Cuando mis hijos eran pequeños y yo era la solista en nuestra iglesia, de repente comencé a perder peso y sentí una incomodidad en todas las partes del cuerpo, particularmente en las piernas. A los pocos días, no podía caminar. Un miembro de la familia que era practicista de la Ciencia Cristiana había estado orando por mí, pero cuando el problema no cedió, le quedó claro que necesitaba ayudarme a cuidar a los niños para que yo estuviera libre para orar. Me sentí agradecida por su sabiduría y llamé a mi maestro de la Ciencia Cristiana para que se hiciera cargo del caso.
Durante nuestra primera conversación, fue evidente que yo estaba llena de condenación propia respecto a lo que pensaba que debería haber hecho y cuánto mejor sentía que debía estar. ¡Como resultado de esta charla, me sorprendió descubrir que la condenación propia es egocéntrica, no se centra en Dios!
Esto me despertó, y me di cuenta de que no había estado escuchando la voz de Dios, sino las falsas sugestiones mentales de que yo era algo más que la hija perfecta de Dios. Comprendí que, como imagen y semejanza espiritual de Dios, yo era en realidad la expresión de hermosas cualidades y que nada podía detener esa expresión. Si hubiera seguido creyendo todas las mentiras que me estaba diciendo a mí misma, no habría sido receptiva a la curación.
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