Tal vez conozcas a alguien que se siente aislado, anhela afecto o necesita mejor salud física o mental. Esa fui yo en un momento de mi vida. Me preguntaba, ¿por qué vivir? Aunque tenía una familia encantadora, no veía ningún propósito en mi vida y deseaba morir. Lo que me rescató fue el sencillo pedido de mi hija mayor para asistir a la Escuela Dominical.
En aquel entonces, yo no estaba interesada en ninguna religión, especialmente en la que enseñaba que todos nacimos pecadores, que es como veía yo el cristianismo. Pero me enteré de que la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana comparte una idea muy diferente: Enseña a los niños a defenderse de la interpretación comúnmente aceptada del origen del hombre como mortal, material y pecaminoso. A medida que aprendí más sobre la Ciencia Cristiana, descubrí que sus enseñanzas revelan la base espiritual de nuestra identidad, mediante la cual todos podemos defendernos de sentirnos limitados, indignos o aislados.
Cuando comencé a llevar a mis dos hijas a esta Escuela Dominical, asistí a los servicios dominicales. También asistía a las reuniones semanales de testimonios, donde me familiaricé más con la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. Al estar expuesta e inmersa en las verdades divinas de estos dos libros, sané de un trastorno cardíaco diagnosticado por los médicos.
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