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Original Web

Descubramos la valía que Dios nos dio

Del número de junio de 2023 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 23 de febrero de 2023 como original para la Web.


Tal vez conozcas a alguien que se siente aislado, anhela afecto o necesita mejor salud física o mental. Esa fui yo en un momento de mi vida. Me preguntaba, ¿por qué vivir? Aunque tenía una familia encantadora, no veía ningún propósito en mi vida y deseaba morir. Lo que me rescató fue el sencillo pedido de mi hija mayor para asistir a la Escuela Dominical. 

En aquel entonces, yo no estaba interesada en ninguna religión, especialmente en la que enseñaba que todos nacimos pecadores, que es como veía yo el cristianismo. Pero me enteré de que la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana comparte una idea muy diferente: Enseña a los niños a defenderse de la interpretación comúnmente aceptada del origen del hombre como mortal, material y pecaminoso. A medida que aprendí más sobre la Ciencia Cristiana, descubrí que sus enseñanzas revelan la base espiritual de nuestra identidad, mediante la cual todos podemos defendernos de sentirnos limitados, indignos o aislados.

Cuando comencé a llevar a mis dos hijas a esta Escuela Dominical, asistí a los servicios dominicales. También asistía a las reuniones semanales de testimonios, donde me familiaricé más con la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. Al estar expuesta e inmersa en las verdades divinas de estos dos libros, sané de un trastorno cardíaco diagnosticado por los médicos. 

Comencé a sentir un respeto más profundo por mi existencia al aprender que soy una expresión de Dios, el Espíritu. Comencé a ver que mi relación con mi verdadero Progenitor, Dios, es el fundamento y la razón de mi existencia, así como el Principio por el que quería vivir. También vi la impotencia de todo el razonamiento que parecía justificar que terminara con mi vida. Yo quería vivir, no solo para ser bendecida, sino también para bendecir a los que me rodeaban, especialmente a aquellos que luchaban contra pensamientos sombríos como los que yo había tenido. 

Cuando veo que nuestro mundo enfrenta numerosos incidentes trágicos que amenazan y socavan el derecho humano fundamental a vivir libre de necesidad y miedo, me pregunto: ¿Qué falta en nuestro mundo? Esta respuesta puede sonar simplista, pero ¿no nos estamos perdiendo esa ley moral tan básica de valorarnos unos a otros? 

Lo que cambió 180 grados la percepción de mi propia valía fue cuando sentí tangiblemente que mi verdadero Progenitor es Dios, el Amor divino. Dios no está limitado por ninguna secta o religión, sino que es el Padre-Madre de la verdadera existencia de todos en un universo infinitamente vasto y completamente espiritual. He llegado a verme a mí misma no como una mujer japonesa nacida en un momento determinado, sino como parte de algo mucho más grande que yo. Soy una idea espiritual de Dios y estoy incluida en la totalidad infinita y omnipresente de Dios.

Para comprender esta realidad en la que vivo, todos los días siento el impulso de dirigirme al Espíritu, Dios, para evaluar mediante la intuición espiritual mi verdadera valía y la de los demás. A través de esta práctica, fomento una confianza perdurable en el Amor divino y un amor personal menos egocéntrico.

Hoy muchos se sienten juzgados o no bienvenidos en la iglesia. No es de extrañar que las encuestas muestren que muchas personas admiten creer en Dios, pero han perdido el interés en participar en la religión organizada.

Sin embargo, juzgar a los demás y carecer de amor no es cristiano. Al nombrar su descubrimiento Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy quiso decir que era “compasiva, útil y espiritual” (Retrospección e Introspección, pág. 25). Esta Ciencia explica lo que Cristo Jesús enseñó, vivió y demostró, que sanó a los enfermos y transformó a los que se sentían indignos. Este fue el cristianismo original y supremo, lleno de compasión inspirada, buena disposición y espiritualidad, que trajo y aún trae salud, paz y armonía a las personas y a nuestro mundo. 

A aquellos considerados pecadores, aislados o enfermos, Jesús mostró en qué consiste la verdad: liberarse de la limitación y el temor. Lo hizo recordando a sus oyentes a nuestro Padre, el Padre de todos, independientemente de su raza, antecedentes religiosos, género o cualquiera de las cosas que nos dividirían hoy.

Cristo Jesús vino para recordarnos nuestra verdadera identidad, basada en la historia de la creación registrada en el primer capítulo del Génesis: Todos somos hijos de Dios, hechos a Su imagen y semejanza (véanse versículos 26-28). La oración que nos dio —el Padre Nuestro— comienza llamando a Dios “Padre nuestro” (Mateo 6:9), indicando que Dios es accesible y universal. Eso lo convierte en una oración no solo para los seguidores inmediatos de Jesús o para aquellos que más tarde serían llamados cristianos. Esta oración más bien confirma que todos nacen con el derecho inalienable de afirmar y experimentar su relación con su Padre-Madre Dios.

La Sra. Eddy escribió: “Como parte activa del único estupendo todo, la bondad identifica al hombre con el bien universal. Que cada miembro de esta iglesia pueda así elevarse por encima de la tan repetida pregunta: ¿Qué soy yo?, a la respuesta científica: Yo soy capaz de impartir verdad, salud y felicidad, y ésta es mi roca de salvación y la razón de mi existencia” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 165).

Lo que cambió 180 grados la percepción de mi propia valía fue cuando sentí tangiblemente que mi verdadero Progenitor es Dios, el Amor divino.

Esta declaración ha sido muy importante para mí. Sentir esta valía a medida que comenzamos a comprender nuestro origen espiritual ayuda a disipar de nuestro pensamiento la oscuridad y el temor del mundo. Esta valía espiritual fue una joya escondida en el pedido de mi hija de encontrarle una Escuela Dominical. Poco a poco comencé a confiar en que estaba conociendo la verdad que Jesús prometió que nos haría libres (véase Juan 8:32).

Lo que aprendemos de Dios —amor incondicional, alegría y confianza— podemos expresárselo a los demás. Así como un niño está lleno de alegría, esperando ver algo nuevo todos los días, cada uno de nosotros puede esperar ver a la humanidad avanzar hacia un nuevo mundo donde todos sean respetados por su valor como hijos de Dios, el Espíritu, con un propósito único y hermoso y dones divinamente otorgados.

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