblia donde el apóstol Santiago escribe a los primeros cristianos, diciendo: “¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará” (Santiago 5:14, 15). Ese servicio dominical al que asistí estaba dedicado a la curación —al igual que la membresía a la que me uní— y ese compromiso es poderoso y eficaz. ¡Fue realmente un servicio sanador!
Kathryn Swanson
Alton, Illinois, EE.UU.